La vida entre rejas de Caro Quintero, el ‘narco de narcos’ mexicano

Por: Admin

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El capo, recluido en una prisión de Estados Unidos desde febrero y acusado de matar a un agente de la DEA, está pendiente de saber si será condenado a pena de muerte o a cadena perpetua

 

En la única entrevista que dio en su vida, Rafael Caro Quintero, el narco de narcos mexicano, contestaba con una sencillez aterradora una pregunta que casi parecía un trámite, sobre su papel en el Cartel de Guadalajara: “Yo del cartel y todo eso no me di cuenta hasta que estaba preso”. Era 2016. Caro Quintero, un pionero de los cultivos industriales de marihuana, violento y sanguinario, capaz de reconstruir su imperio criminal después de 28 años en prisión, parecía, de repente, un anciano despistado. ¿El cartel? Invenciones. Pero dio igual lo que dijera. Seis años más tarde, la justicia llamó de nuevo a su puerta y lo mandó de vuelta a la cárcel. En febrero, México lo envió a Estados Unidos y ahora los fiscales dudan únicamente sobre su destino final, pasados los 70 años, pena de muerte o cadena perpetua.

Ha sido un camino largo, accidentado, dorado al calor de las fallas del sistema de justicia mexicano. Detenido por primera vez hace algo más de 40 años por el asesinato del agente de la DEA, Enrique Kiki Camarena, entre otros delitos, salió de prisión en 2013, porque un tribunal entendió que el proceso estaba viciado. A Caro Quintero, argumentaron los jueces, le debía haber juzgado un tribunal federal, y no uno estatal. Total, que lo soltaron. Dos años más tarde, la Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenó al tribunal en cuestión que reflexionara sobre su decisión. Presionado por la opinión pública, por los Gobiernos de México y EE UU, el tribunal rectificó. Para entonces, el rastro del criminal se perdía en la cicatriz serrana del noroeste mexicano.

El príncipe del narco, apelativo que responde a la aristocracia criminal del apellido, corrió todo lo que pudo. Buscó refugió en sus viejos feudos norteños y se hizo fuerte en el norte de Sonora, de mano de sus sobrinos. Volvió a hacer lo que había hecho tantas veces: traficar. Documentos del Ejército, divulgados hace un par de años por el colectivo de hackers Guacamaya, lo sitúan en varios municipios de ese Estado, caso de Caborca, o las aguas de Puerto Peñasco y San Luis Río Colorado, a tiro de piedra de Estados Unidos. Allí había dado sus primeros pasos, 50 años atrás. Como recuerda el académico Ben Smith, en su monumental obra sobre el narco mexicano, The Dope, uno de los primeros arrestos de Caro Quintero fue precisamente por almacenar marihuana en San Luis, entre finales de los 60 y principios de los 70.

Eran otros tiempos. Cuando volvió a las andadas, la era del fentanilo se imponía; la metanfetamina, tan novedosa en los años 90, se había convertido en la base del tráfico, y la marihuana ya se vendía legalmente en muchas tiendas de EE UU. Luego estaba la evolución del crimen. Sus dos viejos socios, Ernesto Fonseca, alias Don Neto, y Félix Gallardo, cumplían igualmente sus condenas por el caso Camarena. Los sucesores sinaloenses, Joaquín El Chapo Guzmán e Ismael El Mayo Zambada, vivían a salto de mata, sobre todo el primero, que caería en 2016. Los años posteriores en la región adelantaron una dinámica ya habitual en el resto del país, la fragmentación de los grupos delictivos, las peleas entre facciones, la diversificación de sus economías… Caro Quintero optó entonces por teñirse el cabello de negro, símbolo de un tiempo que se le escapaba.

Rafael Caro Quintero, tras ser detenido en Sinaloa en 2022, en una fotografía cedida por la Marina de México.

Así apareció en el vídeo que difundió el Gobierno, en su última detención, en 2022, un septuagenario con el pelo negro azabache. Las autoridades lo detuvieron en un poblado del municipio de Choix, en pleno triángulo dorado, la zona serrana que comparten Sinaloa, Durango y Chihuahua, origen mítico del narcotráfico en el país. Smith cuenta en The Dope cómo hace 90 años, un cacique local, Melesio Cuén, y un curandero chino, que tomó el nombre de Juan Amarillas, iniciaron a los campesinos de la región en el cultivo de la amapola, fuente de la goma de opio. Pero esa es otra historia. Caro Quintero, oriundo de la zona, como el mismo Chapo o Don Neto, trató de esconderse en unos matorrales, pero no hubo forma de engañar a los soldados.

Los sortilegios legales de sus abogados han protagonizado los años recientes. La extradición planeaba sobre la cabeza del príncipe del narco, uno de sus miedos. Quizá por ello, en la entrevista que dio en 2016, pedía perdón “a Estados Unidos y a la DEA”, la agencia antidrogas de aquel país. “Si cometí algún error, le pido perdón”, dijo. Los abogados pusieron todo tipo de trabas a su traslado al norte. Dijeron, incluso, que Caro no era Caro, ardid común de la defensoría criminal. Y aunque nadie se lo creyó, Caro Quintero logró parar el proceso durante tres años, hasta que, en febrero pasado, el Estado mexicano, experto también en volteretas legales, sorteó las leyes de extradición con el envío masivo de presuntos criminales al norte, una ofrenda a las exigencias del Gobierno de Donald Trump.

Una vez allí, la DEA señaló su presencia como un acto de justicia. Al norte del río Bravo, no hay mayor culpable que Caro Quintero, señalado de conspirar para matar al agente Camarena, un parteaguas en la historia de la guerra contra las drogas. El relato oficial señala a Caro y Don Neto como artífices del secuestro, las torturas y el asesinato del agente, en Guadalajara, a principios de 1985. No hay dudas sobre esa parte. El motivo, sigue el relato, fue el decomiso de toneladas de marihuana de un rancho de Caro Quintero, un año antes. Investigadores —algunos de la misma DEA—, periodistas y académicos han señalado estos años, sin embargo, que aquel no fue el verdadero motivo, y apuntan una conspiración de la CIA, embarrada entonces en el financiamiento de las Contras nicaragüenses.

De nuevo, esa es otra historia. Lo cierto es que Caro Quintero aguarda su juicio, con la única duda de qué pedirán los fiscales, si cadena perpetua o pena de muerte. Además del caso Camarena, el narco enfrenta acusaciones de asociación delictuosa y tráfico de drogas. Es poco probable que la esperanza pueble su vida entre rejas. La justicia de Estados Unidos dejó clara su postura, apenas puso un pie en el país. Los agentes que recibieron la custodia del narco mexicano le recordaron enseguida que tienen memoria. Las esposas que ligaron sus muñecas eran las mismas, nada más y nada menos, que las que había usado Camarena 40 años atrás.

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