Estábamos demasiado cerca para ser casualidad, su hombro rozó el mío apenas, lo justo para que la humedad en mi ropa interior reaccionara antes que mi cabeza. Sentí el bulto de su pantalón, firme, contenido, entrenado para no excederse… y aun así, había tensión, de la que no se ve, pero se siente entre las piernas.
Hablaba de orden, de reglas, de medicina, admito que olía un poco a gasolina, yo lo observaba mover la boca, preguntándome en qué momento ese discurso tan correcto se había vuelto una provocación.
Sus manos, siempre ocupadas… Nunca quietas. Cuando se inclinó hacia mí, su voz bajó lo suficiente para que dejara de ser pública, su aliento rozó mi oído, no fue íntimo, fue peor… fue deliberado.
—Hay que saber contenerse —dijo.
Sentí el impulso de reír… o de provocarlo. Porque su cuerpo decía lo contrario, su parte tensa, sus manos sudadas, la forma en que se detuvo justo antes de invadirme.
Le sostuve la mirada y pude ver cómo algo se le paraba más evidente y no eran los vellos de sus brazos. El gesto exacto de un hombre acostumbrado a mandar… cuando el cuerpo empieza a desobedecer.
Él me miraba como si intentara calcular el riesgo, como si yo fuera un expediente que no cierra, una variable incómoda, un error en su sistema perfecto y ese esfuerzo por mantenerse correcto era, paradójicamente, lo que más lo delataba.
Su erección rozó mi entrepierna. No se apartó. Mi respiración cambió… la suya también. Y entonces pensé en Tony.
En la manera en que Tony no se contiene, porque no puede ocultar ese apetito feroz que me devora, en cómo con Tony no hay cálculo, sólo incendio.
Este hombre frente a mí creía que la cercanía podía medirse, que la tensión se administra, que el cuerpo obedece a la razón, ja… no sabe nada.
Cuando se enderezó, dejando espacio entre nosotros, sentí el hueco como una ausencia física. Él también lo sintió, lo vi acomodarse el saco y el pantalón, recomponerse, recuperar esa fachada de control que tanto le cuesta sostener.
—Fue un gusto verte —dijo, demasiado serio.
—Lo fue —respondí.
Y lo fue, porque lo dejé con ganas, lo dejé sabiendo que, por una fracción de segundo, perdió el dominio… Pero no era él a quien quería.
Mientras se alejaba, recordé todo de Tony, sus partes grandes, siempre seguro, sin miedo a tocar donde otros sólo imaginan. Recordé su largo, su forma de acercarse sin pedir permiso, sin discurso, sin reglas.
Este diputado cree que el deseo se regula… Tony sabe que se vive.
Y aunque el cuerpo del primero reaccionó… mi cuerpo traicionero y honesto, sólo responde a uno… Siempre a Tony.