Esclava de la zona roja.

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Aunque las calles del centro histórico de Puebla en teoría deberían estar vacías, la zona roja sigue su actividad, esos pequeños motelitos y vecindades viejas siguen operando sin rubor alguno y con la complicidad de todos: autoridades, padrotes, prostitutas, clientes…

Las prostitutas cruzan la calle y empujan las puertas del hotel, ahí les dan una habitación barata y un poco de rollo marca ‘patito’ y es que la higiene es la higiene.

Leslie abre esa puerta al menos 10 veces al día durante la pandemia, pero cuando todo regrese a la normalidad la obligaran abrirla el doble para recuperar el tiempo perdido.

Lo mismo recibe chamacos de 15 años que quieren experimentar su primera vez, que ancianos que cobran el apoyo del gobierno y se lo van a gastar con ella.

Leslie no tiene más de 32 años y lleva metida en este negocio 8 años, aun es bella, es alta y se ejercita para mantenerse en forma.

Leslie tiene unos meses que se hizo de un cliente.

Un hombre que se enamoró de ella y que cada que la ve paga 500 pesos para ir al motel y solo platicar quince minutos.

Hace unos días su cliente le dio un poco de dinero de más, le entregó un papel con un teléfono de una persona que la ayudaría a denunciar a su padrote.

Ella guardó el papel en su bolso, Louis Vuitton, que había comprado en el tianguis, los lavaderos.

Después Leslie volvió a su esquina y a mascar nuevamente su chicle sinsabor.

Durante ese día recibió tres clientes más: un borracho, un drogadicto y otro que llevaba al menos una semana sin bañarse y que le pagó por ‘chuparsela’

Al terminar su día decidió denunciar a su padrote.

Dudó y pensó: si lo hago voy a valer madres.

Pero de inmediato  rectificó y murmuró: pero si desde hace mucho yo ya valí madres.

Mi cuenta en tuiter: @soprano_tonny

Periodismo ficción