Feliz día del maestro… al que me enseñó a mentir

Por: Editor Moviendo Ideas

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Hoy es Día del Maestro y todo el mundo anda muy sentimental recordando a “quienes marcaron su vida”. Pero si vamos a hablar de maestros, hablemos de todos. Porque no todos dan clases frente a un pizarrón. Hay maestros que enseñan en la vida con humillaciones, con desprecio, con silencios.

Yo, por ejemplo, aprendí más de los fracasos y decepciones que de cualquier aula. Terminar mis estudios me costó trabajo. No solo por lo económico, ni por el caos familiar que llevaba encima. Me costó porque mi obsesión por ser atractiva me valió un montón de estigmas.

Siempre llegaba sobre arreglada. Labios rojos, tacones, y esa mirada que disimula la tristeza con un delineado perfecto. No porque quisiera agradar a nadie, sino porque sentía que si no me pintaba la boca, nadie me iba a notar. Y cuando una no tiene nada que ofrecer —ni apellido influyente, ni promedio de excelencia, ni un carácter moldeado por una infancia de estabilidad emocional— entonces se pinta. Porque al menos eso te da algo: presencia.

Y claro, en esa presencia, molestaba. Me señalaban los compañeros y compañeras, me criticaban hasta las maestras. Como recuerdo cuando una de ellas me dijo después de una desastrosa presentación de un proyecto, que “con esa falda no necesitas ser buena alumna”.

Años después entendí que sí, tenía razón. No necesitaba ser buena alumna, pero no por mi falda, sino porque mi talento no era hablar, sino observar y callar.

Y fue entonces cuando conocí a Tony.

Él me quiso manipular. Pero cometió el error más humano de todos: se enamoró de lo que yo escondía. Se enamoró de mi vulnerabilidad, de mi tristeza bien peinada, de mi miedo a no ser suficiente, de mi talento para observar.

Y mientras él me enseñaba a mentir, yo aprendí a descubrir verdades.

Aprendí que la información es la moneda más cara. Que saber un secreto es más poderoso que tener un cargo. Que una sonrisa en el momento correcto vale más que mil discursos. Tony me enseñó a colarme en salones donde no se da clase, pero se dicta el rumbo del poder. Me enseñó que no todos los alumnos son inocentes, y no todos los maestros están al frente.

Desde entonces vivo en la sombra. Entro a lugares donde los poderosos se sienten seguros y sonrío cuando me reconocen. Porque saben que los conozco. Porque saben que sé cosas. Y eso los aterra.

Me gusta pensar que soy la clase de exalumna que nadie presume, pero todos recuerdan. Que no aparezco en sus homenajes, pero les quitó el sueño más de una noche.

Así que sí, felicidades a los maestros. Pero también a los que enseñan sin quererlo. A los que me quisieron callada y sumisa. A los que pensaron que solo servía para verme bonita. A los que se burlaron de mí en clase. A los que intentaron usarme.

Gracias, Tony. Gracias, maestra. Gracias, vida.

Aprendí la lección. Y ahora la que da clase… soy yo.