¿Cómo es posible que un conjunto de borrones de pintura nos haga sentir que estamos frente a una sala llena de personas? ¿Por qué hay cuadros que, al mirarlos, parecen moverse, latir, emocionarnos?
Madrid (EFE) a 1 DE MAYO DE 2025- A estas preguntas trata de responder el catedrático emérito Fernando Giráldez en su libro Un neurocientífico en el Museo del Prado, una obra que une arte y biología en una fascinante exploración sobre cómo vemos el mundo.
Giráldez, especialista en fisiología y neurociencia, sostiene que maestros como Velázquez, Tiziano o Leonardo da Vinci entendían, de manera intuitiva, los mecanismos del ojo humano y del cerebro mucho antes de que la ciencia los explicara. “Fueron neurocientíficos intuitivos”, afirma. Según explica, estos genios descubrieron cómo generar la ilusión de profundidad, movimiento o emoción en un lienzo plano, y lo lograron manipulando con maestría la forma en la que nuestro cerebro interpreta las imágenes.
Uno de los ejemplos más reveladores del libro es Las Meninas, de Velázquez. “Cuando te acercas, ves borrones; cuando te alejas, ves una habitación completa”, señala Giráldez. La clave, dice, está en que el pintor comprendía cómo percibimos el espacio, la luz y la perspectiva, y lo utilizaba para engañar —o fascinar— a nuestro sistema visual.
La Mona Lisa también tiene su capítulo especial. ¿Sonríe o no sonríe? Para Giráldez, la respuesta está en cómo funciona la retina: sólo el 2 % de nuestro campo visual está en foco. Así, cuando miramos los ojos de la Gioconda, su boca queda difuminada y parece sonreír; cuando enfocamos la boca, esta se vuelve estática. Es un juego visual que Da Vinci sabía manejar con su técnica del sfumato, difuminando los bordes como los vemos en la vida real, donde casi nada tiene contornos nítidos.
En Un neurocientífico en el Museo del Prado, Giráldez nos invita a mirar las obras maestras desde otra perspectiva: la de la ciencia. Nos lleva a descubrir cómo El Bosco, Sorolla o Velázquez lograban sus efectos visuales manipulando no solo el color o la forma, sino también nuestra percepción. Y lo hace con un lenguaje accesible, que abre la puerta tanto a los científicos curiosos como a los amantes del arte.
“Creo que este libro, a todo el que haya hecho un buen bachillerato, le tiene que encantar”, asegura el autor. Porque no se trata solo de cuadros, sino de cómo el arte puede emocionarnos porque, sin saberlo, nos habla en el lenguaje que entiende nuestro cerebro.