Bendito Dios se extinguieron los Atila

Por: Adán Morales

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Diógenes el Cínico

Bendito Dios se extinguieron los Atila

 

Por: Jesús Ramos

Donde meó Atila y pisoteó su brioso corcel no creció la yerba, cuentan sus biógrafos. Manco de espíritu, el conquistador de Asia y de un cachito de Europa devastaba todo a su paso como catastrófico tornado. Cegaba vidas y honras carcajeándose hasta el dolor de barriga sin pizca de remordimiento. Aparentaba lo que no era, tonto.

Las axilas le olían a odio y los pies a difunto con diez días de añejamiento. No perdonaba. Desafiaba. Colgaba. Tronaba en vez de hablar. Amenazaba a la menor provocación. Como Gabino Barrera, no entendía razones andando en la borrachera.

Nadie en su sano juicio imaginaría a Claudia ocasionando tanto desastre a un pueblo como lo hizo Atila, tampoco a Barbosa. Ningún abismo por profundo y negro que fuere merecerían ellos en deseos por actos de insensibilidad, menos por arrogancia, soberbia, prepotencia, odio, venganza o ineptitud.

Un dedo no tapa la recíproca animadversión que ambos se profesan. Lo suyo es una relación venenosa incomprendida en lo social, pero bien entendida en lo político. El macho alfa queriendo someter a la hembra alfa. Como Atila, Claudia meó su territorio, lo delimitó; Barbosa quiere mear sobre la meada de Claudia, pero no puede, ella se lo impide. Cuando se acerca, ella le retrae los colmillos.

En el momento que Atila sitió Constantinopla ninguna acción diplomática le hizo desistir en invadirla, muy similar a la invasión pretendida por Casa Aguayo a Palacio Municipal. El estilo del guerrero huno fue legendario: no oía, veía sin ver, lo que pensaran de él le importaba poco. Su modo de ser no representaba ninguna complejidad diagnóstica: era necio, como lo son Barbosa en su sometimiento a Claudia y Claudia en su resistencia a Barbosa.

Si algo era digno de admirarse al diminuto rufián estepario, de apenas 150 centímetros de estatura, fue su perseverancia, su recio carácter, sus cojones grandes y pesados, carácter y cojoneras que bien han depositado Claudia en las ásperas manos de Barbosa y Barbosa en las delicadas manos de Claudia.

Los gritos de independencia, golondrinas al cabo, no hacen verano. Como pareja tóxica se entienden ellos a su manera. Son cosas de poder. Ella es grande y él lo es más. Él, es el poderoso del estado y ella, la poderosa de la cuarta ciudad más importante del país. Compartir sus baterías seguirá siendo prácticamente imposible. Los romanos y Atila fueron cómplices en algunas cosas pero nunca cedieron galones en favor del otro.

Atila acariciaba los muslos, senos y labios de la preciosa Ildico, antes de comprometerse con ella, sin ternura ni modales poéticos, era tosco, bruto, silvestre, ofensivo; sus caricias eran, como sus entrañas: ácidas, vengativas y rencorosas, como ácidas son las relaciones del mandamás poblano con la edil de ojos encantadores. Las crónicas del bárbaro y la doncella dan cuenta que se toleraron, pero jamás se amaron, ningún vestigio ni legado quedó de ellos por invertir su valioso tiempo de gloria en destruir, vengar y odiar.