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El festival de muertos y vivos en Chautla

Columna de opinión Adriana Colchado (@tamalito_rosa)

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El festival de Día de Muertos en Chautla fue una joya visual… pero si el infierno existe, seguro empieza con esa fila de 2 horas para subirse a la trajinera

Por Adriana Colchado (@Tamalito_Rosa)

El domingo cerró la temporada de Todos Santos y con ella el gran experimento turístico del gobierno de Alejandro Armenta: el Festival “Catrinerías” en la Ex Hacienda de Chautla, organizado por el OPD Parques y Convenciones, cuya titular, Michelle Talavera, se aventó el reto de montar un evento sin precedentes. Y sí, hay que decirlo: fue un gran esfuerzo. Visualmente hermoso, culturalmente oportuno y, sobre todo, una muestra de que el gobierno le está apostando en serio al turismo.

Yo fui el sábado, día uno de noviembre, con toda la emoción del mundo y salí con una postal grabada en los ojos, pero mezclada con una dosis fuerte de cansancio y fila. Mucha fila. Fila para entrar, fila para moverte, fila para escuchar, fila para comprar comida, fila para ir al baño y fila para pensar si valía la pena seguir formada.

Hay que reconocer que el costo fue justo: 50 pesos la entrada y la mayoría de las actividades eran gratuitas. Accesible para las familias, sobre todo si consideras que en estos tiempos no te alcanza para nada.
El paseo estrella —la trajinera donde contaban leyendas— costaba también 50 pesos. Barato, sí. Pero la fila daba miedo de verdad (más miedo que cualquiera de las otras atracciones); hice el cálculo y eran más de dos horas de espera para un recorrido de 20 minutos. Así que, como la señora de poca paciencia que soy, opté por dejarlo pasar y recorrer el resto del evento.

Ex hacienda de Chautla iluminada para el Festival Catrinerías

Las leyendas (exprés)

Las demás actividades eran leyenda —la Dama de Negro, el Charro Negro y el Nahual— estaban bien pensadas, pero mal ejecutadas. Las historias duraban tres minutos, literalmente. Y con filas de no menos de 10 minutos y de hasta 25. 
Y yo entiendo que quisieran rotar a mucha gente, pero lo rápido con lo que las contaban hacía imposible conectar con la historia. Era así como, El Charro Negro, se aparece y te lleva, fin. 

A eso súmale que no había señalización clara. No sabías en qué fila estabas formada hasta que llegabas al final y alguien -que también estaba formado- te decía “ah, esta es para las momias” (que por cierto esa atracción. fue una fila de 20 minutos y duró 1 minuto).  La confusión era tanta que más de una vez caminé sin saber si avanzaba o me estaba colando en la fila equivocada. Faltó personal que orientara, literal, a las almas perdidas.

La casa del terror (y del crimen organizado)

Esa sí merece párrafo aparte.
Más que casa del terror parecía escena del narco: cuerpos desmembrados, sangre falsa, sierras, persecuciones, y un ambiente más Ciudad Juárez 2010 que folclore mexicano. ¿O será que el crimen organizado ya es parte de nuestra cultura?
Y a ver, yo entiendo el afán de mezclar lo moderno con lo tradicional, pero hay tantos monstruos, mitos y “espantos” mexicanos que pudieron usar sin recurrir a la violencia extrema. En un país donde las desapariciones y los feminicidios son parte del horror cotidiano, usar eso como entretenimiento me pareció una muy mala elección narrativa.

Niños aburridos y pies adoloridos

El evento tenía espíritu familiar, pero pocas actividades para niños. Los más pequeños no entendían las leyendas, se aburrían rápido; la única otra actividad pensada para “las criaturas”, era un “tobogan” que tenía costo adicional y que literal era un inflable. Aunado a esto, no había zonas donde descansar. En casi cuatro horas, no encontré una sola banca. Había gente sentada en el borde del lago —peligroso y triste— porque simplemente no había dónde más.

La economía de los antojitos

Tema delicado: la comida.
Había de todo, desde garnachas hasta zona “gourmet”, pero los precios sí estaban inflados. Un elote en 50 pesos. ¿Perdón? Eso ya no es maíz, es lingote.
Haciendo cuentas rápidas, una familia de seis se gastaba fácil 300 o 700 pesos solo en antojitos. Y si le agregas bebidas, pues ya era casi un festival de Día de Muertos… pero para tu cartera.

Debo hacer mención también de que en la zona de comida, los botes de basura estaban desbordados. No había personal de limpiaza atendiendo que la limpieza del sitio.

La muerte en Instagram

Ahora, eso sí: visual y estéticamente, el evento fue precioso. Había spots perfectos para tomarse fotos —flores de cempasúchil, altares gigantes, luces cálidas reflejadas en el lago—, de esos lugares que gritan “súbeme a Instagram”.
El problema, otra vez, fue la falta de organización. En cada punto fotográfico había familias intentando conseguir la toma perfecta y nadie que coordinara el flujo.
Yo misma estuve formada un buen rato para una foto y, aunque hacía fila, la gente se metía, posaba, repetía la toma y se quedaba veinte minutos en el mismo lugar. Un simple staff que organizara eso hubiera hecho maravillas, porque al final la foto también es parte de la experiencia, y no hay nada peor que pelearte por un fondo bonito.

Lo bonito

El concurso de Catrinas fue precioso. La gente se rifó con los disfraces, hubo creatividad, color, amor al detalle. Lo condujo un conocido influencer poblano dedicado a promover lugares turísticos, Adolfo Lazzari del famoso “Qué hacer en Puebla”. También hubo música en vivo y hasta regalaron hojaldras.

El festival tuvo alma, intención y una gran visión. Fue una primera edición valiente y necesaria. Pero la ejecución se quedó corta. La empresa contratada para organizar el evento, iluminó muy bonito pero desatendió todo lo demás para que la experiencia fuera disfrutable. 
Faltó organización, logística, señalización, zonas de descanso, personal y sensibilidad para diferenciar entre “terror divertido” y “violencia gratuita”.

Aun así, me gusta la idea. México necesita espacios para celebrar la muerte desde la vida, y Puebla tiene con qué. Solo falta que el próximo año sea un evento disfrutable, no un viacrucis con maquillaje de Catrina.

Así que, Michelle Talavera, si me lees: no es crítica, es retroalimentación con cariño y yemas.
Y si alguien del gabinete anda pensando en cómo mejorar la segunda edición, que empiecen por algo simple: menos filas, más folklore, más bancas… y un poco de orden, más personal.

Hasta aquí el chisme, lo viral, el tamal con crema… y también con pasas.

Por Adriana Colchado (@Tamalito_Rosa)

 

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