El presidente de México asegura que aún no hay evidencias sobre la capacidad de contagio de la nueva cepa, solo ruido mediático
El mundo entero se prepara para afrontar las consecuencias de la nueva variante ómicron, la nueva cepa del virus detectada en Sudáfrica. El mundo entero ha aprendido que las incertidumbres sobre su capacidad de contagio o letalidad deben ser previstas con tiempo, no dejar lugar a la sorpresa ni al exceso de confianza. Por eso se están cerrando fronteras y ensayando medidas para cortar el paso a estas nuevas mutaciones. Hasta la Bolsa mexicana recibió al nuevo virus con una desplome. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se sale de esa lógica, sin embargo. O eso se infiere de sus últimas palabras, en las que quita hierro al asunto: “No hay motivos para la preocupación, no hay motivos de riesgo, según los reportes que me han entregado los especialistas. Llevamos a cabo un seguimiento, no hay elementos para preocuparnos”, ha dicho esta mañana desde Oaxaca.
Mientras, Canadá ya tiene dos casos detectados y Brasil investiga uno sospechoso. El virus ya está en América. También en Europa, donde se están clausurando viajes en avión desde determinados países de África o pensando ya en nuevas dosis de inmunización. Los laboratorios plantean ya en otras vacunas para poder combatir esta cepa. El mandatario mexicano opta por la calma, piensa que tanto ruido alrededor de ómicron se debe a una sobreexposición mediática: “Lo que hay es mucha información en los medios”, ha dicho, pero la científica, asegura, “no está confirmada”. No se sabe si esta mutación es más peligrosa que las otras o si va a llegar a todos los países, ha explicado en su conferencia esta mañana. A medida que pasan los minutos parece imposible que algún país del mundo se libre de esto. Ya puede afirmarse que está en cuatro continentes y en muchos más países. Es decir, la misma marcha que con los anteriores virus.
Y se desconoce “el grado de peligro que representa respecto al contagio o los fallecimientos”, ha añadido. “No hay evidencias, nada más que están ya los articulistas como siempre haciendo recomendaciones”.
El mandatario se dice preparado para lo que tenga que venir, pero su prudencia sigue la senda de ocasiones anteriores. Pasó con las mascarillas. Cuando las evidencias de que la pandemia se extendía con eficacia mediante aerosoles que hacían eficaz el cubrebocas en espacios cerrados, López Obrador prefirió seguir aferrado a la falta de evidencias y de recomendaciones de la OMS. Se posicionó al lado de líderes como Donald Trump o Bolsonaro, que enfrentaron la pandemia con un descreimiento temerario.
En México se han vacunado con el esquema completo 65 millones de personas y 11 millones más tienen su primera dosis. Recientemente, se han incorporado a la inmunización los chicos de 15 a 17 años, pero de la tercera dosis, avanzada en otros países, en México todavía no se implementa. “No hay información, eso debe quedar claro, de que las vacunas no sean efectivas con esta nueva variante”, ha dicho López Obrador.
La confianza que muestra el presidente sobre lo que ocurre con la pandemia tuvo su momento cumbre la pasada semana, cuando ofreció un autocomplaciente balance de cómo se ha desarrollado en México: “Nadie se quedó sin una cama, sin un ventilador, sin un médico”, dijo, en un extraño ejercicio de autoconvencimiento puesto que los datos oficiales que emanan de su propio Gobierno indican que la realidad ha sido otra. Hospitales ocupados al 100% de su capacidad, centros que ya no tienen camas con ventilador ni disponibilidad de terapia intensiva. Y eso que la pandemia está embridada por ahora, la mayoría del país, a excepción de algunos estados norteños, muestran su semáforo verde, es decir, vida normalizada en todos sus aspectos.
Los fallecimientos por millón de habitantes en México, cerca de 2.250, superan con mucho el promedio mundial (657) y el de los países de ingresos medios y bajos (344), según cifras de Our World in Data.
Sobre la covid se han dicho muchas cosas desatinadas desde su inicio, cuando sorprendió al mundo con una virulencia desconocida desde hacía más de un siglo. Los países fueron trotando con la lengua fuera para combatir a un virus que les sacaba varias cabezas en la carrera. México no fue una excepción, a pesar de que había ya por entonces, en febrero de 2020, evidencias previas en Europa de la que se avecinaba. Con sus recursos hizo lo que pudo, levantó hospitales de campaña, trató de proveer ventiladores, formar especialistas. Pero los discursos oficiales presentaron numerosas fallas. Se recomendó a la gente permanecer en sus casas para no saturar los hospitales, hasta que se vio con horror, que miles de personas morían sin haber llegado a un hospital o por haber llegado tarde y encima quedaban fuera de las estadísticas de mortalidad asociadas a la covid. Se ninguneó el uso de los cubrebocas durante meses, hasta que la evidencia se hizo ineludible. Algunos, los más insensatos, llegaron a decir que el virus solo atacaba a la población rica, que los pobres la librarían. Nada más lejos de la realidad, como era obvio.
En el asunto de las vacunas es donde México no jugó del todo mal sus cartas. Consiguió lotes en China, Rusia y en el propio territorio se fabrican lotes del biológico. Algunas ciudades han llevado un buen ritmo de vacunación, aunque el país siempre presenta desigualdades notorias entre unos territorios y otros en cualquier medida que se implante. Está por ver si la ómicron no devolverá a los ciudadanos a la casilla de salida.