El día a día de los homosexuales en una larga lista de países marcados por interpretaciones conservadoras del islam pasa por el miedo a revelar su condición y el refugio en el silencio
Meysam y Darío se querían. Con locura. Desde bien jóvenes, cuando los dos chicos coincidieron en el instituto y se volvieron inseparables. Pero lo que para su entorno familiar era poco más que una amistad fraternal, para ambos significaba, sencillamente, el todo. Y ese todo comenzó a desmoronarse el día en que la madre de Dariush, gravemente enferma y creyendo que yacía en su lecho de muerte, le hizo prometer que se casaría.
“Y se casó”, recuerda Aram con tono de resignación y entornando los ojos. “El caso es que al final la madre sobrevivió. Y él tiene una mujer y un hijo. Todavía mantiene contacto con Meysam, pero las cosas se han complicado con ella y el crío”. Aram sabe de qué habla porque, un día de estos, él mismo podría pasar por lo mismo. “El mensaje dominante en el patriarcado iraní es ‘un hombre de verdad debe tener una familia’. Si no te casas es que algo falla contigo. ¿Qué será de tu futuro?'”, suspira.
Éste es el día a día de muchos homosexuales no sólo en Irán -donde su ex presidente Ahmadineyad llegó a afirmar que no había gays en su tierra-, sino en una larga lista de países de Oriente Próximo dominados por sociedades conservadoras. Rincones donde la religión islámica, en ocasiones interpretada de forma rigorista, ha galvanizado sus sistemas políticos y jurídicos de forma que ser gay, en especial ser un gay pasivo, puede acarrear graves consecuencias familiares, sociales e incluso penales.
Este noviembre, Qatar será el epicentro del fútbol. Ocurrirá cinco meses después de que la FIFA celebre el Orgullo prometiendo un Mundial de “unidad y diversidad” cuando el balón eche a rodar en uno de los países donde la ‘sodomía’ es delito. El Artículo 296 del Código Penal qatarí define este crimen como “inducir, instigar o seducir a un hombre de cualquier forma a cometer sodomía o disipación” e “inducir a un hombre o a una mujer de cualquier forma a cometer actos ilegales e inmorales”.
“No prohibiremos a nadie venir y disfrutar del fútbol. Pero también quiero que todos los que vengan entiendan y disfruten nuestra cultura. Todo el mundo es bienvenido, pero esperamos y queremos que la gente respete nuestra cultura“, subrayó Tamim bin Hamad Al Thani, emir de un país cuya sharía o ley islámica se basa en una lectura contemporánea del Islam fuertemente reaccionaria. Una similar a la imperante en Irán, donde Aram ha tenido que aprender a vivir en los márgenes de su sociedad.
“Vivo en el norte de Irán, en una de las zonas de mentalidad más abierta, mis padres no son religiosos y pertenezco a una clase social más bien acomodada, pero aun así no puedo decirles abiertamente que soy gay”, admite el chico por videoconferencia, hablando en inglés precisamente para no levantar las sospechas de sus progenitores. “Siempre fui el raro de clase pero, por aquel entonces, sin Internet ni televisión extranjera, no tenía forma de interpretar exactamente qué me caracterizaba”, recuerda.
Tras sufrir el acoso de otros adolescentes, de caer en la cuenta de que, a diferencia de ellos, a él no le interesaba hablar de chicas, “me acabé dando cuenta de que, oh Dios, lo que tengo que hacer es hablar menos, llamar menos la atención, ser menos visible para no ser juzgado“. Así, antaño extrovertido y radiante Aram se confinó en un armario mental y físico, su casa, del que apenas sale. Tampoco puede salir de su país hasta que complete su servicio militar, una experiencia que le aterra.
“La sociedad iraní pone al hombre en la posición del fuerte, lo cual significa que quien no cumple con este estándar será presionado”, enfatiza. En la ‘mili’, obligatoria y de dos años de duración, a la promoción de este modelo de hombría se le suman las duras condiciones castrenses propias de un país con una fuerte tradición militar que intenta inculcar a sus retoños casi desde la cuna. “Incluso los heterosexuales sufren ciertos abusos de tipo sexual”, asegura el chico.
Paradójicamente, la misma legislación iraní permite la exención del servicio militar obligatorio para los homosexuales. No obstante, lamenta Aram, el proceso para lograrla “es largo e incluye humillaciones incluso para los padres, que deben acompañarte”. Por un mal trance similar deben pasar los llamados a filas en la vecina Turquía. Según han denunciado organizaciones pro Derechos Humanos, aquellos que quieren evitar la ‘mili’ deben presentar pruebas gráficas de su homosexualidad, como fotografías explícitas.
Hace casi dos décadas Estambul acogió el primer desfile del orgullo gay en un país musulmán. Desde entonces, siempre bajo el mismo Gobierno islamonacionalista, la vida para la comunidad LGTBI+ turca se ha complicado. Cuando este domingo decenas de personas salgan a la calle con banderas arcoíris, un número harto mayor de antidisturbios les estarán esperando para aplacar sus reivindicaciones, hoy prohibidas, con gas lacrimógeno y agua a presión.
“A lo largo de la historia moderna de Turquía, ser LGTBI+ nunca ha sido un delito. Sin embargo, las personas LGTBI+ tampoco han sido reconocidas como ciudadanas iguales”, explica Levent Piskin, un conocido abogado pro Derechos Humanos. El mismo presidente Erdogan que hace unos años se mostraba en público tolerante con los gays hoy ordena mano dura contra ellos. Piskin ve razones políticas: “Han comenzado a ver a la comunidad LGTBI+ como una amenaza, al igual que otros grupos sociales”.
El poderoso ministro del Interior de Erdogan, Suleyman Soylu, ha tildado a los manifestantes LGTBI de “pervertidos”, los ha acusado de actuar bajo órdenes del extranjero para socavar el modelo de familia turca y hasta ha sugerido su vinculación con “terroristas”. Para Piskin, la agenda “conservadora, nacionalista e islamista” del actual Ejecutivo “les ayuda a mantener esta posición. Pero creo que no se limita a Turquía, es común en todos los regímenes autoritarios como Rusia, Hungría, Polonia o Brasil“.
La legislación iraní decreta pena de muerte por relaciones de ‘sodomía por la fuerza’. En 2005, dos iraníes fueron ejecutados por cargos de ‘sodomía’ tras violar, siendo menores de edad, a un chico de 13 años. Este año, medios iraníes informaron de dos ejecuciones más por este tipo penal. Dos más se habían realizado en 2021. Aram matiza que esta posibilidad es “residual y remota” y que no se aplica cuando las relaciones son consentidas, aunque reconoce la dificultad para desarrollar allí el afecto.
“Hay aplicaciones para encontrar pareja, a las que accedemos con sistemas que sortean la censura digital”, dice Aram. Pero muchos chicos, critica, “sólo piensan en las relaciones carnales. Es una mentalidad muy tóxica”. El espacio para desarrollar su amor es casi nulo. “Cada día pienso en que, si no fuera homosexual, mi vida sería mejor. Eso no significa que esté resentido conmigo mismo o que me odie por ser así”, puntualiza. “Significa que, simplemente, esta sociedad no está hecha para mí”.
Vía: El Mundo