Por Olga Rudenko
Es periodista ucraniana y editora jefa de The Kyiv Independent.
KIEV, Ucrania — No es difícil suponer lo que el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, debe estar ansiando en este momento: un día normal.
Sin duda, el comediante convertido en presidente nunca imaginó que el trabajo iba a ser tan intenso. Primero, estuvo implicado en el juicio político a Donald Trump. Luego, tuvo que hacerle frente a la pandemia de la covid. Y ahora está ante la posibilidad de una invasión a gran escala de Rusia.
Por supuesto, Rusia ha librado una guerra en el este de Ucrania desde 2014. Sin embargo, ahora la amenaza es total: se han acumulado más de 190.000 soldados rusos cerca de las fronteras de Ucrania y en las regiones separatistas, y en cualquier momento podría llegar una invasión que produciría devastación y desastre. Es una situación muy grave. Y Zelenski, quien fue comediante la mayor parte de su vida, está en un aprieto.
En 2019, cuando Zelenski asumió el poder en Ucrania, tras convertir su celebridad televisiva en una carrera política estelar, nadie sabía qué esperar. Sus oponentes decían que tenía tan poca experiencia que estaba destinado a ser un desastre. Sus simpatizantes creían que iba a romper con las viejas costumbres y terminaría con la corrupción. Sus críticos más duros aseguraban que Zelenski, un hombre que habla ruso y nació en el este de Ucrania, lo único que iba a hacer era venderle el país a Rusia. Otros pensaban que era un títere de la oligarquía.
Pero la verdad es más trivial. La realidad ha desenmascarado a Zelenski, el empresario y artista, y ha revelado que el presidente es desesperadamente mediocre.
Después de sus casi tres años en el cargo, queda claro cuál es el problema: la tendencia de Zelenski a tratar todo como un espectáculo. Para él, los gestos son más importantes que las consecuencias. Los objetivos estratégicos son sacrificados por los beneficios a corto plazo. No importa qué palabras use, siempre y cuando sean entretenidas. Y, cuando las reseñas son malas, deja de escuchar y se rodea de sus seguidores.
Zelenski comenzó espléndidamente. Al inicio de su periodo, Zelenski tuvo más poder que cualquiera de sus predecesores. Su fama y atractivo antisistema le otorgó una mayoría parlamentaria, un gabinete elegido a mano y un mandato para reformar. Al principio, parecía estar funcionando. Su gobierno abrió el mercado agrícola y expandió los servicios digitales a todo el país. Zelenski comenzó un enorme programa de construcción de caminos y proclamó que quería ser recordado como el presidente que por fin construyó buenos caminos en Ucrania.
Sin embargo, en buena medida los éxitos se detuvieron ahí. El otro gran proyecto de Zelenski, una campaña que llamó “desoligarquización”, dirigida a limitar la influencia de los más ricos, luce más como una maniobra de relaciones públicas que una política seria. A pesar de sus promesas de campaña, no se ha progresado nada en el combate contra la corrupción. Según Transparencia Internacional, Ucrania sigue siendo el tercer país más corrupto de Europa, después de Rusia y Azerbaiyán. Las agencias anticorrupción o encargadas del cumplimiento de la ley están estancadas o bajo el control de partidarios del régimen designados por el presidente.
Simplemente a Zelenski no parece importarle mucho la corrupción, al menos cuando las personas implicadas son cercanas a él. En marzo de 2020, cuando se reveló que el hermano de su jefe de Gabinete ofrecía puestos gubernamentales por dinero, Zelenski no hizo nada. Hace poco, un alto legislador fue captado en cámara borracho mientras le ofrecía un soborno a un oficial de la policía en el sitio de un accidente automovilístico que tal vez pudo haber causado. El público estaba indignado, pero Zelenski balbuceó un comentario desaprobatorio y siguió adelante. Incluso los hermosos caminos recién construidos del presidente están enlodados en una controversia. Se cree que el proceso de adquisición estuvo amañado y los precios eran demasiado altos.
