“El Padrino” de cada toma clandestina gana nueve pesos por litro y da protección armada al resto de la célula. Se revende en 15 pesos. “Don José”, despachador, gana 100 pesos diarios en la base de la pirámide huachicolera y confía en eludir las balas, según cuenta a EMEEQUIS.
Por Áxel Chávez
EMEEQUIS.– Entre paredes de blocks apilados, bajo un techo de lámina, hay una zanja profunda, como la boca de un pozo viejo, en la que se guardan bidones de gasolina.
Pareciera una “casa” como las que se erigen en las obras de construcción para guardar herramienta, o donde pernoctan los vigilantes, pero lo que se vigila aquí, en este almacén a media carretera, es el combustible que se extrae a unos kilómetros, entre los abrojos y la hierba seca de una parcela donde se ubica “la toma”, es decir, el punto de extracción el combustible, que es controlado por uno de los cárteles del huachicol que se han asentado en Hidalgo.
Al “Padrino”, como se le denomina a quien controla esta toma, se le dejan nueve pesos por cada litro que se extrae de “su ducto”. Después, los revendedores, que también tienen armas y compran protección a los propios cárteles y a la policía, la comercian en 15 pesos, porque está a 21 en las gasolineras.
Padrinos y ductos proliferan. Son parte de los tentáculos de la ordeña en Hidalgo, el paraíso de los huachicoleros en el país, aunque también un territorio en disputa que ha dejado una andanada de muerte por la rivalidad entre grupos.
DE TLACHIQUERO A HUACHICOLERO
Este es el almacén de una de las células de revendedores, uno de decenas en esta región situados sobre una de las carreteras en las que aparecen cuerpos mutilados, pero cuyo nombre no se puede escribir, porque fue el acuerdo para entrar y escuchar de viva voz del despachador cómo operan estos negocios clandestinos.
“Aquí lo que se mueve mucho es la gasolina. Se mueve porque cerca no hay gasolineras, entonces la gente viene y carga sus tanques. No viene muy sucia, porque se le ponen filtros para colarla, si acaso a veces (trae) una basurita”, cuenta don José en charla con EMEEQUIS.
“Don José” es un nombre creado para proteger la identidad de este campesino que, este día, tiene los labios ennegrecidos, pues sus comisoras están tupidas de puntos negros cual lunares entre la boca gruesa, “descarapelada” como la víbora cuando muda de piel, porque se los quemó una semana atrás al succionar de la manguera el combustible.
“Las mangueras con las que se carga y se descarga tienen filtros. Tiene una bolsa que es un filtro y ahí pasa todo y ahí se queda el residuo, entonces la gasolina ya sale limpia”, cuenta.
Es un adulto mayor que antes trabajaba abriendo pencas para extraer otro néctar, “el de los dioses”: el pulque. Es decir, era tlachiquero, como se conocía el oficio de los extractores de aguamiel de los magueyes, con sus característicos “ocotes”.
Pero desde hace un tiempo “José” cambió magueyes por bidones. Sus razones, dice, no son necesarias contarlas aquí, por eso se concentra en explicar con su voz avejentada, débil pero paciente, que los revendedores descargan aquí los bidones de unas camionetas “estaquitas”, y que no puede vender si no le han aprobado la salida.
Una voz que sale del “cacahuatito” que tiene como celular pregunta si hay pedido. En la era de lo inmediato, los revendedores también tienen morrillos que, en motos, trasladan garrafones que don José llena con lo que hay en el “pozo”. Para ello, lo primero que hace es succionar con su boca de la manguera, para “jalar el agua”.
“Los días que sale puro diésel los muchachos casi no trabajan y por eso la gasolina se guarda en los ‘almacenes’, y así han estado una semana, 15 días o 20 días sin trabajar, porque depende mucho la temporada, y hay fechas en la que pasa mucha gasolina”, cuenta este anciano despachador, que conoce “el bisne” por la voz de los repartidores y los halcones que merodean los almacenes. Historias que le cuentan cuando matan el tiempo hablando.
Una cuadrilla del Ejército apoya en las labores de clausura de tomas clandestinas en Tulancingo, Hidalgo. Foto: Isaac Esquivel / Cuartoscuro.com.
LA JERARQUÍA
Los huachicoleros, aunque sean de distintos grupos, operan con una logística similar. Don José lo ratifica.
Un acarreador cuya historia publicó EMEEQUIS bajo el título “Atrapado en el huachicol: testimonio de una infancia perdida”, contó que al frente de cada célula huachicolera está el capo o encargado de las tomas, “perros de alto rango”, como les llama.
Después están los “segundos” o lugartenientes; abajo la línea armada, que son los sicarios, y en el fondo de esta cadena del hampa en la que hay halcones, puntas y últimos, que son la mano de obra párvula, para la que se utilizan infantes o jóvenes, como este muchacho que estuvo de los 15 a los 20 años en un grupo exterminado por la violencia de un cártel rival.
“Si hay un retén o así, el halcón dice: ‘no, pues por tal lado hay que pasar, porque hay restricción en tal lado’”, le cuentan los morrillos a Don José, algunos que aspiran a sicarios y algún día a ser capos, inmersos en la desventura a la que los orilló el rezago perpetuo de sus familias en estos territorios.
El “punta”, regularmente en moto, abre el camino a las Ranger o Silverado que cargan los bidones entre terracería y abrojos de los poblados. Al final, los “últimos”, en motos o en autos, se cercioran que nadie los siga y cambian las rutas en tramos para despistar, aunque siempre una permanece, a la distancia, en el convoy.
Si hay un enfrentamiento, como ha ocurrido aquí, se unen al grupo para tirotear al de enfrente y ahí se juegan la vida por ocho mil pesos al mes.
En un rango aún más abajo están los despachadores, encargados de atender los almacenes clandestinos de gasolina. En ocasiones, se trata de quienes no pueden participar en otros eslabones del hampa, como los adultos mayores, madres solteras y otras mujeres en condición de vulnerabilidad.
100 PESOS AL DÍA Y DESDÉN POR LAS BALAS
Don José cree que las balaceras que proliferan en la carretera no lo alcanzarán. Tiene una “certeza” que amortigua el riesgo que lo ronda: sus años.
“Vejestorio”, como él se dice no con pesar, sino con el orgullo de los años vividos, piensa que la lucha entre huachicoleros que se libra en este territorio respetará “sus canas”, pues a muchos de los que hoy se rentan de sicarios o halcones él los vio nacer, crecer y meterse a las fauces de la ordeña.
Su otro credo es que a nadie importaría “un simple y viejo cuidador”, como nombra a la responsabilidad de tener a su cargo cinco mil litros de huachicol en “el pozo”, que le rellenan por quincena.
La plaza, aquí, “ya está segura”, dice, porque, “se paga por trabajar y aparte se paga por el ‘residuo’”, dice en referencia a lo que dan los dueños del almacén por cada litro que compran para revender, que cae en manos de los verdaderos “amos” de los ductos. Esa cuota, piensa, alcanza por la “protección” que les prometen los capos.
Así, con esa creencia, cuida el pozo a cambio de 100 pesos al día, cuando el dueño de la toma, según “acarreador” anda sacando alrededor de cien mil litros por noche.
Los motivos que, dijo antes, no valían la pena contar, los resume en una idea que cree, cual feligrés ferviente, este hombre solitario, que vivió hace años el abandono de los suyos: si no lo hace el huachicol, lo matará el hambre.
@emeequis