Lo vi entrar desde lejos, imposible no reconocerlo… Ese diputado cuyo traje siempre parece recién planchado, su perfume anuncia su llegada antes que él, y su ego ocupa más espacio que cualquier persona en la sala.
Sonríe como si hubiera cámaras alrededor incluso cuando no las hay y saluda con ese entusiasmo exagerado que sólo tienen los hombres que se creen irresistibles….
—¡Qué gusto verte! —me dijo, sosteniéndome la mano más tiempo del necesario. Un gesto calculado, pulido, casi protocolario.
Ese es su estilo: todo en él se siente ensayado, las palabras, los halagos, incluso la forma en que inclina la cabeza al escuchar… aunque en realidad no escucha a nadie más que a sí mismo. Es ambicioso, seguro, encantador a ratos, primo de alguien que huele a gasolina a metros, alguien que puede tener tintes rojos pero ser tono naranja, que alguna vez se creyó “indígena”, y completamente acostumbrado a que el mundo le ría las gracias.
Yo asentí, sonreí e hice lo que se hace con hombres como él… jugar el juego.
Pero mientras me hablaba mi mente estaba a kilómetros de ahí… Pensaba en Tony, en ese hombre que no necesita levantar la voz para que el cuerpo se me encienda, que no llega con discursos sino con presencia, ese hombre que no se anuncia sino que se siente en la humedad chorreando en la ropa interior.
Aquel diputado seguía moviendo las manos, explicando algo que olvidé al instante, su voz sonaba lejos, como un ruido de fondo que la mente filtra cuando está demasiado ocupada imaginando otra cosa… u otro alguien. Y yo, recordando cómo Tony me penetra: lento, profundo, casi como si en ese momento pudiera tocar el cielo, recordé la sombra de su barba rozando mi entrepierna, recordé la forma en que su voz baja un tono cuando me habla, como si cada palabra me acariciara desde dentro al igual que su lengua.
Y ahí estaba yo, atrapada escuchando al político más ruidoso del salón… mientras mi cuerpo respondía al recuerdo del hombre más “duro” que conozco. Porque puedo estar rodeada de políticos, de discursos, de hombres que creen que el mundo les pertenece… pero mi piel solo reconoce a uno, mis caderas y mis senos solo le pertenecen a uno… A Tony, siempre Tony… Incluso cuando no puedo tenerlo o cuando otro me habla… y yo solo recuerdo la humedad que solo puede saborear él.