León XIV y la cruz migrante del Vaticano

Columna de opinión Adriana Colchado (@tamalito_rosa)

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“Ahora, tampoco se trata de pensar que con León XIV la CIA va a tener oficina en el Vaticano (¿o sí?). Pero negar que su pasaporte estadounidense será observado con lupa por los sectores más críticos de la Iglesia sería ingenuo.”

Tras la muerte del tan querido como polémico papa Francisco —el argentino que tuiteaba, comía pizza y veía fútbol —, hoy, 8 de mayo, el mundo cristiano tiene un nuevo líder espiritual: León XIV, nacido Robert Francis Prevost Martínez, elegido en la Capilla Sixtina luego de dos fumatas negras y una blanca. Y sí, no es broma: el nuevo Papa es estadounidense. Pero no tan rápido, que también es peruano. Y agustino. Y migrante. Y, aparentemente, latinoamericano de corazón.

León XIV no es cualquier gringo. Hijo de madre española y padre de raíces italianas y francesas, nació en Chicago, pero pasó más de 20 años en Perú, sirviendo en barrios donde ni el Estado ni las aerolíneas low-cost llegan. Habló hoy en español con acento peruano, y lo hizo no como un gesto diplomático, sino como alguien que se ha bañado en río, ha comido ceviche con los parroquianos y ha dormido en colchones más humildes que muchos políticos latinoamericanos.

Y sí, aunque parezca argumento de Cónclave, esa película que algunos apenas descubrieron en streaming para estar a tono con los eventos recientes, esta elección no tiene guion de Hollywood, pero sí carga una simbología potente: en tiempos en que Donald Trump, el expresidente de naranja tez y rubia ambición, vuelve a apretar la garganta global con aranceles, muros y discursos de odio, la Iglesia elige como sucesor de Pedro a alguien cuya biografía es un cruce fronterizo, espiritual y político.

Porque Robert —ahora León XIV— es migrante. Como millones en el mundo. Y eso importa. Porque, aunque no lo digan en voz alta, Estados Unidos ha hecho del migrante su chivo expiatorio favorito, acusándolo de todo: desde quitar empleos hasta traficar drogas. (Sí, ya sabemos que ese es otro tema, pero no tanto). Que el Vaticano le haya puesto el sombrero blanco a alguien que vivió como migrante y caminó junto a pueblos olvidados, es más que un gesto eclesiástico: es un mensaje geopolítico.

Ahora, tampoco se trata de pensar que con León XIV la CIA va a tener oficina en el Vaticano (¿o sí?). Pero negar que su pasaporte estadounidense será observado con lupa por los sectores más críticos de la Iglesia sería ingenuo. No faltará quien diga que es un caballo de Troya made in USA. Lo cierto es que si algo caracteriza al nuevo Papa, según quienes lo conocen, es su compasión, su capacidad de escucha y su alma sinodal. Lo cual, en cristiano, quiere decir: está más cerca de Francisco que del Opus.

Y mientras algunos sectores conservadores ya afilan sus lanzas con viejas acusaciones (falsas, según investigaciones previas), otros ven en él un puente entre la eficacia organizativa del norte y la sensibilidad espiritual del sur. Una especie de Papa binacional con vocación global y corazón comunitario.

Porque, seamos honestas: no cualquiera habla cinco idiomas, puede leer latín, predicar en español peruano y elegir llamarse León, como queriendo rugirle al mundo sin levantar la voz. No cualquiera puede nacer en la primera potencia y ser adoptado por una patria que suele ser olvidada por esa misma potencia.

El mundo observa. La Iglesia también. Y aunque aún falta mucho para saber si León XIV podrá continuar la reforma profunda que Francisco inició, su elección ya dice algo: que la fe no tiene pasaporte, que la compasión no conoce aduanas, y que a veces —solo a veces— los caminos del Vaticano pueden sorprender más que los de la política.

Hasta aquí el chisme, lo viral, el tamal con crema… y también con pasas.
Por Adriana Colchado @Tamalito_Rosa