La captura el viernes del capo Rafael Caro Quintero, uno de los más buscados por el FBI, echó por tierra la cómplice y fallida política de “abrazos, no balazos”, decretada en sus primeros tres años por el gobierno de la Cuarta Transformación
POR RAMÓN ALBERTO GARZA- CÓDIGO MAGENTA
No pasaron tres días del frío y tensionante encuentro en Washington entre los presidentes Joe Biden y Andrés Manuel López Obrador, cuando se pudo descifrar algo de lo que se acordó a puerta cerrada.
La captura el viernes del capo Rafael Caro Quintero, uno de los más buscados por el FBI, echó por tierra la cómplice y fallida política de “abrazos, no balazos”, decretada en sus primeros tres años por el gobierno de la Cuarta Transformación.
Que no quede duda. El operativo que ocurrió entre Sinaloa y Chihuahua fue por decir lo menos impulsado -si no es que dirigido y operado- por los servicios de inteligencia norteamericanos y los Six Navy Seals, a través de la única instancia mexicana confiable para ellos: la Secretaría de Marina.
La declaración de Anne Milgram, directora de la DEA, felicitando a sus agentes por la captura, lo deja en claro. Aunque diplomáticamente, el embajador Ken Salazar haya salido horas después a desmentirla. Protocolo para salvar cara.
Lo dramático del episodio es que costó 14 vidas de marinos mexicanos que murieron al caer o al ser derribado el helicóptero en que se transportaban tras el operativo.
Difícil pensar que una aeronave de esas características se desplomara sin activar su función de auto rotación, que le permite -con una segunda turbina-, tocar tierra con cierta seguridad ante una emergencia.
La sospecha es que fue derribado por quienes se sintieron sorprendidos por la inesperada captura. Fueran operadores al servicio del capo u oficiales estatales o federales que lo protegían desde que en 2013, en el sexenio peñanietista, se ordenó su recaptura.
La detención e inminente extradición de Rafael Caro Quintero tiene más simbolismos y tendrá más efectos colaterales de los que se aprecian a simple vista.
Por supuesto que es la reivindicación a la muerte del agente de la DEA, Enrique “Kiki” Camarena Salazar, asesinado en Guadalajara el 9 de febrero de 1985.
Un asesinato que apuntó su autoría sobre la protección que el gobierno del entonces presidente, Miguel de la Madrid, le daba al Cártel de Guadalajara, en el que se asociaban los capos Rafael Caro Quintero, Miguel Ángel Félix Gallardo y Ernesto “Don Neto” Fonseca Carrillo.
Una cofradía criminal que con el tiempo se confirmaría que era protegida por Rubén Zuno Arce, cuñado del entonces presidente Luis Echeverría Álvarez, quien apenas falleció el pasado 8 de julio. ¿Coincidencia?
Una protección que, de acuerdo a las investigaciones, también pasaba por los pasillos de Bucareli, donde despachaba entonces Manuel Bartlett Díaz como Secretario de Gobernación y hacia quien desde entonces se apuntaron las sospechas y las complicidades.
Tanto que el gobierno norteamericano acabó retirándole la visa al que luego fuera Secretario de Educación y gobernador de Puebla. Por eso nunca viaja a territorio norteamericano. Siempre carga con el temor de su captura a cuestas.
Es el mismo Manuel Bartlett que hoy despacha como controvertido Director de la Comisión Federal de Electricidad y que tiene al vilo unos 30 mil millones de dólares que corporaciones norteamericanas invirtieron en México, a partir de las facilidades de la llamada Reforma Energética, aprobada en el sexenio de Enrique Peña Nieto.
Coincidencia o no, el capo capturado bien podría recibir en los Estados Unidos una reducción de su condena, si confirma que su protector era el hoy Director de la CFE, visto como el verdugo del libre mercado energético, amenaza de las inversiones norteamericanas y enemigo de las energías limpias.
Sea como fuere, tendremos que esperar a la versión “oficial” que dé hoy, en su mañanera, el presidente Andrés Manuel López Obrador, uno de los dos grandes perdedores de este trágico episodio, el primer quiebre después del desencuentro de Washington.
El otro gran perdedor es el Ejército Mexicano, que volvió a evidenciar que no tiene la confianza de sus pares norteamericanos, que lo ven como un aliado de las peores causas del crimen organizado. Por eso, todo es con la Marina. Por eso, todo entre “marines”.
De la investigación sobre el desplome o el posible ataque al helicóptero en el que viajaban quienes se dice participaron en la captura de Rafael Caro Quintero se esconde gran parte del misterio.
Y eso dejará al descubierto historias que sacudirán al sistema político mexicano. Al de hoy, sí, pero sobre todo al de antes, que los apadrinó para que crecieran y por el que recibieron cientos de millones de dólares en protección.
Por ahora, ya podemos intuir en dónde estaba perdida la mirada del presidente López Obrador cuando se reunió con el presidente Biden en la Casa Blanca. En algún lugar de la sierra de Badiraguato, donde tres días después caería el primero de los capos.