El presidente López Obrador es un Maestro del Engaño que prometió un México transformado, pero que a punta de odio, de rencor y de radicalismos mañaneros está aniquilando las instituciones nacionales
POR RAMÓN ALBERTO GARZA
Pérfido: (Persona) que es desleal a alguien que confía en él y muy malo.
Esta es la definición que la Real Academia Española le atribuye a los pérfidos, aquellos a los que el cantautor mexicano Chava Flores parodiaba con sarcasmo en “Ingrata Pérfida”, su inolvidable canción.
“Ingrata pérfida…, romántica insoluta,
Tú me estrujates…, todito el corazón.
Y yo, benévolo…, hablábate de amores,
y decíate… mi anémica pasión”.
Y esa es la condición pérfida que se revela en el estilo personal de gobernar del presidente Andrés Manuel López Obrador. La de alguien que es desleal a quien confía en él.
El patrón de la ingratitud hacia quienes le fueron fieles se volvió recurrente. Ahora le tocó el turno a Arturo Herrera, el colaborador que nunca mereció el maltrato de una promesa presidencial que, sin explicación alguna, jamás se cumplió.
A su salida de la Secretaría de Hacienda, el mandatario lo anunció como el próximo gobernador del Banco de México, solo para desconocerlo y ningunearlo proponiendo el relevo de otra candidata, Victoria Rodríguez.
Fue la segunda ingratitud presidencial del mes. La primera fue la de Santiago Nieto, el titular de la Unidad de Inteligencia Financiera a quien le pidió su renuncia por la osadía de celebrar su boda “de escándalo” en Antigua, Guatemala.
Pero, así como desconoció a Herrera y a Nieto, lo hizo antes con sus prescindibles Alfonso Romo, Olga Sánchez Cordero, Julio Scherer y Esteban Moctezuma. Simplemente lo que decía, se acordaba o se prometía, no se cumplía.
Bajo esa óptica, el presidente López Obrador solo se es leal a sí mismo. Ni a sus hermanos de sangre, ni a quienes llama falsamente “mis hermanos”, ni de quienes se sirve y utiliza para sus propósitos, y cuando dejan de serle útiles, los desecha indignamente.
“Salgara que salgare…, ahora te involucro,
en las sucias maniobrias…, que usates para mí.
Ingrata méndiga, palabras no son obras.
Ahora tú, tú, tú me sobras
Y yo te falto a ti”.
Chava Flores es premonitorio. Para el inquilino de Palacio Nacional sus palabras no son obras. Él desecha sin recato a quien le sobra, o mejor dijo a quien no se somete a sus caprichos.
Si de Arturo Herrera le decepcionó que no acatara su consigna de apoyos presupuestales con dedicatoria electorera -para los comicios de junio-, de Santiago Nieto le desesperó que acelerara ciertas investigaciones también en tiempos electorales, que podrían perjudicar a algunos contrarios o favorecer a algunos propios.
Pero para el mandatario, protegido en su burbuja roja y verde olivo, ya nadie le es indispensable. La lealtad partidista jurada a punta de bayonetas por el General Secretario Luis Crescencio Sandoval le es suficiente para sentirse resguardado de cualquier adversario.
El pago por tan elevados servicios a la República de Macuspana son las ahora incuestionadas chequeras de las obras encomendadas, sin licitación pública, a los guardaespaldas de verde olivo.
Son presupuestos que por el “decretazo” de un falsa “seguridad nacional” ya están blindados, lejos de cualquier intención de transparencia, prestos para que se haga con ellos lo que mejor les convenga. Sin derecho a réplica.
La honestidad militar es otorgada urbi et orbi por bendición presidencial, lo mismo que el descrédito y la deshonra son adquiridas por la perfidia del inquilino de Palacio Nacional.
El presidente López Obrador es un Maestro del Engaño que prometió un México transformado, pero que a punta de odio, de rencor y de radicalismos mañaneros está aniquilando las instituciones nacionales.
Aquella frase de “al diablo con las instituciones” que alguna vez juró que le fue mal interpretada, sí estaba arraigada en su inconsciente. La realidad de sus hechos desmiente la falsedad de sus palabras.
Desde el INE hasta el Banco de México, pasando por la Comisión Nacional de Hidrocarburos o la Comisión Reguladora de Energía, todas están colocadas en la fila del patíbulo presidencial.
Es el mismo presidente López Obrador que juró en campaña que regresaría a los militares a los cuarteles, pero jamás dijo que les canjearía sus bayonetas por plumas fuente para firmar los abultados presupuestos, que los convertirían en los dueños de la infraestructura nacional que solía ser ejecutada por civiles.
Él dijo en campaña que se instalaría un gobierno de transparencia, fiscalizador y sin impunidad, pero jamás dijo que los grandes presupuestos públicos serían protegidos de cualquier escrutinio, sin derecho a revisión porque como los manejan los militares, son impolutos y hay que cuadrarse.
Él dijo en campaña que instalaría en su gobierno a los mejores hombres y mujeres para ejecutar las tareas estratégicas, pero en tres años, ese prometedor gabinete se achicó, se volvió complaciente, adulador y mediocre. Gabinete chiquito para gobierno chiquito.
Él dijo en campaña que el Sistema Nacional de Salud, el que juraba que saqueaba a la Nación con el llamado Seguro Popular, sería reemplazado en tres años por uno ejemplar, que sería como el de Bélgica o Dinamarca. Y sobrevivimos -o morimos- sin medicamentos. Ni los niños con cáncer le conmueven.
Y es así que, de controversia en controversia, de disputa en disputa, la perfidia instalada en Palacio Nacional solo admite lo que por decreto dicta su mente (la del presidente). Lo demás es desechable, lo que piense el resto, es despreciable.
Él quiere que todos confíen en él, pero él no confía en nadie.
“Pero fallote…. y ecuánime reprocho
Tu intrínseco deseo… que indúceme a olvidar”.