La violencia sexual busca la humillación del contrario, la venganza por actos similares o provocar el terror en la población civil
Ucrania no es lamentablemente una excepción. En todas las guerras, las violaciones se convierten en un arma que los soldados emplean para aterrorizar y humillar a la población civil, concretamente, a uno de los colectivos más vulnerables: las mujeres.
La violencia sexual forma parte de las tácticas terroristas que aplican grupos como Boko Haram o el Estado Islámico, pero también de soldados de ejércitos regulares que en el contexto de un conflicto armado se convierten en protagonistas de unos abusos que piensan nunca serán castigados. Esa sensación de invulnerabilidad hace que libren otra batalla fuera del campo de batalla, en los cuerpos de las mujeres.
Human Rights Watch (HRW)ha podido hablar con alguna de las víctimas que ya está dejando la guerra en Ucrania y recoger el doloroso relato de los abusos a los que las fuerzas rusas las sometieron. Olha es el seudónimo de una joven de 31 años, residente en la región de Járkov, a la que un soldado destrozó la vida el pasado 13 de marzo tras forzarla en repetidas ocasiones mientras permanecía refugiada junto a su familia -su hija, su madre y sus dos hermanos- en un colegio.
Pese a que tardará mucho tiempo en superar este trauma o quizá no lo haga nunca, ha sido capaz de poner palabras a su dolor. “Un soldado me obligó a acompañarle a una clase en el segundo piso mientras me apuntaba con un arma. Me pidió que me desnudara y le hiciera sexo oral. Durante todo el tiempo sostuvo su arma cerca de mi sien o en la cara. Dos veces disparó al techo y me dijo que era para darme más motivación”, explica. Tras violarla, la obligó a sentarse en una silla vestida sólo con una blusa. “Mientras me vestía, me dijo que era ruso, que tenía 20 años y que le recordaba a una chica con la que iba a la escuela”. Después, le pidió que fuera hasta el sótano donde estaba su familia a buscar sus cosas y volviera con él. La amenazó con un cuchillo y le dijo que hiciera lo que le había pedido si quería volver a ver a su hija. Más tarde, la violó nuevamente, le puso un cuchillo en la garganta y le provocó una herida en el cuello. También le cortó la mejilla con el cuchillo y parte del pelo. En las fotografías que compartió con Human Rights Watch, fechadas el 19 y 20 de marzo, se aprecian cortes y hematomas en el cuello y la cara.
Tras este brutal episodio, Olha pudo huir con su familia a Járkov, donde voluntarios le proporcionaron asistencia médica. Pese a esta traumática experiencia, se siente afortunada por “estar viva”.
Pero el caso de Olha no es el único testimonio que ha recogido esta organización en defensa de los Derechos Humanos, que ha recibido tres denuncias de violencia sexual por parte de soldados rusos en otras localidades de la región de Chernihov, en el norte, y Mariupol, en el sur, que, sin embargo, aún no ha podido verificar de forma independiente.
CRÍMENES DE GUERRA
“Los casos que hemos documentado suponen una crueldad y una violencia indescriptibles y deliberadas contra la población civil ucraniana”, sostiene Hugh Williamson, director de la división de Europa y Asia Central de Human Rights Watch. “La violación, el asesinato y otros actos violentos contra las personas bajo custodia de las fuerzas rusas deben ser investigados como crímenes de guerra”, añade.
“Todas las partes del conflicto armado en Ucrania están obligadas a respetar el derecho internacional humanitario, o las leyes de la guerra, incluidos los Convenios de Ginebra de 1949, el Primer Protocolo Adicional a los Convenios de Ginebra y el derecho internacional consuetudinario. Las leyes de la guerra prohíben el asesinato intencionado, la violación y otros actos de violencia sexual, la tortura y el trato inhumano de los combatientes capturados y de los civiles bajo custodia. También están prohibidos el pillaje y el saqueo. Cualquiera que ordene o cometa deliberadamente estos actos, o que ayude o instigue a cometerlos, es responsable de crímenes de guerra”, denuncia HRW en un informe, en el que narra los presuntos abusos cometidos por las fuerzas rusas en algunos territorios de Ucrania.
