César Yáñez Centeno, una figura muy maltratada dentro del gobierno de la Cuarta Transformación fue reivindicado ayer y nombrado Subsecretario de Gobernación
POR RAMÓN ALBERTO GARZA
César Yáñez Centeno, una figura muy maltratada dentro del gobierno de la Cuarta Transformación fue reivindicado ayer y nombrado Subsecretario de Gobernación.
Con esa designación, el presidente Andrés Manuel López Obrador acaba por sanar la injusticia que se cometió en su contra, cuando en los días previos al debut del sexenio se le marginó injustamente de tener su merecido asiento en la primera fila del nuevo gabinete.
La historia de César Yáñez, al lado de López Obrador, se inicia cuando se conocieron en 1997 y se fortaleció cuando el tabasqueño se instaló en la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México y fue designado su director de Comunicación Social.
Su trabajo fue impecable. Manejó con mucha dignidad La Mañanera de entonces y defendió la intentona de desafuero. Sus méritos fueron premiados con la coordinación de Comunicación Social para la campaña presidencial del 2006.
Sin separarse jamás de López Obrador, casi a pro-bono, César Yañez esperó a la candidatura presidencial del 2012 para repetir como coordinador de Comunicación Social y vocero de la campaña, posición que repitió por tercera ocasión en la triunfal campaña de 2018. La de la tercera fue la vencida.
Pero más que una posición operativa, a lo largo de sus 18 años, César Yáñez se convirtió en un inseparable y muy confiable escudero de Andrés Manuel López Obrador.
Siempre tendiendo puentes, siempre buscando el lado amable para hacer que las cosas sucedieran, desde adentro del círculo cercano algunos recelaban tanta cercanía entre el eterno candidato y su eterno vocero.
Y encontraron o le crearon la oportunidad de alejarlo del presidente electo, cuando se casó con Dulce Silva en una boda calificada como “fifí”, amenizada por “Los Ángeles Azules”, cuestionada por alejarse del llamado de austeridad de López Obrador y desplegada en amplias páginas de la revista Hola, el escaparate mediático de la socialité mexicana.
Nada fuera de lugar, si se considera que la novia era una próspera mujer de negocios que quiso cumplir -junto a su enamorado cónyuge- la boda que siempre soñó. Pero las formas fueron suficientes para que los extremistas cuatroteístas le exigieran al entonces presidente electo la crucifixión a César Yáñez.
Por encima de los valores de fondo, de lealtad y confianza a toda prueba, prevaleció el juicio de las formas. Y en la designación de los cargos estratégicos del nuevo gobierno lo marginaron de la posición que por derecho le correspondía: la de Vocero Presidencial.
En su lugar fue designado Jesús Ramírez, un apocado y oscuro personaje, con escaso roce con los medios de comunicación, que en un intento por ser una mala réplica del hitleriano Goebbels, prostituyó La Mañanera con falsos reporteros, fabricando pseudo medios digitales, creados a la medida del servilismo y con preguntas sembradas a modo para defenestrar a los medios y periodistas que no se sujetaban al guión.
Y aquel ejercicio que en el 2000 tanto pulió César Yáñez con las mañaneras desde la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, con medios de comunicación reales y prestigiados, acabó como un pseudo refugio mediático de pseudoperiodistas tan impresentables como Lord Molécula y El Pirata los tipifican a todos. Salvo muy honrosas excepciones, los medios y los periodistas serios dejaron de acudir a reportear la Lectura del Santo Evangelio Según San Andrés.
Pero la influencia perniciosa de Jesús Ramírez no se limitó a crear una mala copia del reality show de la Señorita Laura, en la que el grito de guerra es ¡Que pregunte el agraciado!
Incluso, en el colmo de la burla, el vocero presidencial les gestionó tanto a la Señorita Laura como a Lord Molécula y a El Pirata, sendos Doctorados Honoris Causa con universidades afines al cuatroteísmo.
A la par de dedicarse a difundir los evangelios de odio y las siembras de resentimientos, Jesús Ramírez también creó multitudinarias granjas de robots para inundar de insultos los comentarios de los medios, que publicaban informaciones consideradas no afines a sus intereses.
Poco a poco, el improvisado vocero se fue apropiando, no solo de los tiempos del presidente Andrés Manuel López Obrador, sino de su conciencia, al adueñarse de los temas a tratar para llenar la agenda mañanera, junto con un puñado de personajes de la izquierda más radical.
Y conforme personajes cercanos al inquilino de Palacio Nacional -como Alfonso Romo, Julio Scherer, Olga Sánchez Cordero, Esteban Moctezuma y Alfonso Durazo- fueron ausentándose del Gabinete, el tiempo presidencial dedicado a Jesús Ramírez creció. “Véanlo con Jesús”, está convertido hoy -junto a “Ya no es lo mismo, ahora es diferente”- en el grito de guerra más recurrente hacia los reporteros que acuden a la homilía matutina.
Desde los primeros días de diciembre del 2018, César Yáñez fue enviado como coordinador general de Política de Gobierno, una modesta posición desde donde lealmente esperó, sin renegar, la reivindicación que se le concedió ayer para trasladarse a Bucareli.
Va como Subsecretario de Gobernación, despachando bajo las órdenes de Adán Augusto López, hoy el más eficiente del gabinete de la Cuarta Transformación.
Pocos dudan que, si César Yáñez hubiese ocupado desde el inicio la vocería que tanto merecía por el sudor de una leal y fructífera peregrinación, otra sería la suerte del presidente frente a la opinión pública.
La diferencia entre César Yáñez y Jesús Ramírez es que el primero le agenciaba aliados al candidato, mientras que el segundo se dedicó a coleccionarle odios, adversarios y enemigos al presidente.
En Palacio Nacional se especula que el reforzamiento a la llamada “corcholata” de Bucareli -con la llegada del nuevo Subsecretario- viene a buscar más equilibrios con una Claudia Sheinbaum que -de la mano del vocero presidencial- va a la baja en las encuestas.
Qué bueno que, aunque tarde, el presidente López Obrador rectificó la injusticia y recuperó para su primera fila a quien le soportó el humor -bueno y malo- en el largo peregrinar para alcanzar la presidencia de la República.