Así nació ‘El Cerdo Picante’

Por: Admin

COMPARTE:

Facebook
X
WhatsApp

Cobrábamos por la compañía, por la atención, por la sensación de ser los reyes de la noche.

Algunos querían que los escucháramos, otros querían sentirse deseados. Cada uno tenía su debilidad, y nosotras sabíamos encontrarla.

 

Todo empezó como una broma entre amigas. Una noche, en mi departamento, con copas de vino vacías sobre la mesa y música suave de fondo, hablamos de lo fácil que era para algunos hombres pagar por la ilusión de una mujer que los mirara como si fueran únicos en el mundo.

—No necesitan amor —dijo Liz, cruzando las piernas con elegancia—. Solo necesitan sentirse importantes.

—Y si van a pagar por eso —añadió Gaby, sirviendo más vino—, que nos paguen bien.

Así nació el Cerdo Picante.

No éramos prostitutas. Tampoco simples acompañantes. Éramos un espectáculo. Una experiencia. Algo diferente, aunque con el mismo final.

Nos reuníamos en una casa vieja ubicada en el barrio del Carmen, un lugar que acondicionamos con luces bajas, sillones amplios y cómodos y un piano de cola que nadie sabía tocar, pero que se veía hermoso en la esquina.

Los hombres llegaban por recomendación. No aceptábamos a cualquiera. Tenían que ser elegidos, tenían que pagar por la exclusividad.

Y nosotras los envolvíamos en nuestro juego.

Liz era la sofisticada. Sabía exactamente qué decir para que un hombre sintiera que estaba en presencia de una diosa. Gaby era la traviesa, la que se reía con picardía y dejaba en el aire la promesa de algo más.

Yo era la estratega. La que sabía cuándo tocar un brazo con suavidad, cuándo apartar la mirada con falsa timidez, cuándo soltar una carcajada justo en el momento en que él pensaba que tenía el control.

Cobrábamos por la compañía, por la atención, por la sensación de ser los reyes de la noche.

Algunos querían que los escucháramos, otros querían sentirse deseados. Cada uno tenía su debilidad, y nosotras sabíamos encontrarla.

El dinero empezó a fluir como un río. Billetes doblados en sobres discretos, relojes costosos dejados sobre la mesa como un gesto de agradecimiento, transferencias con cantidades que hacían sonreír a cualquier banquero.

Nos volvimos expertas en el arte de la seducción rentable.

Pero no todas las historias tienen finales felices.

Porque cuando juegas con fuego, siempre hay alguien que se quema.

Y esta vez, fui yo.

Hasta que apareció él.

Su nombre era Tonny. Ni alto ni chaparro, discreto, de esos hombres que con su mirada y presencia lo dicen todo. No era como los demás. No babeaba por nosotras, no intentaba impresionar, solo iba a pasar el rato y a acompañar su soledad.

Cuando entró por primera vez al negocio, lo supe. Algo en él era diferente.

—Cuidado —me susurró Gaby esa noche, cuando notó la forma en que él me miraba—. No es como los otros.

Pero ya era tarde.

Porque en lugar de jugar con él, él empezó a jugar conmigo.

Las primeras noches fueron como siempre: risas, miradas, seducción calculada. Pero Tonny no se conformaba con mi cuerpo.

—Eres una mujer exquisita: bonita e inteligente —me dijo una vez, con una copa en la mano—. Pero no te creo.

—¿No me crees qué?

—Nada. Ni tu sonrisa, ni tu risa, ni la forma en que finges que amas tu trabajo.

Su mirada me perforó.

—Entonces, ¿por qué sigues viniendo? —repliqué, con mi mejor tono indiferente.

—Porque quiero saber que es lo real en ti.

Ese fue el comienzo de mi error.

Porque empecé a buscarlo con la mirada cuando llegaba al club. A esperarlo sin darme cuenta. A sentir que, por primera vez, alguien me veía a mí, y no al personaje que había creado.

Y cuando me di cuenta de que ya no lo veía como un cliente, sino como algo más, supe que estaba perdida.

El juego ya no era mío.

Era suyo.

No hubo despedidas, ni mensajes, ni excusas. Simplemente dejó de venir.

Al principio, lo ignoré. O al menos, intenté convencerme de que lo hacía. Teníamos otros clientes, otros hombres que seguían pagando por nuestra compañía. El dinero seguía fluyendo, las noches seguían siendo una danza de seducción y poder.

Pero algo dentro de mí se había roto.

Las risas ya no me salían naturales. Las miradas ya no tenían el mismo brillo.

Me volví descuidada.

Tanto, que una noche cometí el peor error: aceptar a un cliente sin investigarlo bien.

Era un empresario, según dijo. Pagó más que nadie para tenerme toda la noche a su lado. No me importó. Estaba distraída, cansada de fingir que todo seguía igual.

Pero en cuanto nos quedamos a solas, supe que algo andaba mal.

—Eres más bonita de cerca —dijo, deslizando una mano por mi brazo sin esperar permiso.

Mi cuerpo se tensó. Algo en su mirada me puso en alerta.

Intenté retirarme con elegancia, pero su agarre se volvió más fuerte.

—No tienes que fingir conmigo —susurró—. Sé lo que realmente haces aquí.

Mi piel se erizó.

—No sé de qué hablas.

—Oh, claro que sí.

Mi corazón martillaba en mi pecho. Traté de alejarme, pero su mano subió a mi cuello.

Y entonces, la puerta del salón privado se abrió de golpe.

Tonny

Su mirada era hielo puro.

—Déjala ir —ordenó, con voz peligrosa.

El hombre sonrió con desdén.

—¿Y tú quién eres?

Tonny no respondió. Solo se acercó. Y fue suficiente.

En segundos, el hombre soltó mi brazo y se marchó, tartamudeando insultos.

Me quedé ahí, temblando.

—¿Estás bien? —preguntó.

Lo miré, sin entender nada.

—¿Por qué volviste?

Él exhaló con frustración y pasó una mano por su cabello.

—Porque, aunque intenté alejarme, no pude.

Sentí un nudo en la garganta.

—¿Quién eres realmente?

—Importa —susurró.

Y en ese momento supe que mi juego había terminado.

Esa misma noche, dejé el Cerdo Picante.

No porque él me lo pidiera, sino porque entendí que había llegado demasiado lejos.

El dinero, el poder, la sensación de control… nada de eso valía la pena si terminaba perdiéndome a mí misma.

Así que me fui. Sin mirar atrás.

Sin embargo, mientras caminaba lejos de aquel mundo, supe que había una única pregunta que aún no tenía respuesta:

Si realmente estaba huyendo del Cerdo picante…

¿O de lo que Tonny despertaba en mí?

 

 

Síganme en equis @LolitaMovi