Los problemas físicos de Francisco y el gran consistorio anunciado para el mes de agosto disparan los debates sobre la cercanía de una posible renuncia
Los tambores de cónclave han vuelto a sonar en Roma en las últimas semanas. Tres hechos que dan oxígeno a la teoría de la renuncia han coincidido en el tiempo. El Papa, de 85 años y cerca ya del décimo año de pontificado, arrastra un problema en la rodilla que le ha postrado en una silla de ruedas y obligado a cancelar un ambicioso viaje a la República Democrática del Congo y a Sudán del Sur a solo dos semanas vista; además, ha convocado un gran consistorio para el mes de agosto donde marcará definitivamente la personalidad de la mayoría de cardenales que elegirá al siguiente pontífice, y, por último, Francisco ha programado una visita a L’Aquila ese mismo mes, donde participará en la celebración del Perdón instituida por Celestino V, el primer papa que renunció al cargo en 1294 y en el que se inspiró Benedicto XVI para su renuncia histórica. El sonido de los tambores ahora, sin embargo, parece más cercano a las conjeturas que a las intenciones de Francisco. Los jardines vaticanos, coincide todo el mundo, no son tan grandes para dos papas eméritos.
Una docena de pontífices, más o menos forzados por su entorno, las circunstancias o las amenazas de muerte dieron un paso a un lado durante su mandato. Sucedió especialmente en la Edad Media, debido a la inestabilidad política y eclesiástica existente antes de la consolidación de los Estados Pontificios a finales del siglo XV. El único en hacerlo libremente en la era moderna fue Benedicto XVI en 2013, cuando percibió que sus fuerzas no bastaban ya para afrontar las reformas que exigía el futuro y para aguantar las embestidas de sus enemigos. El mismo Ratzinger, ahora de 95 años, lo resumió así: “Soy un pastor rodeado por lobos”. Jorge Mario Bergoglio subrayó siempre que el ejemplo de su predecesor serviría de inspiración llegado el caso. Pero la idea de la renuncia de Francisco parece imposible mientras su predecesor esté vivo.
Austen Ivereigh, autor de varias obras sobre Francisco y de su monumental biografía, El gran reformador. Retrato de un Papa radical (Ediciones B, 2015), no cree que su condición física indique que deba renunciar. “Cuando le vi me pareció que sufría dolor, pero no que estuviese frágil o débil. Además, se espera que pueda curarse, aunque no quiera operarse. Y, como él dijo, para gobernar la Iglesia hace falta el cerebro, no las piernas. La especulación es natural, pero no veo ninguna razón para pensar que estemos llegando al final. ¿Lo de L’Aquila? Me parece absurdo, Benedicto XVI renunció varios años más tarde de viajar ahí”, explica en referencia a la visita el próximo 28 de agosto al lugar que acoge los restos de Celestino V, un monje eremita que fue papa durante cinco meses, en 1294, y renunció por la corrupción eclesial (como Ratzinger, según el relato oficioso). Aún así, Ivereigh se inclina a pensar que Francisco seguirá ese ejemplo en algún momento. “No dudo que cuando toque discernirá. Y será cuando no le queden más fuerzas. Cuando crea que ha llegado el momento, no tendrá dudas. Estoy seguro. Pero insisto, todo está relacionado con la fuerza que uno tiene”.
Dolor de rodilla
La fuerza del Papa, ahora mismo, está condicionada por una dolencia en la rodilla derecha, de la que no hay información oficial y de la que el Pontífice no quiere operarse. Una lesión que le provoca fuertes dolores, evidentes en su rostro en determinados momentos, pero que debería ser tratable a base de infiltraciones. Francisco necesita reposo y desplazarse, por el momento, en silla de ruedas. “No necesita andar para gobernar, pero en la simbología del poder, especialmente en un papado tan vertical, quizá tampoco sea el mejor mensaje”, apunta un alto cargo de la curia.
El neurólogo y periodista Nelson Castro, autor del libro La salud de los papas. Medicina, complots y fe desde León XIII hasta Francisco (Sudamericana, 2021) ha hablado recientemente con el pontífice y cree que “los rumores de renuncia carecen de fundamento.” “El Papa no tiene voluntad ni pensamiento de renunciar. Salvo el problema de la rodilla, una rotura de ligamentos por un mal movimiento, está perfecto. Eso le dificulta el movimiento, pero no le impide desarrollar su tarea. Es reacio a operarse porque le costó recuperarse de la anestesia de la operación de colón hace un año [fue operado de una diverticulitis que ya desató también todo tipo de rumores]. La última información que tengo es que se siente mejor y que el reposo le produce alivio. Y esa es la única manera de evitar la cirugía”, apunta. Castro señala también que el Papa apuntó en un encuentro que no renunciaría mientras Benedicto XVI siguiese vivo: “Me dijo, ‘mire, habiendo un papa emérito es imposible”.
