La importancia de llamarse Andy

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No es fácil luchar por tener nombre propio siendo hijo de un famoso, pero en el caso de Andy, él quiere, precisamente, que lo confundan con su papá.

 

En una de las obras cumbre de la literatura, Los hermanos Karamazov, Dostoievski pone en uno de los personajes la siguiente pregunta: “¿Quién no ha querido asesinar a su padre?”. La novela es tremenda. Freud escribió un ensayo al respecto: “Dostoievski y el parricidio”. Ya sean los novelistas rusos, Shakespeare, Kafka o Rulfo, la literatura está llena de referencias a la figura paterna.

Acá, en la CDMX, esta semana un hombre de cuarenta años se desgarró públicamente sin tener -que sepamos- ninguno de los traumas y problemas de los grandes personajes de la bibliografía universal, y manifestó que él está muy orgulloso de llamarse como su padre y que si le dicen su nombre en diminutivo es para quitarle su legado, para hacerlo menos. El orgulloso hijo de su papá es el secretario de Organización de Morena, el señor Andrés Manuel López Beltrán, también conocido como Andy.

Se sabe: la política es uno de los escenarios de los dramas humanos. Las pasiones, el poder, los enemigos, las traiciones y claro, las familias se ven atravesadas por esta actividad. Es el caso de la de López Beltrán. Nombrado al finalizar el gobierno de su padre como una suerte de heredero, el segundo hijo del expresidente López Obrador ocupa un puesto de gran importancia en el partido que gobierna este país. Es un movimiento con un poder inmenso y él es el segundo de a bordo -siempre el segundo-. El señor tiene un cargo por el cual, suponemos, percibe un sueldo proveniente de las arcas públicas. El señor –aunque apenas le conocimos la voz- critica a los opositores al Gobierno, señala a los enemigos de su padre y, en sus palabras, cuida su legado. Todo bien. Pero al parecer hay algo que no le gusta de ser personaje público –y muy público-, que lo critiquen, pero, sobre todo, que se dirijan a él con el diminutivo en inglés de su nombre, cosa que resulta curiosa, pues es así como se le ha llamado durante décadas sin que el sujeto ni su padre corrigieran a nadie. Pero está claro que él ya no quiere que le digan Andy, sino Andrés Manuel, como su papá, en una apuesta a la confusión, lo cual es imposible.

Se entiende. El hijo está en busca de su nombre. Es algo que pasa comúnmente como en la veintena, pero por cosas de la vida, el señor López Beltrán incurrió en el trabajo público casi a los cuarenta, lo que le puede dificultar un poco el camino. No es fácil luchar por tener nombre propio cuando se es hijo de un padre famoso y que, por tradición, tiene el mismo nombre. Cuesta trabajo que le reconozcan a uno sus talentos y capacidades, que los distingan del progenitor. Pero ese no es el caso de Andy, él quiere, precisamente, que lo confundan con su papá porque llamarse así es su “más grande orgullo”, como lo dijo en un podcast que conduce la líder de Morena. Esto revela la ausencia de mérito, la idea de suprimir la individualidad a cambio de algún reconocimiento público.

Quizá es un poco tarde para construir un nombre, pero siempre se puede. Lo cierto es que escudarse en el nombre del papá para ocultar una derrota no es una buena idea. Acusar a los opositores de burlarse de él es un poco ridículo, sobre todo cuando Sheinbaum ganó la pasada elección con 35 millones de votos. Querer reafirmar una personalidad renegando de su sobrenombre es un poco infantil -más aún cuando su padre se la pasaba poniendo apodos a sus adversarios. Escoger vivir a la sombra es una decisión legítima. Pero todos sabemos que hay sombras que de pequeño te protegen, pero de grande te tapan, te invisibilizan.

El asunto de la queja de López Beltrán revela también las prioridades que tienen los compañeros de la presidenta Sheinbaum, quien enfrenta los embates del crimen organizado, los despropósitos de Trump, la ineptitud de sus subordinados, la anarquía de su partido y la frivolidad o la importancia de llamarse Andy.

@juanizavala