Espías entre nosotros: el fantasma del espionaje internacional regresa a México

Por: Admin

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Expresidentes que colaboraron con la CIA, magnicidios ejecutados por agentes soviéticos, diplomáticos con identidades falsas: el país latinoamericano es un cruce de caminos donde se han encontrado y aún confluyen los servicios de inteligencia de las principales potencias

 

El espionaje en México ha sido siempre un secreto a voces. Documentos desclasificados, desertores con memorias reveladoras y el trabajo de historiadores han permitido levantar el velo del mundo oscuro de los servicios de inteligencia, casi siempre décadas después de que sucedieran los hechos, de que quedarán enterrados por el pasado. En algunas raras ocasiones, sin embargo, emergen en el presente. La semana pasada, el general Glen VanHerck, jefe del Comando Norte de Estados Unidos, convirtió ese secreto en una llamada de alerta sobre la presencia de espías rusos en territorio mexicano. “En la actualidad, la mayor parte de efectivos de la GRU [Departamento Central de inteligencia] en el mundo está en México”, dijo VanHerck en una audiencia ante el Senado estadounidense. “Se trata de personal de inteligencia ruso y se mantienen vigilando muy de cerca para aprovechar las oportunidades e influir en Estados Unidos”, aseguró.

Las declaraciones del general de cuatro estrellas fueron el pico más alto de una sucesión de hechos que puso al Gobierno mexicano en el centro del choque de trenes entre Rusia y Estados Unidos por la invasión de Ucrania. Horas antes de la visita de VanHerck al Senado y casi en el aniversario del primer mes del inicio del conflicto armado, un grupo de diputados de Morena y el Partido del Trabajo, parte del bloque gobernante, decidió crear el grupo de amistad México-Rusia en la Cámara baja, un colectivo para estrechar lazos con el Gobierno de Vladímir Putin, mientras sus tropas asfixiaban las principales ciudades ucranias. La oposición no escatimó en reclamos ni tampoco lo hizo Ken Salazar, el embajador estadounidense, que reprobó las muestras de solidaridad con el Kremlin en el Congreso mexicano. “El embajador ruso estuvo ayer y dijo que México y Rusia son cercanos, eso nunca puede pasar”, ha agregado.

Para Francisco Gil Villegas, especialista en la relación entre México y Rusia, lo sucedido no fue una casualidad. En menos de 24 horas, ante los primeros atisbos de fisuras en la posición del Gobierno mexicano de condena a la agresión rusa en Ucrania, Washington reaccionó. “Esto siempre se ha sabido, pero se mantenía de manera discreta”, dice Gil Villegas sobre el espionaje internacional en el país. “Lo que sí es novedoso es que una alta autoridad militar lo diga públicamente, eso no tiene precedentes”, afirma el académico del Colegio de México.

La Embajada rusa calificó los dichos de VanHerck como “propaganda estadounidense”. “No tienen ningún fundamento sobre la presencia de ‘espías militares rusos”, ha refutado la representación diplomática en sus redes sociales. Las acusaciones contra Rusia por impulsar labores de inteligencia se han intensificado a últimas fechas. Esta misma semana, Irlanda, Bélgica, Países Bajos y República Checa expulsaron a 43 diplomáticos rusos por preocupaciones sobre su seguridad nacional. Polonia expulsó 45 diplomáticos rusos el pasado 23 de marzo por sospechas de espionaje. Estados Unidos también echó a 12 funcionarios de Rusia en la Embajada de Washington y de la representación rusa ante la Organización de las Naciones Unidas desde la invasión a Ucrania. El Kremlín pagó con la misma moneda a la Casa Blanca y nombró a un número equivalente de diplomáticos estadounidenses personas no gratas. “Las embajadas juegan un papel crucial porque son los centros de operaciones de la GRU”, asegura Beata Wojna, ex embajadora de Polonia en México y profesora del Tec de Monterrey.

En México resurgió la añeja polémica por la sobrerrepresentación de diplomáticos rusos en la capital. En 2020, Rusia ocupó el sitio 35 entre los socios comerciales del país latinoamericano, según datos de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Paradójicamente, Rusia tiene 49 representantes en México, más que Estados Unidos, China y cualquier otra misión diplomática, según las estadísticas oficiales, que consideran por separado el personal consular. “¿Quiénes son los más de 1.000 diplomáticos estadounidenses que trabajan en México?”, refuta la legación rusa ante los cuestionamientos.

