“Los compañeros fundadores de Morena no ganan encuestas. Los compañeros que se acercaron a Morena hace tres años sí lo hacen.” Estas fueron las palabras que Claudia Sheinbaum usó el 10 de marzo para responder al reclamo que diversos militantes morenistas de Puebla externaron por admitir a políticos de todos los colores con tal de ganar las elecciones.
Después de esas declaraciones y de las imposiciones en el partido, la cúpula de MORENA cree que los llamados fundadores operarán en contra. Algunos lo harían de brazos caídos, otros filtrando información y los más frontales se sumarían a Eduardo Rivera Pérez, actual candidato a gobernador de Puebla.
El origen de las fricciones se remonta al extrañamiento hacia Nacho Mier el cual fue publicado por Olga Lucía Romero Garci-Crespo, actual presidenta del Comité Ejecutivo Estatal de Morena en Puebla, en nombre de la coalición integrada por Morena, por el Partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena), el Partido del Trabajo (PT), el Partido Verde Ecologista de México (PVEM), el Partido Nueva Alianza (PANAL) y Fuerza por México (FxM), conocida como “la chiquillada”. Este comunicado, según fuentes cercanas, no fue iniciativa de la dirigente, sino impulsado por una figura política con influencia en el estado.
La inclusión de militantes de otros partidos, principalmente del Partido Revolucionario Institucional (PRI), como candidatos dentro de Morena ha generado un intenso debate dentro del partido y ha provocado enojo entre los fundadores. Este movimiento, visto por algunos como estrategia política, ha levantado banderas de alerta sobre el posible daño que podría causar a la identidad y principios del partido.
Los fundadores de Morena, aquellos que desde sus inicios han luchado por cimentar este instituto político, temen que la llegada de figuras de otros partidos, con sus propias agendas y lealtades, pueda diluir el mensaje y los valores originales de la organización. Este desplazamiento de morenista es un golpe doloroso para muchos militantes.
Los fundadores desplazados podrían sentirse traicionados, dando lugar a divisiones internas que debilitarían la unidad y la fuerza del partido en el estado.
El daño no se limita a una pérdida de identidad. También está el aspecto práctico: la desconfianza que podría generar en el electorado. Los ciudadanos que confiaron en Morena como una alternativa fresca y diferente podrían sentirse defraudados al ver que se integran políticos de los mismos partidos tradicionales que el movimiento buscaba cambiar. Esta percepción de “lo mismo de siempre” podría traducirse en una pérdida de votos y apoyo popular.
En última instancia, el verdadero peligro radica en que la esencia de Morena se vea opacada por intereses individuales y pragmatismo político. Los fundadores desplazados representan la historia y el espíritu del partido, y su exclusión puede significar la pérdida de la brújula moral que guió a Morena desde sus inicios.
Adicionalmente, existe el riesgo de que los fundadores desplazados se revelen y decidan apoyar a otros institutos políticos. Esta posibilidad no solo representaría una fractura interna en Morena, sino que también fortalecería a los partidos rivales. Los militantes y simpatizantes que han seguido a estos fundadores desde sus inicios podrían ser llevados a otros partidos en busca de la coherencia y los principios que sienten que Morena está abandonando.
Esta deserción de miembros y simpatizantes leales podría tener un impacto significativo en la base de apoyo de Morena. Además, los fundadores desplazados podrían aprovechar su experiencia y conocimientos para fortalecer los partidos rivales, brindándoles no solo apoyo político, sino también estrategias y tácticas que han aprendido dentro de Morena.