Esta mañana Claudia Sheinbaum reiteró una noticia que ya había anunciado hace varias semanas, pero que sigue siendo igual de absurdamente populista: que para la inauguración del Mundial 2026, regalará su boleto a una niña “que sueñe con el futbol”. Así, literal. La presidenta de México, la jefa del Estado, la anfitriona de uno de los eventos más importantes del planeta, cede su asiento “para inspirar”. Bonito, sí. Pero huele -o mejor dicho, apesta- a narrativa premeditada.
En el equipo de Sheinbaum ya está preparando terreno por si el próximo año estadio Azteca se convierte en un coro de abucheos para la primera mujer presidenta, porque su cálculo político les dice que será así. Lo saben. Lo miden. Lo temen.
El Mundial es otra liga. No es el Zócalo lleno de beneficiarios que aplauden con gorras guindas y lonches del programa social; es un estadio con 83 mil boletos que cuestan lo que un mes de renta para muchos. Ahí no hay acarreados, hay clase media y alta, los mismos que no perdonan los gasolinazos, los baches, los abrazos a criminales y los “shhh” presidenciales. Esa gente no va a corear su nombre. Esa gente va a gritar “¡buuuu!” (si bien le va) Y eso —en televisión internacional— no hay narrativa de “fue Calderón” que lo componga.
Por eso este gesto del “regalo simbólico” se siente más como un escape narrativo que como un acto de bondad. Porque si llega el día y Claudia no asiste, su equipo ya tendrá la excusa perfecta: “no fue por miedo, fue por sensibilidad”. Un titular enternecedor como “la presidenta que cedió su asiento a una niña soñadora.” le gana a “Le gritan ‘FUERA’ a la presidenta en la inauguración del mundial”
Pero aún con toda esta estrategia mediática cocinándose, difícilmente podrá escapar del evento. Será la presidenta de México durante la inauguración del Mundial y, guste o no, tendrá que estar ahí. Tendrá que sonreír, saludar, posar para la foto y soportar el abucheo que tanto teme. Porque ese tipo de gestos no se resuelven en la narrativa: se enfrentan en vivo, frente a 83 mil gargantas y millones de ojos en transmisión internacional.
Así que, aunque el plan B exista, la narrativa de “ceder el lugar” no es más que un salvavidas preventivo. Por si acaso. Por si la violencia sigue a la alza, por si Adán Augusto vuelve a hacer de las suyas, por si otro Carlos Manzo.
Porque si de verdad quisiera acercar a las niñas al futbol, podría llevar a once (una por cada posición del campo) o patrocinar un programa nacional de acceso gratuito a partidos. Pero no, mejor regalar su boleto, el boleto, para dramatizar el sacrificio. Y eso, en política, no es humildad: es teatro.
Además, hay algo que su equipo parece olvidar: el miedo se huele. Y el de Sheinbaum, cada vez más, huele a que le aterra el “pueblo bueno”. Lo vimos en Veracruz, cuando le chiflaron y respondió con su famoso “shhh”. Una presidenta que calla al pueblo que llora no es cercana, es torpe.
Dicen que su aprobación ronda el 71.6%. Bonito número.
Pero esas encuestas no sirven cuando el sonido del abucheo se multiplica por ochenta mil gargantas.
Hasta aquí el chisme, lo viral, el tamal con crema… y también con pasas.
Por Adriana Colchado (@Tamalito_Rosa)