Valentina Gilabert perdona lo que la fiscalía no debería: feminicidio en tentativa

Columna de opinión Adriana Colchado (@tamalito_rosa)

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¿Cuántas veces hay que apuñalar a una mujer para que este país lo considere un intento de feminicidio? ¿Cuántas veces hay que fallar en matar, para que te digan asesina? ¿Cuántos meses se merecen por querer quitarle la vida a alguien? ¿Cinco?

Eso es lo que le tomó a Marianne Gonzaga volver a casa con su bebé: cinco meses después de haber atacado con un cuchillo a Valentina Gilabert, actual pareja de su exnovio, a quien hirió 15 veces, incluyendo una puñalada en el cuello.

No fue un arrebato. No fue un impulso. No fue “una situación emocional complicada”. Fue una emboscada. Viajó desde Cancún. Sabía dónde estaba Valentina. Iba armada. Quería confrontarla. Y terminó queriendo matarla.

Eso, por definición, es feminicidio en grado de tentativa. Porque el feminicidio es el asesinato de una mujer por razones de género, y aquí lo que sucedió fue que una mujer, Valentina, fue atacada solo por el hecho de haber ocupado el lugar que alguna vez tuvo Marianne: el de pareja.

Piénsalo así: un mes por cada tres puñaladas. Esa es la justicia en México.

¿Y por qué? Porque la Fiscalía nunca quiso nombrar el delito como debía. Desde el inicio, lo procesaron mal. La autoridades jamás imputaron el delito de feminicidio en grado de tentativa. Lo bajaron a “lesiones”. Lo encajonaron en un tipo penal cómodo. Que permitiera acuerdos. Que abriera la puerta a una resolución “amistosa”. Que dejara a todos “en paz”.

Anoche, Valentina grabó y subió un video al respecto y en él, dice textual: “No soy nadie para quitarle su libertad”. Y aquí es donde yo, con todo el respeto, le contesto: ¡Sí, sí eres alguien! Eres una víctima. Y tienes derecho a exigir justicia. No se trata de venganza. Se trata de seguridad. Se trata de que no podemos permitir que normalicemos que alguien apuñale a otra mujer 15 veces y se le devuelva la libertad como si nada.

Valentina también dice en ese video que “fue un acuerdo entre familias”. Y aunque no hay una versión oficial, y aquí hablo solo desde mi interpretación personal, sin pruebas concretas, lo cierto es que todo indica que la familia de Valentina aceptó una negociación monetaria. 

Y lo digo con toda responsabilidad: si liberaron a la agresora de su hija a cambio de dinero, los padres de Valentina tienen sus prioridades descompuestas.

¿Cómo se puede perdonar a alguien que le dio una puñalada en el cuello a tu hija? Solo imagina ese escenario: una sola puñalada, en el ángulo correcto, y Valentina estaría muerta.

¿Y sabes qué es lo más indignante? Que ahora nos piden celebrarlo como un acto de perdón y redención. Como si esto fuera un conflicto entre iguales. Como si no hubiera una víctima. Como si firmar un acuerdo entre partes fuera aceptable en una tentativa de feminicidio.
No, perdón. Un acuerdo entre partes aplica cuando alguien choca un coche. Cuando te peleas por una propiedad. No cuando una mujer viaja para clavarle un cuchillo a otra en el cuello.

Sí, Marianne tenía un bebé. Sí, estaba emocionalmente devastada. Sí, probablemente su ex se comportó como un patán que la abandonó en plena maternidad. Y aun así, nada justifica lo que hizo. Absolutamente nada.

No se puede decir “bueno, es que estaba muy mal emocionalmente”. Hay mujeres que han estado más rotas, más abandonadas, más dolidas… y nunca han intentado asesinar a otra.

¿Queremos hablar de reinserción social? Perfecto. Que se hable. Que haya acompañamiento. Que se diga con claridad qué seguimiento psicológico y legal va a tener Marianne. Porque no basta con soltarla y esperar lo mejor.

Porque si en seis meses o en seis años volvemos a saber de ella por un nuevo acto violento, será nuestra voz la que repita: se los advertimos.

Hoy, no podemos quedarnos calladas solo porque esta vez fue una mujer la agresora.
La violencia no tiene género. Y la justicia tampoco debería tenerlo.

Hasta aquí el chisme, lo viral, el tamal con crema… y también con pasas

Por Adriana Colchado @Tamalito_Rosa

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