Las autoridades mexicanas no tienen ningún interés en tensar la relación con el Kremlin, pero su historia no es ajena a la expulsión de diplomáticos soviéticos entre acusaciones de espionaje. Vanni Pettinà, un historiador especializado en la Guerra Fría en América Latina, recuerda dos episodios. En 1959, un agregado naval y un segundo secretario fueron echados por haber apoyado en secreto y financiado con 80.000 dólares la huelga de ferrocarrileros liderada por Valentín Campa y Demetrio Vallejo. En 1971, un grupo de guerrilleros mexicanos del Movimiento de Acción Revolucionaria, becado para estudiar en Moscú y posteriormente entrenado en Corea del Norte, fue detenido y el Gobierno de Luis Echeverría expulsó a varios diplomáticos de la URSS que facilitaron las becas. “México fue, sin duda, una plataforma donde se encontraron los principales actores y servicios de inteligencia de la Guerra Fría”, afirma Pettinà.

Tras el triunfo de la Revolución cubana, México fue el único país latinoamericano que mantuvo relaciones con la isla tras su expulsión de la Organización de Estados Americanos en 1964. La vecindad con Estados Unidos, la cercanía a Cuba, la relevancia geopolítica y económica del país. Gil Villegas dice que todos esos ingredientes hicieron de territorio mexicano un “lugar ideal para el espionaje” y que eso dio pie a un acuerdo tácito de Estados Unidos: mantener a México como una “ventana abierta” para recopilar información y sondear las posición de los soviéticos y los cubanos, y viceversa. “Hubo un aumento de la tolerancia de EE UU hacia los servicios secretos extranjeros en México”, asevera.

El intercionalista Gerardo Alfonso Méndez documentó en su tesis que en México la rezidentura de la KGB impulsó los primeros intentos sandinistas para derrocar la dictadura de Anastasio Somoza en Nicaragua, acogió a desertores y comunistas estadounidenses y tocó base con sus agentes encubiertos en EE UU y el Partido Comunista Mexicano, así como con medios de izquierdas. La operación más relevante del aparato soviético fue la orquestación en 1940 del asesinato de León Trotski, asilado en México desde hacía tres años antes, a manos del agente estalinista español Ramón Mercader, que asumió una identidad falsa, se infiltró en su círculo social y lo asesinó con un piolet.

Jaime Ramón Mercader (derecha) fue un militante comunista español y agente del servicio de seguridad soviético NKVD, conocido por asesinar el 21 de agosto de 1940 al político y revolucionario ruso León Trotski. Lo acompañan a la izquierda  el agregado de la Embajada de Checoslovaquia en México, Olldrich Novicky y el abogado de Mornard, Eduardo Ceniceros.
Jaime Ramón Mercader (derecha) fue un militante comunista español y agente del servicio de seguridad soviético NKVD, conocido por asesinar el 21 de agosto de 1940 al político y revolucionario ruso León Trotski. Lo acompañan a la izquierda el agregado de la Embajada de Checoslovaquia en México, Olldrich Novicky y el abogado de Mornard, Eduardo Ceniceros.STR (AP)

Pero Estados Unidos también actuó a sus anchas. Al ser un país prioritario, en México se establecieron excepcionalmente oficinas del FBI (a cargo de la inteligencia en suelo estadounidense) y de la CIA (responsable de las operaciones en el extranjero). Las agencias estadounidenses intercambiaron activamente información con los Gobiernos mexicanos y entrenaron y equiparon a sus servicios y policías secretas. Winston Scott, el jefe de la estación de la CIA en México durante trece años, se enquistó tanto en el sistema político mexicano que desayunaba semanalmente con el expresidente Adolfo López Mateos y compró un coche para la amante de su sucesor, Gustavo Díaz Ordaz, de acuerdo con los archivos revisados por Méndez y múltiples referencias bibliográficas. Pero quizá lo más escandaloso fue la colaboración directa de la CIA con tres eventuales presidentes López Mateos (nombre clave: LITENSOR), Díaz Ordaz (LITEMPO-2) y Luis Echeverría (LITEMPO-8), y más de una docena de figuras del régimen mexicano posrevolucionario. ¿Eran agentes, colaboradores, infiltrados de la CIA? “Eran fundamentalmente políticos, que vieron un beneficio en cooperar”, zanja Méndez.

La imagen de los hombres misteriosos con largas gabardinas, teléfonos pinchados y cámaras que se disparan a lo lejos ha cambiado. Wojna da como contexto que las operaciones de inteligencia del Kremlin fuera de Rusia recaen ahora en dos sucesoras de la KGB, la GRU y la SVR [Servicio de Inteligencia Exterior], cuyos agentes están desplegados en los cuerpos diplomáticos. Eso les da tres ventajas, apunta: cercanía al poder político-militar y económico de los países receptores, libertad de movimiento e inmunidad. Por eso, la consecuencia última ha sido la expulsión de los agentes diplomáticos. Según esta versión, los elementos de la GRU recolectan información; reclutan a colaboradores y manejan redes de contactos; promueven propaganda y campañas de desinformación, y dan apoyo a enviados a cargo de operaciones especiales fuera del orden legal. En Europa, la agencia ha sido señalada por el envenenamiento de desertores, asesinatos y ataques contra instalaciones militares y de armamento. En EE UU, de interferir en las elecciones que llevaron a Donald Trump al poder. La SVR tiende más a lo civil, con ciudadanos rusos que son preparados durante años para asumir nuevas identidades o extranjeros que son convencidos o coaccionados.

