Apenas había sonado el último “¡Aleluya!” del Domingo de Resurrección —ese día tan poético en el que Jesús, según el guion celestial, regresa triunfante al cielo— y pum: se confirma la muerte del santo padre. Fue como si el mismísimo Jesús le diera aventón a Francisco para que se regresaran juntos “a la casa del Padre”. ¿Coincidencia? ¿Destino litúrgico? El primer Papa latinoamericano despidiéndose del mundo terrenal justo en la Pascua. Todo un acto dramático digno del Vaticano.
Y mientras en Roma lloraban la pérdida, en Puebla…
La Semana Santa dejó cifras de gloria (económica, claro):
- 273,000 turistas llegaron a Puebla, un 15% más que en 2024.
- Se registró una ocupación hotelera del 78.46%, 10% superior a la del año pasado.
- La tarifa promedio hotelera aumentó 3.37%, situándose en $1,184.
- Más de 445,000 excursionistas visitaron la entidad, otro incremento del 15%.
- La afluencia total de visitantes fue de 719,300 personas, también con un crecimiento del 15% comparado con el año anterior.
- Pueblos mágicos como Atlixco y Zacatlán reportaron 100% de ocupación hotelera, al igual que todos los centros turísticos del estado durante el sábado y domingo santo.
La fe, como siempre, hecha moneda. El gobierno de Armenta no tardó en presumirlo: Puebla es el quinto destino más visitado del país. ¡Bendita sea la derrama!
Pero la vida real no se va de vacaciones.
El mismo Sábado de Gloria en que algunos terminaban de subir sus selfies con palmas benditas, apareció un cuerpo bajo el puente de Xonacatepec. Un muerto más en medio de la festividad más santa. En los primeros dos meses del año ya iban 123 homicidios dolosos en Puebla. Feminicidios, robos, desapariciones… La cruz diaria de un estado donde la sangre también es rito.
Y justo ahí estaba yo, llevándole a mi mamá a la procesión del Viernes Santo. Una tradición monumental, sudada, olorosa a incienso. Dicen que es la más grande de América Latina, y no lo dudo: cofradías, penitentes, morados y negros, doñas regalando estampitas.
Pero mientras mi mamá se persignaba, yo observaba. La mayoría de los asistentes, arriba de los 50. Niños aburridos, jóvenes desinteresados o presentes por trabajo. Y entonces me cayó el rayo (no divino, más bien social): la Iglesia Católica está envejeciendo. No por falta de fe, sino por exceso de estímulos. En un mundo donde el algoritmo entretiene más que los salmos, ¿quién quiere sentarse a escuchar sermones?
Pero también es culpa suya. La Iglesia no solo compite con TikTok, sino con su propio historial: abusos, escándalos de pedofilia, machismo doctrinal, arrogancia institucional. Y sin embargo, el verdadero mal que la está matando no viene de fuera. Viene de adentro: la avaricia. El maldito dinero. La sed de poder.
Porque eso de dar sin esperar nada a cambio ya está pasado de moda. Porque el dinero honesto es lento, y ser bueno en un sistema corrupto es casi imposible. Es una cadena. El gobierno abusa, la gente se defiende siendo “más lista”, y se premia al que miente, al que roba, al que gana. Esto pasa en Puebla. Esto pasa en el mundo.
Y sí, aquí va la parte que me va a costar mi membresía en el club de feministas: la Iglesia necesita renovarse, pero tampoco se vale caer en el extremismo de la ideología progre. No todas las estructuras religiosas son el enemigo. En un mundo tan roto, tener un poco de orden espiritual, límites, valores… no suena tan mal.
Porque no sé ustedes, pero yo veo una Puebla llena de iglesias, de procesiones, de turismo religioso, de rezos… y al mismo tiempo, veo un estado donde todos los días hay alguien embolsado, ejecutado, desaparecido. Más muertos que templos. Y un gobierno feliz de explotar la fe mientras le reza a Santo Dinero.
Ahí tienen a los políticos, publicando fotos del Papa, llorando su muerte desde redes sociales, mientras por la espalda son más parecidos a Judas que a Jesús. Usarán su muerte para sacar raja mediática. Pero vivir como predican… eso sí que no.
Este Papa nos salió buena onda. Se llamó Francisco, por San Francisco de Asís, los animalitos, la pobreza y el discurso humilde. Salió del Vaticano, opinó de fútbol, abrazó (con reservas) a la comunidad LGBT, y dijo cosas que hicieron temblar a los católicos más cuadrados. Y ahora que se fue, queda la pregunta:
¿Importa quién sea el nuevo Papa?
Podrá ser más rígido que Benedicto o más suave que Francisco. Lo importante no es quién esté en la silla de San Pedro… sino quién está al frente de tus actos.
Y si no actuamos desde el amor, la justicia y la compasión, entonces no solo necesitamos otro Papa. Necesitamos otra humanidad.
Así que sí, se murió el Papa. Y mientras el Vaticano elige al nuevo, nosotros también podríamos elegir:
¿Seguimos fingiendo que creemos mientras todo se pudre?
¿O empezamos a vivir como si de verdad creyéramos en el amor que predicamos?
Hasta aquí el chisme, lo viral, el tamal con crema… y también con pasas.
Por Adriana Colchado @Tamalito_Rosa