El estrepitoso fracaso de la consulta ciudadana del 1 de agosto es una señal de que el gobierno y su partido han perdido la capacidad de imponer su narrativa populista. Pero debemos prepararnos para el siguiente gran espectáculo: el proceso de la revocación del mandato presidencial.
No necesito silencio,
ya no tengo en qué pensar.
Tenía, pero hace tiempo,
ahora ya no pienso más.
El estrepitoso fracaso de la consulta ciudadana del 1 de agosto de, en la que apenas participó el 7 % de los convocados a votar, es una muestra evidente de algo que he afirmado: el gobierno populista es un poderoso motor cuyos ejes giran en el vacío. Todos los esfuerzos del gobierno, del presidente y de su partido, quienes durante largo tiempo hicieron una confusa y contradictoria campaña para llevar a las masas populares a participar en el trampantojo de esta consulta, han caído en el vacío. El presidente ha quedado abandonado por una parte de los ciudadanos. Es una señal de que el gobierno y su partido han perdido la capacidad de imponer su narrativa populista.
Esta narrativa se ha enredado y está perdiendo sentido. La reiterada acusación de que todos los gobiernos neoliberales fueron la expresión de presidentes corruptos y de mafias fraudulentas ya ha dejado de ser efectiva, pues es evidente que el gobierno de la llamada cuarta transformación no quiere llevarlos ante la justicia. Es un mero artificio propagandístico ruidoso que no se atreve a argüir ninguna prueba sólida para demostrar las acusaciones. El gobierno está desgastado prematuramente y cada vez se verá más empantanado en la lucha de sus partidarios por decidir un candidato a la presidencia para el 2024.
El descalabro sufrido por la fallida consulta ciudadana abre las puertas a una intensa agresión contra el INE, al cual el gobierno y su partido ven como causante del gran tropiezo. Las menguantes fuerzas del populismo reinante intentarán golpear a los directivos del instituto electoral y, por otro lado, procurarán que la próxima legislatura impulse la absorción directa de la Guardia Nacional en el Ejército, además de proponer algunas medidas nacionalizadoras del sector energético. No podemos esperar gran cosa de la carreta gubernamental, a menos que surja una crisis imprevista.
Pero debemos prepararnos para el siguiente gran espectáculo: el proceso de la revocación del mandato presidencial, que se espera culmine el 21 de marzo de 2022, dentro de ocho meses. El presidente está empeñado en que ocurra este proceso, aunque no está claro quiénes serán los que reúnan los millones de firmas necesarias para solicitarlo. Como no creo que la oposición política sea tan insensata como para hacer este trabajo, tendrán que ser las huestes del partido oficial quienes lo hagan, para cumplir los deseos del presidente. Y aquí comenzarán los absurdos: quienes no desean para nada revocar a su líder amado, tendrán que hacer una campaña para ponerlo en la picota y enfrentarlo a quienes sí quieren que sea removido, aunque algunos no estén convencidos de que sea un tránsito saludable para el país. Pero ante la inevitabilidad del proceso, aprovecharán la oportunidad para manifestar su descontento. Los próximos ocho meses transcurrirán a la sombra de los preparativos para este show.
Es evidente que el proceso de revocación del mandato presidencial podría ocasionar una gran transformación política si se llegase a la sorpresiva situación en la que el líder populista perdiese y fuese enviado a La Chingada, su casa en Palenque. La preparación del proceso revocatorio transitará por un camino minado por los ásperos conflictos dentro del partido oficial y por la creciente oposición al gobierno populista. Veremos cómo los ejes del poder impotente, que giran en el vacío, rechinarán por no estar engrasados, como dice la canción que interpreta Atahualpa Yupanqui, para huir del silencio, pues ya no hay en qué pensar. El camino será demasiado largo para la chirriante carreta del populismo.