“El espionaje se ha sofisticado”, señala Wojna. En el contexto de las nuevas tecnologías, la diplomática polaca asegura que la inteligencia de Rusia ha sumado a su portafolio los ataques cibernéticos y las campañas de desinformación y desestabilización de regímenes democráticos a través de semillas que se plantan desde grandes hackeos hasta perfiles que lanzan propaganda en TikTok. “No cabe duda de que el elemento humano, sin embargo, sigue siendo crucial”, afirma. “Se han vuelto a recuperar estructuras que ya existían en la Guerra Fría, no se inventan desde cero”, agrega Pettinà.

El matrimonio entre las labores de espionaje y la propaganda está más vigente que nunca. Los especialistas dicen que muchos reclutas se esfuerzan por promover la narrativa rusa de la actualidad y presionar a los críticos. Wojna ha sido blanco de un linchamiento en redes desde la Embajada de Rusia en México, llamándola “mentirosa” y acusándola de propagar “simulaciones”. “La pirámide de la propaganda rusa es gigantesca y debajo hay una red de conexiones inmensa”, comenta. A la expulsión de diplomáticos y el cerco financiero establecido por EE UU y sus aliados, se ha sumado el veto a Russia Today y Sputnik, dos medios financiados por las autoridades rusas, que acusan “una guerra mediática sin precedentes” en su contra.

Gil Villegas recuerda que en los años noventa, cuando habló a favor de las medidas rusas en Chechenia, el embajador de entonces le invitó a cenar a la Embajada, en la preciosa exhacienda de Santa Catarina del Arena. Vodka y caviar incluidos. Cuando criticó la represión de Serbia, aliado histórico de Rusia, en Kosovo fue acosado y tachado de informante estadounidense. El investigador dice que Moscú se vale de la nostalgia comunista y se asume como la heredera de un modelo político alternativo, pese a que en su opinión el régimen de Putin tiende más al fascismo y al imperialismo que al comunismo, para cortejar a medios y políticos afines. “Los amigos de Rusia no solo están en el Congreso, sino en muchos otros lados”, afirma. “El interés que tienen los rusos por México es fundamental por geopolítica y todas las conexiones con EE UU por migración, narcotráfico, seguridad y comercio, y es ahí donde ven que pueden incidir”, asegura.

A lo largo de la historia, prácticamente ningún país ha estado blindado al espionaje. Siempre ha persistido cierta porosidad, aunque la tolerancia hacia la inteligencia es variable. Esta semana, el titular de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, retó a VanHerck a que presentara las pruebas de la presencia de espías rusos, algo a priori muy improbable. Se trata del mismo general que el año pasado dijo que más de un tercio del territorio mexicano estaba controlado por el narcotráfico y es probable que en el cálculo de las autoridades de México sea más dañino que en Washington se disemine la idea de que el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha perdido el control de cotos clave de seguridad y gobernabilidad, que reconocer la operación de agentes extranjeros, un terreno, por definición, opaco y clandestino. En ese trance, por más que Moscú ha agitado el nervio nacionalista de México y a pesar de todo el histrionismo solidario, la posición oficial del país ante Ucrania no se ha movido.

En otra vía, lejos de lo aparente, el espionaje ha ido en todas las direcciones posibles. Según el Cato Institute, un think tank que oscila entre las ideas libertarias y conservadoras, Estados Unidos ha identificado a casi 1.500 espías en su territorio entre 1990 y 2019, y de ellos uno de cada diez era mexicano, el segundo grupo más numeroso después de los agentes chinos. Lo que cambia por completo el tablero político y la tolerancia al terreno difuso entre la diplomacia y la inteligencia es la guerra en Ucrania, apunta Gil Villegas. No obstante la reaparición del fantasma del espionaje, las respuestas irrefutables, las confesiones detalladas de todos los bandos y los informes desclasificados casi siempre tardan en llegar.

 

 

Elías Camhaji

Es reportero en México de EL PAÍS. Se especializa en reportajes en profundidad sobre temas sociales, política internacional y periodismo de investigación. Es licenciado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por el Instituto Tecnológico Autónomo de México y es máster por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.