El pasado domingo, el mundo se despertaba con una imagen, tomada por el fotógrafo Mikhail Palinchak en una carretera a 20 kilómetros de la capital, Kiev, en la que se veían los cuerpos de un hombre y tres mujeres apilados bajo una manta. Las mujeres estaban desnudas y sus cuerpos habían sido parcialmente quemados. Todo apunta a que fueron violadas.
“Las mujeres son usadas como botín de guerra desde siempre, por el solo hecho de ser mujeres. Al violarlas y esclavizarlas se pretende castigar al enemigo, es una venganza sobre el cuerpo de las mujeres y una forma de sembrar el miedo. A ellas se las humilla y se arrebata su dignidad y su humanidad al ser utilizadas como un objeto sexual, pero al mismo tiempo se proyecta la idea de que el enemigo, como las mujeres, no forma parte de la humanidad, son inhumanos y sus vidas no valen nada”, explica a EL MUNDO Lola Liceras, experta sobre derechos de las mujeres en Amnistía Internacional España.
El terror adopta diversas caras, aunque todas igualmente siniestras: esclavitud sexual, violaciones, mutilaciones sexuales y prostitución, embarazos, abortos, esterilizaciones o matrimonios forzado. Y no acaba cuando las víctimas logran escapar de las zonas de conflicto. “En su huida, las mujeres corren el riesgo de ser extorsionadas por mafias y traficantes: desde pagar con favores sexuales el viaje a otras zonas seguras, hasta ser objeto de trata y prostitución”, añade esta organización, que ha podido constatar cómo en Polonia, el país fronterizo al que están llegando una buena parte de los refugiados ucranianos, “las mujeres y sus hijos corren el riesgo de sufrir abusos y extorsiones de todo tipo a manos de bandas delictivas que intentan sacar provecho de la caótica situación, sobre todo si no hablan polaco o inglés”.
Amnistía Internacional visitó hace unos días varios centros de acogida temporal en Przemysl (centro Tesco) y en Korczowa (centro Hala Kijowska), próximos a la frontera con Ucrania, donde facilitaban transporte sin demora a menudo de particulares que ofrecían viaje o alojamiento, sin mayores controles. Otras organizaciones de derechos humanos polacas también han denunciado casos de agresiones sexuales entre las refugiadas. El horror lejos de desvanecerse al cruzar la frontera se adhiere para siempre a su piel.
Esclavizadas, violadas y mutiladas
La violencia ejercida específicamente contra las mujeres es una lacra habitual en los conflictos armados. Amnistía Internacional (AI) ha documentado a lo largo de los años numerosos casos. Con la invasión del Estado Islámico en Irak, miles de mujeres y niñas de la minoría étnica y religiosa yazidí, fueron secuestradas y convertidas en esclavas sexuales. También se las violaba y eran vendidas o regaladas, usadas como un objeto de comercio más. Algunas sufrían torturas, presenciaban el asesinato de sus familiares hombres, se las separaba de sus hijos o se las obligaba a convertirse al islam.
En el conflicto armado del Tigré occidental, en Etiopía, mujeres y niñas han sido sometidas a mutilación sexual y violaciones en grupo, algunas delante de sus hijos, por parte de soldados y milicianos.
En Nigeria, las mujeres que escaparon al secuestro de Boko Haram denunciaron que los soldados les exigían favores sexuales a cambio de comida, jabón y la promesa de dejarlas en libertad.
En República Democrática del Congo, esta organización de defensa de los DDHH recogió testimonios de niñas soldado que explicaban cómo los líderes del centro de iniciación a la lucha armada violaban cada noche a las niñas más pequeñas que no eran vírgenes.
Asimismo, durante los tres años del conflicto en Bosnia y Herzegovina entre 1992 y 1995, al menos 20.000 mujeres y niñas sufrieron violaciones y abusos sexuales.
Otra de las consecuencias indirectas de los conflictos armados es el aumento de los matrimonios forzados de niñas y adolescentes y de los embarazos precoces. “Las situaciones de pobreza extrema generadas por los conflictos hacen que muchas familias se vean obligadas a dar en matrimonio a sus hijas a hombres adultos. Es lo que también está sucediendo en Afganistán, máxime cuando a las niñas, a partir de 12 años, los talibán les han prohibido asistir a la escuela”, denuncia Liceras.
Vía: El Mundo