La mayoría de fuentes consultadas, tal y como apunta Castro, opina que Francisco no piensa en renunciar y no lo considerará mientras viva Benedicto XVI. Además, señala el historiador y exdirector de L’Osservatore romano, Giovanni Maria Vian, “no hay ninguna similitud con la etapa que llevó a Joseph Ratzinger a la dimisión” y que permita trazar paralelismos. “Creo que más bien tiene el ejemplo del Papa que lo hizo cardenal [Juan Pablo II], que no renunció. Wojtyla hasta las últimas consecuencias, cuando la situación era mucho más grave”, apunta. Pero hay otro elemento que ha disparado las alarmas de los sanedrines vaticanos que debe interpretarse a través de la herencia de Francisco en la Iglesia del futuro.
El Papa ha convocado un nuevo consistorio ―el octavo de su mandato― para crear a 21 nuevos cardenales, de los cuales 16 podrán entrar en el cónclave que elija al siguiente pontífice. Francisco, además, utilizará la cita del 27 de agosto para reunir dos días a todos los purpurados y debatir la nueva Constitución apostólica (Praedicate Evangelium), la gran reforma de su mandato (Benedicto XVI utilizó, por sorpresa y en 2013, un discurso en latín ante los cardenales reunidos para una serie de canonizaciones para anunciar su renuncia). Más allá del foro que constituye un acto así, el consistorio otorgará a Francisco la mayoría absoluta en purpurados designados por él: 83 de los 132 cardenales con derecho a voto son criaturas suyas. Pero una mayoría no garantiza nada en las cuestiones del cielo.
Juan Pablo II creó durante su largo pontificado a 113 de los 115 cardenales que elegirían al siguiente Papa. El conclave, sin embargo, determinó que el nuevo Papa debía ser Joseph Ratzinger, uno de los dos que no había designado. El otro, el estadounidense William Baum, lo tenía en ese momento complicado: iba en silla de ruedas. En cualquier caso, la composición del nuevo colegio cardenalicio habla de un cónclave internacional, mucho más periférico y alejado de las tradicionales camarillas italianas (España es el único país con un representante en cada convocatoria). Pero también de un perfil pastoral mucho más cercano al Papa.
Más allá de conjeturas y quinielas, es imposible determinar cuánto resta del mandato de Bergoglio. El historiador de la Iglesia, Alberto Melloni, que ha estudiado y escrito ampliamente sobre los cónclaves, insiste en una obviedad crucial: “Nadie sabe nada”. “Estamos en la fase final del pontificado, eso es evidente. Lo entendería hasta un tonto. Pero estas etapas pueden ser muy largas o más cortas. La de Juan Pablo II duró 12 años y la de Ratzinger, solo uno. El tema importante en todo esto son los aspectos institucionales y de procedimiento. La única exigencia que impone el derecho canónico a la renuncia de un papa es que sea libre, que no obedezca a consejos, a interferencias o a peticiones. De modo que la única cuestión sobre la que debería decidir ahora es que dos renuncias seguidas pueden constituir un grado de presión sobre el sucesor. Una dimisión de vez en cuando no es un precedente, pero dos, sí”, apunta para subrayar la jurisprudencia que podría constituir.
Uno de los temas clave es, precisamente, cómo debe tratarse a un papa que se echa a un lado. Algunos creen ahora que si la decisión de Benedicto XVI comenzase a ser norma, sería imposible mantener la condición de Pontífice a quienes deciden renunciar y deberían pasar a ser meros cardenales. Melloni cree que “es necesaria una ley sobre la renuncia”. “Pero la cuestión puede tratarse como si fuera el obispo emérito de Roma [el Papa es también el obispo de la capital de Italia]. Nadie se preocupa de que haya dos obispos eméritos de Milán o París. Donde hay uno puede haber dos. En la idea del Papa es más difícil, porque una cosa que intuyó Ratzinger es la idea de quedar en arresto domiciliario en los dominios del sucesor. El Vaticano es grande y tiene sitio para dos invisibles. La cuestión no es cuántos eméritos viven en el Vaticano, sino si Francisco se convence de que su renuncia no condiciona al sucesor. Uno para dimitir debe tener fuerza. No se dimite cuando es débil, sino cuando todavía está fuerte”.
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del ‘calcio’.