Se estima que cada año hay entre 12.000 y 13.000 asesinatos, unos 1.000 accidentes, y alrededor de 6.000 suicidios con armas en EEUU
La idea de que la pasión que los habitantes de Estados Unidos tienen por las armas de fuego se debe a su irrenunciable amor por la libertad es preciosa. También es mentira. Los 330 millones de ciudadanos de ese país tienen casi tantas armas de fuego como los otros 7.570 millones de personas que viven en el planeta Tierra. Tanto amor a la libertad por parte del 4,17% de la población mundial parece, más que un romance, una pasión autodestructiva. Por no hablar de convertir en ‘libertómetro’ al número de rifles semiautomáticos por cabeza de un país.
En EEUU hay, además, más armas de fuego -unos 400 millones – que personas, contando entre éstas últimas a bebés recién nacidos y personas en residencias de ancianos u hospitales psiquiátricos. Es muchísimo más fácil adquirir un arma de fuego que un teléfono móvil. Eso se debe al sistema conocido como ‘ventas privadas’, que se realizan directamente entre el comprador y el vendedor. En esas transacciones no hay requisitos. En el estado de Virginia basta con ser residente en ese territorio y tener más de 12 años de edad. Así es como este periodista podría haberse hecho con una escopeta de segunda mano por apenas 75 dólares (70 euros) en octubre de 2014.
Lo que no se sabe con precisión es cuántas armas hay, porque el Estado no tiene autoridad para contarlas. También se ignora cuántas personas mueren debido a ellas desde que en 1995 el Partido Republicano alcanzó la mayoría en el Congreso y, literalmente, prohibió al Gobierno federal contarlas.
Se estima que cada año hay, por este concepto entre 12.000 y 13.000 asesinatos, unos 1.000 accidentes, y alrededor de 6.000 suicidios, unos actos de los que se habla poco pero que son mucho más fáciles de realizar cuando, en vez de tomarse unas pastillas o saltar por la ventana, una persona puede volarse la cabeza fácilmente. Así que 400 millones de armas ocasionan 20.000 muertos al año. Es el doble de los que fallecieron en los atentados del 11-S y las Guerras de Irak y Afganistán juntos.
El affaire entre los estadounidenses y sus armas es algo moderno, y que refleja las tensiones ideológicas y raciales de ese país. La Segunda Enmienda establece como principio la idea de “una milicia bien regulada”. Pero, quien haya ido alguna vez a las reuniones de la Asociación Nacional del Rifle, que es la principal organización que defiende el derecho irrestricto a la tenencia y uso de armas de fuego, se habrá dado cuenta de que una parte apreciable del público circula en silla de ruedas, porque sufre de tal obesidad que apenas puede caminar. En ninguna milicia del planeta Tierra se admitiría a alguien que no puede andar como fuerza de choque, por muy elevado espíritu castrense que tenga el candidato en cuestión.
De hecho, la NRA fue una organización de cazadores que estaba a favor de una regulación muy estricta de las armas de fuego hasta que en 1971, en medio de la polarización del país por los movimientos contraculturales y de oposición a la Guerra de Vietnam, pasó a abrazar el conservadurismo blanco y cristiano (sus lideres siempre hacen referencia en sus discursos a “nuestras iglesias”) a cuya versión más extrema se ha ido adhiriendo de manera cada vez más radical.
Pero la mayor parte de los estadounidenses que tienen armas no son milicianos de nada. Ahí está para demostrarlo la cuenta de Twitter WellRegulatedMilitia (“MiliciaBienRegulada”) que toma su nombre de la Segunda Enmienda, recoge cada día un festival de barbaridades, con un sarcasmo ardiente, ‘links’ a las noticias, las barbaridades trágicas de las armas de fuego del día: gente que entra en un restaurante sin darse cuenta de que lleva un arma cargada y, al sentarse, se vuela las gónadas, niños a los que sus padres dejan jugar con sus pistolas hasta que uno le vuela la cabeza a otro, y, el favorito de este periodista, una mujer que lleva un revolver en el sujetador y que, al realizar el acto sexual, lo dispara inadvertidamente, matando a su amante y falleciendo ella cuando la bala rebota. Le petit morte transformada en grand morte. Sería más gracioso si no fuera trágico, absurdo y, sobre todo, innecesario.
La Segunda Enmienda nació en el contexto de un país que era, fundamentalmente, una confederación sin verdaderas Fuerzas Armadas de Estados cuasi independientes (de hecho, los estadounidenses no empezaron a referirse a su país en singular hasta finales del siglo XIX, es decir, durante más de 100 años hablaban de su propia nación como si hoy dijéramos “las Alemanias” o “las Españas”, en una clara señal de que la unidad nacional era muy laxa). No solo eso, las armas de fuego y las milicias tenían dos objetivos: matar indígenas y matar esclavos huidos.
La mayor parte del genocidio indígena de Estados Unidos ni fue llevado a cabo por el Ejército, aunque eso es lo que nos contó Hollywood, sino por milicias formadas por lo que se llamaba “ciudadanos afectados”, que, además, al no estar sometidas a ningún código castrense, llevaron a cabo una operación de exterminio que eliminó a los antiguos pobladores del país. En cuanto a las patrullas para capturar a esclavos huidos, es un fenómeno común en otras sociedades coloniales.
Esas tensiones siguen hoy en día. Hace tres meses, el Tribunal de Apelaciones del Tercer Circuito, que cubre el Noreste del país, dictaminó que los inmigrantes ilegales no tienen derecho a poseer armas de fuego porque no son ciudadanos, y los precedentes establecen que esclavos e indígenas, que no eran ciudadanos (de hecho, los indios no se convirtieron en ciudadanos de EEUU hasta la década de los años 30) tampoco disfrutaban de esa prerrogativa. La cuestión cultural y racial es clave aquí. Si California tiene una legislación restrictiva en materia de armas de fuego es porque a finales de los año 60 ese estado limitó de manera estricta ese derecho porque los negros californianos estaban empezando a armarse y a formar milicias. ¿El gobernador que promovió esa medida? Ronald Reagan quien, una década después, se convertiría, como presidente, en un gran defensor de la liberalización de las armas.
Vía: El Mundo