En los pueblos de México, el tiempo no solo se mide en relojes: también se escucha
El repique de las campanas sigue marcando los días, convocando a la fe y tejiendo la vida comunitaria. En estados como Tlaxcala, Oaxaca, Michoacán o Puebla, su sonido conserva el poder de comunicar lo esencial, como lo hacía hace siglos, antes de la llegada de la radio o las redes sociales.
Un lenguaje que organiza la vida
Durante generaciones, las campanas han sido la voz colectiva de los pueblos. Cada toque tiene un significado preciso: tres campanadas largas anuncian la misa, los repiques rápidos celebran una fiesta, los golpes lentos acompañan a los difuntos. Es un lenguaje sonoro aprendido por todos, una memoria auditiva compartida que guía la vida cotidiana.
En muchas comunidades rurales, el sonido de las campanas marca el pulso del día: al amanecer, llama a la misa matutina; al mediodía, al rezo del Ángelus; por la noche, al rosario. Así, sin depender de tecnología, la comunidad se organiza a través de un código ancestral que sobrevive en la memoria colectiva.
Campanas de fe, historia y mestizaje
El uso de las campanas en México tiene raíces coloniales, pero su historia está entretejida con las antiguas tradiciones indígenas. Antes de la evangelización, los pueblos se comunicaban con caracoles, tambores y teponaztlis. Con la llegada de los templos, el sonido metálico de las campanas sustituyó a esos instrumentos, fusionando símbolos y creando una identidad mestiza donde lo religioso y lo comunitario se mezclaron.
Muchas de las campanas que aún resuenan en los pueblos fueron fundidas hace siglos. Algunas llevan inscripciones con nombres de santos o donantes; otras, contienen monedas de plata en su composición, lo que les otorga un timbre irrepetible. Cada campana tiene una voz única, moldeada por la historia del lugar que la hizo nacer.
El oficio del campanero
Ser campanero es más que tocar: es custodiar un legado. En muchos pueblos, este oficio se hereda, se aprende desde la infancia y se ejerce con orgullo. El campanero cuida la estructura, revisa los badajos, limpia el bronce y, sobre todo, interpreta los mensajes que el pueblo necesita escuchar. Su conocimiento transforma el sonido en emoción, memoria y pertenencia.
En Tlaxcala, por ejemplo, los campaneros —a menudo topiles o encargados comunitarios— mantienen vivo este arte. En la parroquia de San Luis Obispo, las campanas suenan con precisión: a las 6:30, 6:40, 6:55 y 7:00 de la mañana llaman a misa; durante la consagración, repican con solemnidad; a las 20:00 horas, anuncian el rosario comunitario. Todos en el pueblo reconocen cada toque: son señales de fe, de tiempo y de vida compartida.
En Texantla, el campanero desempeña el último cargo eclesial del sistema comunitario. Su tarea exige disciplina y oído fino. Cada día toca la “Adoración del Alba” al amanecer y la “Oración del fin del día” al anochecer. Su repique no solo marca las horas: reafirma el vínculo entre los vecinos y su historia común.
El arte de fundir campanas
La tradición de fundir campanas en México se remonta al siglo XVI. Talleres artesanales en Puebla, Guanajuato y Michoacán han preservado esta técnica, que combina ciencia, arte y espiritualidad.
Primero se elabora un molde de barro y cera; luego, se funden metales —principalmente bronce y estaño— hasta alcanzar la temperatura exacta. El maestro fundidor vierte el material, bendice el metal y, al romper el molde, escucha por primera vez la “voz” de la campana: su nacimiento sonoro.
Algunos artesanos todavía añaden monedas de plata, una práctica ancestral que mejora la claridad del timbre. Para los fundidores, cada campana es un ser vivo que debe ser escuchado, no solo fabricado.
Una voz que resiste al silencio
En 2022, la UNESCO reconoció el toque manual de campanas como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. En México, ese reconocimiento protege una práctica que, más allá de su función religiosa, representa la identidad y la cohesión social de los pueblos.
Aun cuando los altavoces o sistemas eléctricos se han vuelto comunes, el sonido manual de las campanas sigue teniendo un lugar especial. Es una voz que convoca, que emociona, que recuerda. Para muchos, escuchar una campana es volver a la infancia, a la fiesta patronal, al adiós de un ser querido.
En un mundo donde el tiempo se mide por pantallas y notificaciones, las campanas siguen marcando el ritmo de la comunidad. Su repique resiste al silencio y mantiene vivo un arte que, más que sonar, habla: de fe, de historia y de la profunda identidad de los pueblos de México.