La Quema de Judas: de rito espiritual a protesta colectiva

Por: Rocío Rios

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Una tradición de siglos que ha evolucionado en América Latina como símbolo de rechazo social y catarsis popular.

20 de abril de 2025.- La Quema de Judas es una práctica ancestral que ha trascendido generaciones, continentes y significados. Con raíces en la Europa medieval y expandida por América Latina durante la colonización española, esta ceremonia originalmente religiosa ha mutado con el paso del tiempo en una forma de expresión social cargada de crítica política, indignación colectiva y, para muchos, una forma de justicia simbólica.

Esta tradición, profundamente arraigada en las celebraciones de Semana Santa, tiene como figura central a Judas Iscariote, el apóstol que, según los Evangelios, traicionó a Jesús de Nazaret por treinta monedas de plata, acto que derivó en su crucifixión. Para simbolizar el castigo y la expulsión del traidor, se confecciona una figura grotesca, generalmente hecha de cartón, paja y tela, que representa a Judas o, en un sentido más amplio, al mal. El muñeco es luego colgado en un sitio público y consumido por el fuego, en un acto que se lleva a cabo el Sábado de Gloria o al día siguiente de la crucifixión, en el Domingo de Resurrección.

Un rito de fin y de comienzo

Más allá del aspecto teatral y escenográfico, la Quema de Judas representa simbólicamente la destrucción del mal y la posibilidad de un nuevo comienzo. Es un acto que cierra el ciclo del dolor y da paso a la esperanza, una purificación mediante el fuego que borra lo corrupto y renueva el espíritu comunitario.

Sin embargo, con el paso del tiempo y el desarrollo de las sociedades modernas, este ritual ha dejado de ser únicamente una práctica religiosa y ha adquirido connotaciones políticas y sociales. En muchas ciudades y pueblos de América Latina, los muñecos de Judas ya no se parecen a un diablo genérico o a una figura abstracta de maldad. En su lugar, se construyen efigies que representan a figuras públicas concretas: políticos, empresarios, criminales, y en general, a cualquier persona o institución que haya generado rechazo, rabia o indignación popular.

Del diablo al político: la transformación del Judas moderno

El cambio en el significado de esta tradición no es menor. A medida que la conciencia colectiva fue percibiendo que el mal no solo habitaba en lo espiritual, sino también en lo terrenal y en las estructuras de poder, los muñecos comenzaron a tener rostros y nombres. En lugar de exorcizar demonios abstractos, la sociedad comenzó a volcar su enojo y frustración en aquellos a quienes considera responsables de injusticias.

Hoy en día, no es raro ver muñecos que imitan a presidentes impopulares, funcionarios corruptos, criminales conocidos o personajes mediáticos que han generado escándalo. Estas figuras son exhibidas públicamente y luego quemadas ante una multitud que participa con entusiasmo en el acto. No se trata solo de una tradición, sino de una ceremonia de desahogo colectivo, una especie de juicio popular donde la sentencia es el fuego.

En este contexto, la quema deja de ser una práctica meramente simbólica para convertirse en una forma de denuncia social. El fuego no solo purifica, también denuncia, exhibe y protesta. Es una manera de decir “no estamos de acuerdo”, de evidenciar lo que está mal, y de recordarle al poder que hay un juicio más allá del legal: el juicio del pueblo.

Una catarsis compartida

La Quema de Judas, en su forma contemporánea, cumple una función psicológica importante en la sociedad. Es una catarsis compartida que permite liberar tensiones, canalizar frustraciones y, de alguna manera, sentir que se recupera cierto control sobre una realidad muchas veces percibida como injusta o caótica.

Aunque algunos sectores consideran esta práctica como violenta o irreverente, para otros es una herramienta cultural que fomenta la participación ciudadana y la expresión colectiva. Lo que empezó como una representación del castigo divino, hoy se convierte en una manifestación de la democracia informal, donde la gente elige a sus propios Judas y les impone un castigo simbólico.

Tradición viva y en constante transformación

La riqueza de esta tradición reside precisamente en su capacidad de adaptación. Lejos de perderse, la Quema de Judas se ha transformado y se mantiene vigente como una expresión cultural poderosa, con profundas implicaciones históricas, sociales y políticas. En pueblos y ciudades de México, Venezuela, Colombia, Ecuador y otros países de América Latina, continúa siendo parte esencial de las celebraciones de Semana Santa.

Ya sea como acto de fe, como ritual de purificación, o como expresión de protesta social, la Quema de Judas sigue siendo un espejo de la sociedad que la realiza. En cada figura quemada, en cada llama encendida, arde también la memoria de lo que se quiere dejar atrás y la esperanza de lo que está por venir.