Después de hacer tremendo primer informe de gobierno en el Auditorio de la Reforma, el alcalde capitalino Pepe Chedraui armó mesas de crítica con periodistas para hablar del balance en su primer año de gobierno. Nada nuevo, nada relevante hasta que en la mesa donde sentó a puras mujeres, alguien —no diré nombres porque no vine a linchar a nadie— le soltó: “yo no puedo ser objetiva, me pareces guapo; te pongo 10”, y es que Pepe le había pedido que evaluara lo que va de su gestión. Luego hubo risas, gestos de aceptación por parte de algunas y también de incomodidad y, obvio, debate: ¿eso es violencia política de género… pero al revés?
Lo debatí ampliamente con mi amigo, maestro y sensei el Sr. Soprano. El dice que sí. Pero yo pienso que no.
No escala a violencia política porque el impacto no es simétrico. Cuando cosifican a una mujer, se le borra la trayectoria; cuando lo hacen con un hombre en el poder, le suma carisma. ¿Fue de buen gusto? Tampoco. Fue innecesario, poco orgánico y hasta ridículo. Pero no lo denigró. Si acaso, nos restó a nosotras las que trabajamos por tener un nombre en el mundo de los medios: banaliza el espacio, refuerza el estereotipo de que las mujeres periodistas son hormonales y “cazadoras del poder” y desplaza el foco del desempeño público a la quijada marcada de un alcalde guapo.
Sin embargo entiendo su postura, pues si esas mismas palabras hubieran salido de un periodista hombre hacia una alcaldesa, el escándalo sería mayúsculo.
Mi argumento es que cuando una mujer en el poder recibe un comentario sobre su físico, se le reduce, se le invalida. Su carrera, sus méritos, sus años de trabajo se deshacen frente a la idea de que “llegó por guapa”. Para las mujeres guapas en la política hay una condena discursiva donde su físico “les explica” el puesto. Y esa es la diferencia fundamental. El hombre guapo no tiene que justificar su éxito político. Nadie dice que está ahí “porque está galán”, sino que, además de ser capaz y/o talentoso, resulta “agradable a la vista”.
Más allá de eso, vale hablar de un fenómeno real: la atractividad como capital político. En campaña, el físico importa. La gente vota por señales rápidas: porte, voz, limpieza visual, esa mezcla de “se ve capaz” y “me cae bien”. Como te ven, te votan —aunque nadie lo acepte en público. Los estrategas lo miden, lo saben, lo explotan. Pero por supuesto, tampoco es lo más definitorio durante una elección.
Y ahora sí: a la tarea.
¿Cómo va el primer año del guapo Chedraui?
Baches, baches everywhere.
No hay día sin toparte uno, pero tampoco semana sin ver cuadrillas. Se nota movimiento, pero no suficiente. Falta que la ciudad se sienta distinta, no solo que lo digan los boletines.
Centro histórico.
Le doy una estrellita (solo una). El ambulantaje no se quita: se negocia. Hay orden parcial, fechas, reubicaciones. No es la gran proeza, pero hay gestión. Falta calle fina para que la ciudadanía lo perciba.
DIF y cercanía.
Acompañar a MariElise en eventos proyecta empatía y familia. Bien. Pero cercanía no es foto: es seguimiento. Si esa agenda se traduce en resultados sociales, hay ganancia real.
Seguridad: su talón de Aquiles.
Aunque el informe presume reducciones en algunos delitos, la percepción sigue por debajo del subsuelo. Balaceras, robos, cuerpos y la normalización del miedo. “Menos peor” que antes no es lo mismo que “seguro”. Falta estrategia real y comunicación efectiva.
Mi calificación: 5/10.
No es castigo, es mitad de camino. Trabaja, sí, pero no alcanza. Y por respeto al cargo —y al lector—, no se regalan dieces por ese atractivo de ejecutivo que ha roto en dos mi corazón.
¿Tiene futuro político? Claro. No llegó gratis y no se irá sin pelear la siguiente posición.
Si quiere que “el guapo” sea apodo y no coartada, el siguiente año será decisivo: seguridad arriba, ambulantaje controlado, baches abajo, y narrativa con resultados, no percepciones.
Hasta aquí el chisme, lo viral, el tamal con crema… y también con pasas.
Por Adriana Colchado (@Tamalito_Rosa)