Los escándalos y la tolerancia a la corrupción han socavado la popularidad de Zelenski. El 62 por ciento de los ucranianos no quiere que se postule para una reelección y, si se llevaran a cabo unas elecciones el día de hoy, conseguiría alrededor del 25 por ciento de los votos, en comparación con el 30 por ciento que obtuvo con facilidad en la primera ronda de las elecciones de 2019. Todavía podría ganar, pero el histórico 73 por ciento que obtuvo en la segunda ronda se siente como un recuerdo lejano.
La tensa relación del presidente con la prensa tampoco le ayuda. Zelenski, quien como actor estaba acostumbrado al sonido de los aplausos, es conocido por su susceptibilidad cuando se trata de críticas y cuestionamientos complicados. Los periodistas tradicionales le molestan visiblemente: en noviembre, esta postura díscola provocó confrontaciones impropias en una conferencia de prensa.
Zelenski no solo tiene dificultades para enfrentar a los medios. Su primer año en el cargo fue caótico. El equipo que reunió a toda prisa colapsó con rapidez y sus aliados anteriores ahora son sus críticos más duros. Hubo constantes reestructuraciones. A los nuevos ministros se les daba poco tiempo para demostrar su valor y se les echaba si no lo hacían.
Los cambios se detuvieron con el tiempo, pero a un costo. Zelenski, herido por los efectos colaterales, tuvo que depender principalmente de la gente más leal y no de la más calificada. Un exproductor de cine y amigo de toda la vida fue nombrado jefe de Gabinete, quien se sumó a otros amigos y gente de confianza de Zelenski para hacer uso de un poder muy grande. El servicio de seguridad está bajo la supervisión de un amigo de la infancia, quien era abogado corporativo, y el partido del presidente en el Parlamento está bajo el control de un exempresario del sector de las tecnologías de la información, quien le es leal. El círculo que rodea al presidente se ha vuelto una caja de resonancia.
En el proceso, Zelenski se ha transformado en una versión del político contra el que hizo campaña: aislado, hermético, rodeado de aliados que no lo contradicen. En unas circunstancias normales, eso sería suficientemente malo. Sin embargo, ahora, cuando Rusia está amenazando a Ucrania, podría afectar el juicio de Zelenski.
Esto se ha vuelto cada vez más claro en semanas recientes. Cuando Occidente buscó una diplomacia de megáfono para desalentar una invasión, Zelenski intentó minimizar la amenaza. Sin embargo, su estilo histriónico socavó este esfuerzo comprensible para proyectar calma y estabilizar los mercados inquietos.
Por ejemplo, en un discurso insensible que realizó en enero, un Zelenski condescendiente se burló a todas luces de la proclividad de los ucranianos al pánico y se tomó a broma la posibilidad de una invasión. Al día siguiente, aseguró que Rusia tal vez invadiría Járkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania. En vez de darle consuelo al país, Ucrania quedó confundida. Con razón el 53 por ciento de los ucranianos cree que Zelenski no podrá defender el país si hay una invasión.
Sin embargo, el comportamiento de Zelenski, extraño hasta el punto de ser errático, oculta una verdad: no tiene ninguna buena opción. Por un lado, cualquier concesión a Rusia, en particular sobre el conflicto al este de Ucrania, probablemente hará que cientos de miles de personas salgan a las calles y lo amenacen con sufrir el mismo destino que Viktor Yanukóvich, el presidente derrocado por la revolución de 2014. Por otro lado, con cualquier maniobra decisiva en contra de Rusia se arriesga a darle el pretexto al Kremlin para una invasión letal.
El espectáculo debe continuar, claro está. La crisis continúa. Sin embargo, la actuación del presidente —tensa, rara, a menudo inapropiada— no ayuda en casi nada.
Olga Rudenko (@olya_rudenko) es la editora jefa de The Kyiv Independent, un sitio de noticias ucraniano.
Vía: The New York Times