El oasis de los corridos tumbados en plena prohibición: “Ya valimos verga, se armaron los guitarrazos”

Por: Admin

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Un evento en la Ciudad de México pasa, en menos de 15 ediciones, de clandestino a masivo, de reunión de amigos a parada de celebridades e ‘influencers’. Una revolución para sortear la censura a las letras violentas

 

“¡Rásquele!, compa Chucho”, se oye desde el micrófono. Y el compa Chucho lo hace: pone sus manos sobre el requinto y el rugido de las cuerdas compite con el azote de las gotas de lluvia que estallan contra el techo de un bar en la colonia Roma, en la Ciudad de México. En segundos se suman el tololoche, las trompetas, el bajo, las guitarras, y la voz del presentador anuncia el inicio de la comunión: “Ya valimos verga, se armaron los guitarrazos”. El público ya está impregnado de emoción: gritos, chiflidos, aplausos y celulares en posición. No hay vuelta atrás.

No importa que sea martes y que al otro día haya jale, trabajo, chamba. Tampoco que sea una de las semanas más lluviosas en lo que va del año, con todo y lo que eso implica: calles que parecen ríos, autos que no avanzan, el puro caos. Son las 10 de la noche y más de 500 personas han llegado para presenciar una nueva edición de Los Guitarrazos, un evento que, tras apenas 15 ediciones, ya parece institución. Una especie de revolución que dice mucho sobre la encrucijada actual que vive México y su música: ¿prohibir o no prohibir? Como si fuera tan fácil.

 

Los Guitarrazos comenzaron como un cotorreo, una reunión, entre amigos, en un local mediano. Una mesa en el centro y el ímpetu recio de unos pocos jóvenes que se turnaban el micrófono para cantar versiones del amplio repertorio de la música mexicana: corridos de toda clase —no solo los que generan polémica—; también baladas, rancheras, boleros, alguna cumbia. En torno al centro, un público discreto los animaba. Todo impulsado por Said Amaya, un chihuahense curtido en la industria musical, empeñado en mezclar música, amigos y chelas con la convicción de engendrar una comunidad. “Es un espacio para la música mexicana en toda su expresión. Un lugar para hacer equipo, generar convivencia, para disfrutar la canción sin juicio”.

Una persona toma fotos el evento en la colonia Roma en Ciudad de México.

Desde aquella primera edición el panorama cambió aceleradamente. Llegó más raza, jóvenes con bajos y guitarras al hombro, otros uniformados con chaquetas de lentejuelas y las trompetas relucientes, todos listos para mostrarse ante la horda de celulares. En el público ya no solo hay amigos y fanáticos acérrimos: la postal es ahora más diversa. Sombreros y botas, tatuajes, playeras deportivas, sacos elegantes y corbatas. Hay melómanos, artistas de otros géneros, curiosos; viejos y nuevos zorros de la industria musical movilizados por ese olfato que les dice que acá se está cocinando algo; algún extranjero seducido por la idea de vivir la experiencia mexicana en su máximo esplendor, a huevo.

Es que me dijeron que el martes pasado estuvo el C. Tangana”, dice una de las asistentes que estira su cuello al máximo para ver algo entre la multitud. Y efectivamente, la semana anterior las redes se llenaron con las imágenes de la estrella de la música española encaramado en una silla, coreando las canciones de Adriel Favela, cantante sonorense, quien también hizo presencia. Ya se volvió costumbre que figuras reconocidas lleguen a improvisar. Esta vez han empuñado el micrófono Luis Ángel El Flaco, Essau Ortíz, Octavio Cuadras, Karina Camacho, Walter Esaú, Los Dromedarios Mágicos.

Pero no hay prioridad: todos están en las mismas condiciones. No hay tarima, ni privilegios y todos tienen que traspasar la multitud para llegar al círculo de fuego. Siempre acompañados por Joaquín Coronel, el presentador, quien a sus 21 años tiene la chispa de un veterano. Además canta y compone. Llegó desde Culiacán hace tres años, para hacerle un favor a una tía, pero terminó quedándose en la Ciudad de México. Dejó la carrera de psicología para dedicarse a la música. “Al final vienen siendo lo mismo”, apunta. A los 12 años ya cantaba en el coro de su escuela, y aunque lo suyo era el rap, los corridos se metieron en su camino. Pero una cosa era cantarlos en Sinaloa, la cuna de este fenómeno; otra en la capital.

Los músicos, Axel Romero, José de Jesús Baltazar Sánchez y Joaquín Coronel.

Este año México entró, por primera vez, al top 10 de los mercados musicales, según el Reporte Global de Música 2025 de la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI). Y esto se debe, sobre todo, a los corridos tumbados, la vertiente moderna que se mezcla con géneros como el rap y el trap. La llamada música regional ya no solo se consume y se produce en el norte del país: se ha regado por el mundo incluyendo una de las plazas más difíciles, la rockera y alternativa Ciudad de México. Y este contexto, en buena parte, explica el fulgor de este evento. Los corridos se han metido en las venas de los mexicanos.

