Por Adriana Colchado (@Tamalito_Rosa)
Mira, hay cosas que no deberían pasarle a nadie, y menos a la presidenta de México.
Ayer, Claudia Sheinbaum caminaba entre la gente —muy “soy del pueblo, no del pedestal”— cuando un hombre se le acercó, la tocó sin permiso y quedó grabado en video. En segundos, la escena se volvió viral, se desató la indignación y, como era de esperarse, también el sospechosismo nacional.
Pero antes de irnos por la ruta del complot, déjame decir algo desde lo básico: lo que le pasó a ella, nos ha pasado a todas o, a casi todas. A la mayoría de las mujeres nos han tocado sin permiso, sin invitación y sin consecuencias. Y no importa si eres presidenta o cajera, alta o chaparrita, flaca o con cuerpo de tamal como el mío —tristemente ser mujer es saber qué se siente esa invasión. Es desagradable, humillante y deja una sensación de asco que no se va con jabón.
Así que sí, si de verdad la tocaron, tiene todo el derecho de indignarse y de proceder legalmente como anunció hoy en su mañanera. Qué bueno que anunció una campaña para visibilizar el acoso, porque hace falta, urge e independientemente del contexto, nunca sobra. Hasta ahí, aplauso.
Ahora… vamos al otro lado del altar.
El video se viralizó justo cuando el país sigue sacudido por el asesinato del alcalde de Uruapan, en un contexto de violencia que pone los pelos de punta. Y -porque en política no existen las consecuencias- el foco mediático cambió de “la inseguridad nos está rebasando” a “toquetearon a la presidenta”. ¿Conveniente? Bastante. ¿Creíble? Mmm… no tanto.
Yo no quiero asegurar que fue un montaje, pero sí me parece raro que la mujer más importante del país camine sin un cerco de seguridad serio, al punto de que un desconocido pueda alcanzarla y tocarla de esa forma. Y que para variar no se le arreste de inmediato. O sea, el domingo asesinaron a un funcionario en un evento público y tú me vas a decir que la presidenta puede pasear entre la gente con escolta mínima porque “era más rápido llegar caminando que en coche”. Por favor. Ese argumento es una joya del absurdo.
Una cosa es querer mostrarse cercana al pueblo, y otra es arriesgar el pellejo para tomarse selfies con el electorado. Y ojo, no es clasismo ni elitismo decir que la presidenta debe andar protegida. Es sentido común. Es la persona más importante del país, y cuidarla no es un lujo, es una obligación.
Pero bueno, si no fue montaje, entonces fue negligencia.
Y si fue montaje… es una torpeza monumental.
Porque un acto así, en medio de este clima de violencia, le comunica al crimen organizado que la presidenta es vulnerable, que puede ser alcanzada. Y si sí fue real, entonces tenemos un problema todavía más grave: ¿dónde diablos estaba su seguridad?
Y si fue actuado, entonces sus asesores están jugando a ser lo que jurarron destruir “Latinus de los montajes”, cuando el país está pidiendo respuestas sobre asesinatos políticos y colapsos de seguridad. Y eso, presidenta, no se tapa con una campaña de “respétame, soy mujer”.
Yo, honestamente, no le creo.
Y no porque no crea que las mujeres podamos sufrir acoso, sino porque ya conocemos la fórmula: cuando el gobierno se ve acorralado, saca una cortina de humo con causa noble. Antes era “el avión presidencial”, ahora es ya bautizado como “el arrimón del bienestar”.
Y mira, no sé qué sea peor: que la hayan usado para distraer al país, o que realmente la hayan tocado porque sus equipos no pudieron evitarlo. Las dos opciones me parecen igual de tristes y escandalosas.
Así que sí, que haga su campaña contra el acoso, pero que también revise su seguridad.
Porque una presidenta puede caminar entre la gente…
pero no debería hacerlo desprotegida en un país donde matan a alcaldes cada tres días.
Y si de verdad fue un montaje, entonces no la tocaron:
la manosearon políticamente.
Hasta aquí el chisme, lo viral, el tamal con crema… y también con pasas.
Por Adriana Colchado (@Tamalito_Rosa)