—Te ves hermosa con ese color en los labios —me dijo directo, sin rodeos.
No supe qué responder. Me sonrojé como una niña. Conny solo sonrió, cómplice.
Por @lolitaMovi
Les cuento que hace tiempo sostuve una relación con un mini empresario, en realidad era un facturero.
Yo era la novia perfecta, estudiaba, me arreglaba para él, nada toxica e incluso le cocinaba cuando el me pedía mis deliciosas papas al horno con tocino.
Intentamos vivir juntos un rato. Me esmeraba siempre en tener una casa limpia… demasiado limpia. No porque me encante limpiar, sino porque no tenia más que hacer.
Esa temporada me dediqué a él y al hogar.
Él se metió de lleno a su negocio: desayunos, comidas y cenas; ‘Son cosas del trabajo’ -siempre me decía-, los fines de semana se la pasaba viendo series y si bien me iba me llevaba a comer con ‘la acida’ de su madre.
Y yo… yo solo tenia derecho a escoger la despensa y la escoba cuando íbamos al super, siempre esperando que algo cambie, que algo me sorprenda, que él me mire de nuevo como lo hacía antes. Pero no. Hace tiempo que no noto una chispa en sus ojos cuando me ve.
Hace tiempo que no me dice que me veo linda.
Me empecé a sentir invisible.
Hasta que un día cualquiera, alguien nuevo se mudó a la casa de al lado.
Era una mujer, de mi edad más o menos, pero con ese aire de libertad que yo había perdido. Se llamaba Coral. Tiene el cabello corto, siempre va bien arreglada, y no le da miedo hablar con desconocidos. Esa misma semana, vino a tocarme la puerta con una copa de vino en la mano, y una sonrisa grande.
—Vecina, ¿cómo estás? Me llamo Conny. Estoy haciendo una fiestita este viernes en mi patio, algo tranquilo, solo amigos… ¡Tienes que venir! Te juro que te va a hacer bien.
Yo dudé, por supuesto. No suelo salir, no tengo qué ponerme, mi pareja se enteraría… Pero algo en su tono me sacudió. Me hizo sentir viva. Acepté.
El viernes por la noche, después de que mi pareja se fue a una cena de negocios con unos funcionarios del gobierno, me maquillé como no lo hacía desde hacía tiempo.
Me puse un vestido que había comprado para una boda que nunca ocurrió. Me sentí rara al verme al espejo… pero también bonita. Nerviosa. Como una adolescente.
Cuando llegué a la fiesta, sentí que el mundo era otro. Música suave, luces cálidas, gente riendo, conversando… y yo, ahí en medio, siendo mirada.
Un hombre de ojos cafés intensos se me acercó y me dijo con una sonrisa:
—¿Tú eres Lolita, la vecina bonita de la que Conny no deja de hablar?
Me reí, como si no supiera qué decir. Hacía tanto que no escuchaba un piropo sin dobleces, sin rutina. Me sentí deseada, admirada. Él no fue el único que se me acercó. Me ofrecieron vino, me preguntaron por mí, por mis gustos, por mis sueños.
Y ahí lo supe. No quería ser infiel. No buscaba venganza. Solo quería sentirme vista. Sentirme viva. Volver a ser mujer, no solo ama de casa.
Esa noche no pasó nada más… pero dentro de mí, algo despertó.
Y ya no podía volver a dormirlo.
Después de aquella fiesta en casa de Conny, algo cambió en mí. No fue de un día para otro, pero sí lo suficiente para que empezara a verme con otros ojos frente al espejo. Me arreglaba más. Me pintaba los labios aunque fuera solo para ir al supermercado. Y no, no era por los demás… era por mí. Porque me cansé de sentirme invisible.
Una tarde, Conny me invitó a tomar café a una terraza cercana. Ahí lo vi otra vez. El hombre de la fiesta. Se llama Tonny. Trabaja como periodista independiente, divorciado, sin hijos. Se unió a nuestra mesa con naturalidad y yo no pude evitar sonreír al verlo.
—Te ves hermosa con ese color en los labios —me dijo directo, sin rodeos.
No supe qué responder. Me sonrojé como una niña. Conny solo sonrió, cómplice.
Desde ese día, Tonny empezó a escribirme. No con cosas vulgares, no. Me mandaba fotos de los lugares en donde estaba, me preguntaba cómo estaba, me decía que pensaba en mí. Y yo… yo me sentía viva. Como no me había sentido en los últimos meses.
Una tarde de viernes, mi pareja se fue de viaje, ‘negocios mi Reyna’ -eso me dijo. No preguntó si yo quería hacer algo. No me pidió opinión. Solo me aviso como siempre.
Entonces tomé una decisión. No lo cuestioné. No me sentí culpable.
Le escribí a Tonny:
” ¿Tienes planes esta noche?”
Y él respondió al instante:
“Solo si estás en ellos.”
Me recibió en su oficina con una copa de vino y una música suave de fondo. La luz era tenue. Su mirada no me presionaba, solo me invitaba.
—¿Segura? —me preguntó con ternura cuando me tuvo cerca.
—Sí —le dije en voz baja, con los ojos cerrados.
Me besó como si no tuviera prisa. Como si llevara años esperando ese momento. Su boca se movía sobre la mía con lentitud, con deseo sincero, con respeto. Sentí cómo me acariciaba el rostro, cómo recorría mi cuello, mis hombros… cómo me desnudaba no solo el cuerpo, sino el alma.
En su oficina no me sentí culpable. Me sentí admirada, deseada, valorada. Me abrazó después, sin decir una palabra, y yo apoyé mi cabeza sobre su pecho. Escuchaba su respiración, su calma. La mía también. No había tormenta. Solo había… vida.
Cuando volví a casa al día siguiente, algo en mí era distinto. No me dolía lo que había hecho. Lo que dolía era darme cuenta de todo lo que había dejado de sentir durante años.
No espere más y abandoné a mi pareja, solo le deje un recado.
Tampoco hice una vida con Tonny, pero tampoco he dejado de frecuentar su oficina y de hacer el amor en esa bonita oficina.