Pobre Marcelo Ebrard. Tantos años de planear, esperar, permanecer fiel. Tantos sexenios de traer puesto el anillo de compromiso, sin que se celebre la boda que Andrés Manuel López Obrador le prometió. Sexenios de ser la prometida permanente, sonriendo discretamente detrás del hombre al cual apoyó, al cual le creyó, a cuyo compromiso siempre le apostó. Hoy ve cómo la caminata hacia el altar se le complica y existe la posibilidad real de que su pareja elija a otra, ante los ojos de Dios y del pueblo. El día que se repartan las invitaciones oficiales a la ceremonia, quizás el hombre que ofreció llevarlo al altar haya cambiado de opinión. Quizás el nombre escrito en letras de oro, proclamando las nupcias no sea el suyo sino el de Claudia Sheinbaum. Y a Ebrard quizás no le quedará otra opción más que ser dama de compañía de la nueva emperatriz.
Lo reconoce en su libro El camino de México: lleva cuarenta años esperando ser presidente de México. Con ese objetivo, ha soportado años de noviazgos que no acaban en matrimonios, años de promesas postergadas. A lo largo de su carrera siempre siendo la novia anhelante, el número dos del número uno, el lugarteniente leal, el subsecretario ideal, el miembro del gabinete pero no quien lo comanda. Hoy su destino está en manos de la última pareja con la cual se comprometió y cuya propuesta de nupcias aceptó. Incluso en sus tiempos de mayor autonomía -como jefe de Gobierno de la Ciudad de México- ya había atado su destino al de AMLO. Ya estaba amarrado por él, acotado por él, constreñido por él. Quien lo propulsará a la Presidencia o le prohíba llegar ahí será López Obrador.
Por ello el afán de complacerlo durante todo el sexenio, al frente de una política exterior plagada de ocurrencias e incongruencias, dictadas desde arriba y puestas en marcha sin chistar. Por ello los sapos tragados y los errores justificados. Ebrard sabe que esta es su última oportunidad, y no habría certeza de ser la futura favorita, luego de un matrimonio sexenal con Claudia Sheinbaum. Sabe que, como canta Pablo Milanés, “el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos”. Sabe que si no es destapado, cualquier Plan B o Plan C o Plan D que implicara refugiarse en brazos de otro partido entrañaría ser destruido por el despechado a cargo del dedazo. Las bodas de López Obrador son bodas de sangre, y si no ocupas el lugar designado -parado frente al sacerdote o arrodillado en el reclinatorio- serás excomulgado. Ese ha sido el destino de todos los que han osado romper la relación con AMLO: el destierro y la desacreditación a la Cuauhtémoc Cárdenas.