“La música en México, por fin, está logrando trascender más allá de México y Estados Unidos”, dice Aamaya. “Y vienen los mismos mexicanos, la clase política, a poner trabas. En vez de decir ‘qué cabrón que está creciendo nuestra música’ y buscar la manera de potencializarla, de posicionarla… hacen lo contrario. Algunos aprovechan para decir que están combatiendo el crimen cancelando la música y definitivamente así no es”.

Joaquín, el host de Los Guitarrazos, añade: “Antes se hablaba de la música regional con cierto desprecio, se le decía ‘música agropecuaria’. La gente miraba esos géneros de lejos, sin sentirlos propios. Y creo que con Los Guitarrazos hemos logrado abrir ese espacio para reconectar con lo nuestro, con la música mexicana”.

El repertorio de este martes lluvioso dibuja la complejidad de la polémica y el peligro de la prohibición que se viene suscitando en diferentes estados y que puede desencadenar en la estigmatización de la música mexicana. Hay espacio para el romanticismopara la belicosidad, para cantarle a la vida y a la muerte, a la fiesta, al desmadre y a pistear. Suenan Flor Hermosa, de Banda MS, El Gavilán II, de Peso Pluma y Tito Doble P, Mi último deseo, de Banda Los Recoditos, Rozones, de Fuerza Regida. Y en los escasos momentos de silencio, varios asistentes se unen en un clamor para que se cante Azulde Junior H, quien acaba de ser cancelado de un evento en Morelos, por orden de la gobernadora Margarita González Sarabia, por cantar corridos bélicos.

Uno de los cantantes bebe durante el evento.

“Si bien él tiene algunos corridos, ha liderado otro movimiento: el sad boys”, explica Said Amaya. “Gran parte de su repertorio no habla de narcotráfico ni de drogas. El artista que ni siquiera está del todo asociado al corrido, sino al regional mexicano, va a sufrir las consecuencias de una percepción política equivocada. Es muy fácil decir ‘voy a perseguir al corrido’, cuando lo que realmente incentiva a un joven a involucrarse en el narco no es la música; la música es lo que refleja lo que vive. Y lo que vive no está cambiando: lo que hay es falta de oportunidades”.

La presidenta, Claudia Sheinbaum, dice que no cree en la prohibición, sino en la orientación. Pero ya son más de 10 estados los que han prohibido que se contraten artistas de corridos en eventos públicos. La censura en los corridos, en especial los que hacen alusión al narco, no es nueva: en Sinaloa tiene más de 20 años. Pero esta vez entra a la ecuación Donald Trump, cuyas políticas han puesto en pausa las visas de artistas como Los Alegres del Barranco o Grupo Firme.

“Bloquear la expresión al final genera revolución”, acota Joaquín. “Aunque el gobierno ponga las reglas, la gente se va a mover para conservar el movimiento. Siempre encontraremos nuevas maneras de decir lo que no quieren escuchar. Eso es lo que va a pasar”.

Ante esta nueva coyuntura, el género tiene pocos caminos. Una es cambiar las narrativas de sus letras, dejar de imaginar, de contar historias, de seguir la tradición corridista que ha hecho parte de la historia de este país durante un siglo. Otra es que se genere una escena underground, aunque, como explica Amaya, eso es más difícil porque ahora todo está más expuesto en fondo y forma. Históricamente la prohibición en la música ha sido un terreno fértil para el surgimiento de movimientos culturales, de nuevos códigos de lenguaje para decir lo que no se puede. Es, también, un recordatorio de que quienes escuchan y consumen tienen agencia para discernir entre ficción y realidad.

“El corrido tiene mucha fuerza, la ha tenido desde siempre. Sabemos que viene del zapatismo, de Pancho Villa, de las historias de la Revolución. Este es un momento coyuntural, estamos por ver algo. Esto apunta hacia un futuro más rebelde”, opina Jorge González, de Sabotaje Media, una plataforma que documenta la intersección entre la política, la música y la cultura. Es, también, el encargado de animar con vinilos la previa de esta noche vaporosa.

Esta edición de Los Guitarrazos está por acabar. Han pasado más de cuatro horas y aunque el fuego parece no apagarse, el sitio tiene que cerrar. Son las 2.00. El sudor de los músicos es el medidor de éxito. El compa Chucho da la rasgada final, el guitarrazo de cierre. Le espera un viaje a Toluca, donde vive. El cansancio no se le ve. “Es como si fuera un spa para relajarme”, dice. “Para mí, eso son Los Guitarrazos; vengo a divertirme. Está bien bonito, la gente te saluda, te reconoce. Ya de tantos a los que he venido, hice amigos que siempre están aquí. Es una comunidad, mi comunidad”.

Mientras tanto, en redes, uno de los asistentes sube una foto del evento con un mensaje: “En tiempos de censura, el nicho es cultura”.

 

 

Vía El País