Alejandro Armenta amaneció con ganas de dar consejos tipo “tío incómodo en la comida familiar”. En su mañanera presumió que los feminicidios bajaron en Puebla gracias a las Casas Carmen Serdán (y la verdad, aplauso para eso), pero luego… zascuash, que se le va la lengua. Soltó que las mujeres debemos “cuidar con quién convivimos, a quién dejamos entrar a casa, cuánto alcohol tomamos en una fiesta” para no ser violentadas. Y yo solo pensé: ¡gracias, gober, por decirnos lo que ya nos gritan las tías desde los 15 años!
El problema no es que haya dicho algo “muy bárbaro”. No usó insultos ni palabras altisonantes. Pero el subtexto es el mismo de siempre: si nos pasa algo, fue porque elegimos mal, porque bebimos de más, porque no nos cuidamos lo suficiente. Otra vez la culpa sobre nuestros hombros. Como si un violentador te entregara un currículum con la leyenda “pega en sus ratos libres” para que lo descartes en la primera cita.
Es un gran debate. Es verdad que muchas veces nosotras ignoramos las red flags, pero la realidad es que la mayoría de las veces el golpeador no se muestra en el noviazgo, y sus conductas malas las justificamos porque estamos enamoradas. Y en parte, eso también es resultado de la micro-misoginia que nos educa: mamás, tías, abuelas, películas, canciones, series que nos venden al “amor que todo lo aguanta, todo lo puede y que todo logra cambiar”. Nadie inicia una relación predispuesta a aguantar violencia, simplemente quedamos atrapadas en ella. El punto es que no es tan fácil como “elige mejor”.
Y lo peor fue el comentario del alcohol. Porque claro que todos deberíamos moderar la bebida… pero por salud, responsabilidad e integridad, no para evitar una violación o un feminicidio. Ese discurso me regresó al horrible caso de Mara Fernanda, cuando hubo quienes insinuaron que si ella no hubiera bebido, no la hubieran matado. ¿Perdón? ¿De verdad seguimos en ese loop mental donde la víctima siempre tiene que justificar por qué estaba donde la atacaron? En aquella ocasión un periodista que se atrevió a recurrir a dicho argumento, hasta perdió la chamba que tenía como maestro de derecho porque sus alumnas no lo querían frente al aula. Y es verdad que el gober amoroso no dijo textualmente esa atrocidad, pero sí lo dio a entender “hay que cuidar cuanto alcohol ingerimos en una fiesta, en un evento, para evitar una acción de esa naturaleza”.
Yo entiendo que quiso dar un consejo de sentido común y tampoco se trata de decir que Armenta sea un misógino sin remedio. Ha hecho cosas que cuentan: las Casas Carmen Serdán son prueba de que hay una estrategia. Pero sus palabras pesan, y mucho. Porque el discurso de un gobernador se convierte en mensaje social. Y en un estado con tanta violencia contra las mujeres, el mensaje debe ser uno solo: no es nuestra culpa.
Que quede claro: ni por amar mal, ni por beber de más, ni por salir de noche. La culpa no es mía, no es tuya, no es nuestra. Es de quienes violentan. Punto. Y mientras el gober siga con estas salidas de tono, va a cargar con la sombra de ser el “aliado” que a ratos suena más a machito con micrófono.
Hasta aquí el chisme, lo viral, el tamal con crema… y también con pasas.
Por Adriana Colchado (@Tamalito_Rosa)