Sheinbaum va protegida por el presidente López Obrador para ser la candidata presidencial de Morena, y Batres entra a reconquistar la mitad de la capital perdida, para ganarse la candidatura a jefe de Gobierno de la Ciudad de México
POR RAMÓN ALBERTO GARZA
Cuando en una jugada política sorpresiva, el presidente Andrés Manuel López Obrador abrió en su mañanera el expediente de la sucesión presidencial rumbo al 2024, quizás no midió el alcance de su provocación. O quizás sí.
Porque no terminaban de enfriarse en la mesa los nombres que exhibió -Sheinbaum, Ebrard, Tatiana, Moctezuma, De la Fuente y Nahle- cuando el senador morenista Ricardo Monreal acusó el recibió de su ausencia en la lista.
Pero como ya lo advertimos aquí, de la lista presidencial, las únicas que transitarían una candidatura de Morena serían la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México y la Secretaria de Energía.
Ni el Canciller, ni la Secretaria de Economía, ni el Embajador en Estados Unidos, ni el Embajador ante Naciones Unidas pasarían la prueba del ácido, de unas tribus puristas de la izquierda, que están exigiendo la postulación de uno de los suyos.
Quizá por esa razón, el sábado pasado, Marcelo Ebrard organizó una comida en una finca del Estado de México donde se dio lo que de inmediato fue bautizada como la Cumbre de Toluca.
Con unos 130 invitados, políticos, empresarios y colaboradores del círculo íntimo del Canciller acudieron a recibir un claro mensaje de su jefe: “No me den por muerto, vamos a la carrera presidencial 2024, respetando las reglas del juego”.
La intención era que el acto fuera un claro respaldo al golpeteo recibido recientemente por el Canciller, a quien se le acusa de ser el responsable directo de las fallas en la construcción que colapsó la Línea 12 del Metro.
Sobre todo, en los días posteriores a que, en un evento de Morena convocado en el Auditorio Nacional, los asistentes vitorearon a Claudia Sheinbaum al grito de “¡presidenta!, ¡presidenta!”.
Y en contraparte, abuchearon al presidente de Morena, Mario Delgado -aliado del bloque de Marcelo Ebrard- y curiosamente también implicado en las culpas por las fallas de la Línea 12.
Delgado fue quien, como secretario de Finanzas del gobierno ebrardista, autorizó el cambio sobre las rodillas de los rodamientos neumáticos a rodamientos de acero. Craso error.
Pero todavía los amigos del Canciller no hacían la digestión de su comida del sábado, cuando Claudia Sheinbaum anunció ayer la sorpresa de que Martí Batres sería su nuevo secretario de Gobierno en la Ciudad de México.
El mensaje fue claro contra Marcelo Ebrard. Basta desempolvar aquella historia de septiembre del 2011, cuando el entonces jefe de Gobierno de la Ciudad de México, cesó a Batres de su posición como secretario de Desarrollo Social capitalino.
Ebrard se quejaba entonces que Batres tenía una agenda propia, divorciada de su gobierno y presumiendo que lo hacía apoyado por López Obrador.
Esa agenda incluía severas críticas de Batres al entonces presidente Felipe Calderón, en momentos en que el jefe Ebrard tendía puentes con el gobierno panista.
La declaración de Ebrard sobre aquel cese de Batres fue contundente: “Lo que habría que decirle a Martí (Batres) es que si no está a gusto -yo ya se lo dije- pues no tiene nada que hacer en el gobierno”.
Batres también tocaba los tambores de guerra contra el jefe Ebrard, porque su gobierno había contratado a Protego, la empresa de Pedro Aspe, para renegociar la deuda del entonces Distrito Federal.
Pero esos dos episodios -el de Calderón y el de Aspe- Batres los vendió como un acto de lealtad hacia López Obrador, quien ahora lo premia convirtiéndolo en el compañero de fórmula de la jefa de Gobierno rumbo al 2024. Un intento claro de hacerle contrapeso al bloque de la Cumbre de Toluca.
Sheinbaum va protegida por el presidente López Obrador para ser la candidata presidencial de Morena, y Batres entra a reconquistar la mitad de la capital perdida, para ganarse la candidatura a jefe de Gobierno de la Ciudad de México.
La pregunta es si frente a este evidente blindaje presidencial para la jefa de Gobierno, tanto Marcelo Ebrard como Ricardo Monreal se van a quedar cruzados de brazos.
Todo indica que no, a decir por la comida sabatina convocada por Ebrard y por el ruido generado por las declaraciones de Monreal, quien reclama airado su sitio en la carrera presidencial.
Y de esta nueva realidad, apenas develada ayer, solo existen una de dos posibilidades.
O que el presidente López Obrador admita ya, públicamente, que adelantó su sucesión y que ya decidió que fueran el binomio Sheinbaum-Batres los delanteros, dejando fuera a la trifecta Ebrard-Monreal-Delgado.
O que Ebrard y Monreal, juntos o por separado, busquen el fichaje de su candidatura presidencial por otro partido político, que les dé cobijo cuando renieguen de los favoritismos en Morena. Para el 2024, puede no ser mal negocio político ser “antiAMLO”.
Y si así lo fuere ¿no existiría la posibilidad de que el propio presidente López Obrador esté fabricando la acción y la reacción rumbo al 2024 para jugar con dos partidos, uno de izquierda pura y otro de los “renegados” de la Cuarta Transformación?
Lo cierto es que no se recuerda que un presidente en funciones monte, con tanta anticipación, un cuadrilátero sucesorio con peleas interescuadras del partido en el poder, faltando todavía 30 meses para el destape. ¿Pan y circo?