A veces vuelvo a ese recuerdo como quien regresa a una herida que ya no sangra, pero sigue ardiendo, no sé en qué momento dejé de pensar y me dejé llevar, sólo sé que la noche tenía ese olor a peligro que siempre me ha sentado demasiado bien.
Su oficina era un santuario de sombras y yo ya sabía a lo qué iba… Bastó que cerrara la puerta para que sus manos me encontraran con esa urgencia que nunca supe si era deseo o ego, o ambas; su boca tocó mi cuello como si quisiera borrar cualquier rastro de cordura, como si en mi piel estuviera escondida alguna respuesta que él necesitaba para seguir siendo él.
Me tomó de la cintura, fuerte, como si el mundo fuera a desmoronarse si me soltaba y yo, lo dejé. Lo dejé porque a veces una también necesita sentirse elegida, segura, devorada por un impulso que no pide permiso. Pero mientras él me recorría, yo ya pensaba en otro… En ese otro que no me tocaba: me incendiaba.
Porque con él podía perderme, pero con Tony… con Tony me deshacía.
El diputado murmuraba mi nombre entre respiraciones torpes, como si la cercanía lo mareara, yo fingía que estaba ahí, que su boca en mi clavícula todavía me hacía temblar, pero mis piernas temblaban por recuerdo, por un fantasma con voz grave, manos grandes y una calma que me desarma sin siquiera intentarlo.
Cuando me apoyó contra el escritorio, cuando quiso hacerme suya, entendí todo: él me deseaba, sí, pero Tony me poseía incluso en ausencia. Ese hombre de traje jamás lograría ocupar el espacio que Tony deja entre mis adentros, cada vez que me mira como si ya supiera lo que voy a hacer antes de hacérselo.
Salí de ahí con el corazón acelerado y el cuerpo desordenado, pero no por él… Era Tony en mi cabeza, en mi piel, en los pliegues de mis ganas… Y sí, lo busqué.
No tuve que decirle nada, apenas me vio acercarme, abrió la puerta de su camioneta y ese simple gesto me derritió más que toda la urgencia prestada de la oficina, me subí sin explicaciones. Él tomó mi mentón con esos dedos que siempre saben exactamente dónde tengo el pulso más vivo. No dijo mi nombre, no necesitó hacerlo.
Y ahí, en ese silencio que quemaba más que cualquier caricia equivocada, entendí que podía intentar distraerme en otros brazos, pero mi cuerpo terco y traicionero siempre iba a volver a él.
A ese hombre que no pide permiso, a ese hombre que me mira como si fuera capaz de perderlo todo por un segundo más conmigo…
A Tony.