La historiadora, dedicada al estudio de las infancias, denuncia la falta de libertad que tienen los menores por las graves violencias que enfrentan en el país
Susana Sosenski es una buscadora de perlas. Sus tesoros son dibujos coloreados, diarios de niñas que relatan el exilio o testimonios de menores ante los tribunales de 1940. La mexicana es una de las pocas historiadoras en México dedicadas al estudio de las infancias. En una especialidad conformada principalmente por mujeres, Sosenski escarba en los archivos de la primera mitad del siglo XX tratando de encontrar las voces más pequeñas. “No es lo mismo ser niño en la Grecia antigua que ser un niño zoque en el sur de México hoy. La infancia cambia con el tiempo”, dice la historiadora, que indaga: ¿a qué jugaban los niños en la Revolución mexicana? ¿Cómo vivieron la Gran Depresión? ¿Qué aportaron a nivel político y económico? Y cuando rastrea con esas preguntas, ellos aparecen.
La investigadora, que recibió este año el reconocimiento Sor Juana de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), ha dedicado gran parte de su carrera a recuperar la participación de los niños en la historia: sus movilizaciones, su consumo y producciones, su programa de ahorro y su fuerza de trabajo.
En su último proyecto, Robachicos. Historia del secuestro infantil en México (1900-1960), Sosenski se sumergió en el miedo para rescatar las voces de los niños que silenció la violencia. El libro fue un ejercicio de poner una nación ante el espejo, de indagar en el pasado para encontrar elementos que permitan explicar el presente. En 2021, en México desaparecieron 13 menores al día, dos por hora. “Estamos en una etapa terrorífica de desapariciones de niños”, resume la investigadora, que cuestiona: “¿Qué se hizo en México para llegar a esto? ¿Para evitar esto?”.
En el siglo XX, México era un país atormentado por sus niños robados. La prensa había desplegado su poderío para crear un clima de pánico social. El seguimiento de casos como el de Fernandito Bohigas, hijo de un contador en la colonia Juárez, o de Norma Granat, de una familia de magnates del cine, contribuyeron a endurecer las penas por secuestro infantil. Ahora llega hasta los 15 años, pero Sosenski apunta hacia un tejido social descompuesto: “Solo las leyes no van a resolver la situación. Los niños deberían poder ir seguros a la escuela o a los parques públicos sin sus padres”. “Robachicos es también una denuncia de lo que somos: ¿cómo es posible que hayamos construido un país donde cada vez los niños tienen menos libertad en el espacio público?”.
Para escribir el libro, Sosenski leyó centenares de expedientes judiciales y se llenó de casos narrados en la nota roja. Salió dañada por el dolor de las madres que ya gritaban en las calles de hace 100 años por sus hijos. Son hoy otras madres, otros los hijos, pero también son los mismos. “El libro muestra que es una situación que cargamos desde hace décadas”, asegura.
Entonces, las principales causas de secuestro infantil ya eran el abuso sexual y la trata. “El uso de niñas para prostitución sexual ajena empieza muy temprano en México”, explica la historiadora, que matiza: niñas y pobres. “En una sociedad muy patriarcal y muy machista, el cuerpo de una niña pobre era un objeto desechable, que se utilizaba, se botaba por ahí y que no importaba a nadie”, dice, “y en esas seguimos”.
A diferencia del secuestro, la alarma no se instaló en el país por las cientos de niñas violadas. “En los juicios y los expedientes no hay ninguna consideración. Es más bien: ‘Te pasó, es natural, era difícil que no te pasara, asúmelo, no llores, vas”, detalla Sonsenski. Y en un pasado que recuerda al presente, añade: “Lo que yo veo de 1900 a 1960 es una gran corrupción de las autoridades. Son policías que van a esos burdeles y usan esos cuerpos infantiles. Son policías que protegen a los que abusan. Además de un sistema de justicia que no está funcionando, hay un aparato estatal dedicado a proteger al perpetrador”.
“La violencia contra la infancia es parte de la cultura patriarcal”
México ha tenido avances en las últimas décadas en la protección de los niños. Para Sosenski es importante reconocerlos: el tránsito a una cultura familiar donde ya se cuestiona que sean golpeados o su definición como sujetos de derechos, que pueden emitir sus opiniones y ser consultados en juicio de divorcios, patria potestad o reasignación de género. Aún así las cifras de México son crueles con la infancia. Es el país de la OCDE con mayor número de abusos —5,4 millones de niños cada año—, trabajan 3,2 millones de menores, se registran 8.000 embarazos infantiles anuales, cinco millones de niños abandonaron la escuela durante la pandemia, y en la última década se cuentan más de 21.000 niños muertos por la violencia, 7.000 desaparecidos.
—¿Qué elementos nos da la historia para entender la situación actual?
—Lo que muestra la historia es una gran continuidad. Yo creo que tiene mucho que ver con la aplicación de la justicia y la gran impunidad que existe desde tiempos bastante antiguos. Por ejemplo, de los procesos que yo encontré por secuestros o abusos pocos tienen una sentencia. Hoy seguimos en una dinámica similar. El otro gran problema que continuamos es tener una cultura profundamente patriarcal, porque las violencias contra las infancias son también parte de esa cultura: es la concepción del cuerpo infantil, del cuerpo femenino, como un objeto. Ahí hay un nódulo que si no resolvemos, no sé por dónde está la salida.
Redactora de EL PAÍS en México. Trabaja en la mesa digital y suele cubrir temas sociales. Antes estaba en la sección de Materia, especializada en temas de Tecnología. Es graduada en Periodismo por la Universidad de Valencia y Máster de Periodismo en EL PAÍS. Vive en Ciudad de México.