El joyero fue asesinado en su propia casa, ubicada en un viejo fraccionamiento prácticamente abandonado.
No hubo robo. Los sicarios entraron, lo ejecutaron y huyeron sin llevarse nada.
Dentro de su hogar recibió cuatro impactos de bala: dos en el tórax, uno en la pierna y otro en el brazo izquierdo.
La fiscalía tomó el caso, pero una vez más, fue ‘El Chueco’ quien me buscó para resolver el misterio.
—No podemos descartar ninguna pista —le dije—. Las balas con las que lo mataron, sus últimas llamadas, sus mensajes, su relación con amigos, enemigos, familiares… todo. Hay que mirarlo todo.
Encendimos un par de cigarrillos y comenzamos a revisar las pruebas: las que había y, sobre todo, las que no había.
Encontramos algunas huellas, unos casquillos… pero ni un solo testigo, ni cámaras, ni alarmas, ni siquiera un maldito perro ladró.
La hipótesis más lógica sería un intento de asalto, pero no podemos descartar ningún móvil.
Mi mente se disparó, trayéndome casos similares:
Recordé a un empresario ejecutado en Huejotzingo por negarse a pagar derecho de piso.
O a la mujer argentina asesinada por un niño de 12 años, víctima de un reto viral de TikTok.
También me vino a la mente aquel crimen brutal: un empleado que roció ácido a su patrón, dueño de la Ferretería Ortiz, para robarle dinero y tres vehículos.
¿Un crimen de odio? Tampoco se puede descartar.
Cuando ‘El Chueco’ se fue, decidí irme a dormir. Mi cuerpo descansaba, pero mi mente no paraba de trabajar.
De pronto me vi en Chiapas, recordando el asesinato del empresario italiano, dueño del exclusivo Hotel Boutique Quinta Chanabnal, en Palenque.
Tunesi fue ejecutado dentro de su auto, con dos disparos en la cabeza y uno en el pecho, justo cuando iba a recoger a su hija al colegio.
Los sicarios llegaron en motocicleta. El acompañante fue quien jaló el gatillo.
Al principio, la fiscalía pensó en un cobro de piso, pero seis días después la historia dio un giro inesperado.
Elizabeth “G”, esposa del empresario, fue detenida dentro del hotel y señalada como autora intelectual.
Los dos ejecutores fueron capturados en Tuxtla Gutiérrez, con una pistola 9mm y dos celulares, mediante los cuales se comprobó la conexión con Elizabeth.
Gerardo Antonio Guízar Argüello, el conductor de la moto, tenía una relación extramarital con ella.
Luis Martín Marquina, el tirador, fue simplemente un sicario pagado.
La investigación fue tan precisa que el caso se resolvió en menos de una semana.
Una de las hijas del matrimonio había encontrado, dos días antes del crimen, el teléfono con el que su madre se comunicaba con Guízar.
Elizabeth y Tunesi estaban por divorciarse. Él iba a cambiar su testamento.
Los mensajes entre los amantes revelaban la planificación meticulosa del asesinato.
¡Vaya historia!
La muerte del joyero no solo es apestosa, también turbia. Sé que esta investigación me llevará a descubrir basura escondida bajo los tapetes, muertos en el clóset, empleados despedidos y resentidos, socios disgustados y, por supuesto, a la mafia del centro, que seguramente lo tenía ‘halconeado’.
Esto apenas empieza.
Estoy escarbando en el pasado del joyero y en el ‘maldito’ entorno que lo rodeó en sus últimos días.
Tuffo Matta
@TuffoMatta
Columna ficción