Maten al mensajero y no hay mensaje: las conferencias mañaneras

Columna de opinión Adriana Colchado (@tamalito_rosa)

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Hay que decirlo de una vez por todas: la libertad de prensa está muerta. Ya no respira, no pía, no tuitea, no cuestiona. Y aunque el 7 de junio se celebró la Libertad de Expresión, en este país ya no hay mucho que celebrar más que la santa misa por el alma de ese periodismo que alguna vez sirvió para incomodar al poder.

Cuando AMLO llegó a Palacio Nacional, impuso un ejercicio que mucho se aplaudió como si fuera el invento del hilo negro: el presidente se sometería diariamente al escrutinio de los medios. Las famosas y cansadas conferencias mañaneras que debieron ser un ejercicio de rendición de cuentas, se convirtieron en un espacio para aplaudirse solito, tirar piedras, presentar otros datos y descalificar, denostar y perseguir a la prensa. Ahí se tiraban nombres, se cuestionaban fuentes, se invalidaban investigaciones, se soltaba a la jauría digital contra medios y periodistas que, simple y llanamente, hacían su trabajo: cuestionar al poder.

Y así, más pronto que tarde, el presidente se volvió el principal agresor de la prensa. Utilizó su altísima popularidad  para marcar la agenda con odio y división. Y para cuando nos dimos cuenta, los periodistas se convirtieron en carne de cañón digital: puro ataque en redes, amenazas, y campañas de desprestigio a ritmo de trending topic. Ya no era importante responder la pregunta sobre un contrato por adjudicación directa, sino cuestionar la calidad moral de quien lo sacaba a la luz. 

Y ojo, no quiero pecar de ingenua al decir que todo empezó con Morena, porque no. En este país, ser periodista siempre ha sido peligroso. Las amenazas, las desapariciones, los asesinatos y la censura vienen desde muchísimo antes, de todos los colores y sabores del espectro político.

Pero, lo que sí cambió con este nuevo régimen fue la narrativa. Antes, cuando algo le pasaba a un periodista, el dedo apuntaba directo al Estado. Hoy, si un periodista es asesinado, atacado o desaparecido, es más común escuchar que “algo raro traía”. Lo más peligroso es que esto avanza de manera desmedida. 

Y para poner un ejemplo, sin irnos tan lejos, nadie me dejará mentir: Peña Nieto fue un presidente duramente criticado, ridiculizado, exhibido… y memificado hasta el cansancio. Ahí están la Casa Blanca, los escándalos de corrupción, sus metidas de pata en público, sus discursos fallidos.  Pero incluso con todo ese tsunami de burlas y señalamientos, jamás vimos a EPN salir a despotricar contra un periodista en público, mucho menos a ponerle apodos desde la silla presidencial.

Hoy, el periodismo que no aplaude es “fifí”, “chayotero”, “vendido”, “pseudo”, “basura”, y un largo etcétera de adjetivos diseñados para invalidar cualquier crítica. ¿Y sabes qué es lo más grave? Que esa práctica se volvió escuela. Porque ahora toooodos los gobernadores, presidentes municipales, secretarios de lo que sea, quieren o tienen su mañanerita donde ellos son las estrellas y los periodistas, pues eso… focas.

Y no podemos hablar de libertad de expresión sin hablar de financiamiento a medios de comunicación. El periodismo independiente, por más romántico que suene, no es rentable. Quien piense que un medio puede sobrevivir sin dinero público, peca de idealista o de bruto. Se dice y no pasa nada, los medios sobreviven gracias a la publicidad institucional. Y no, no tiene nada de malo que el gobierno contrate espacios para promocionar programas sociales, publicidad o eventos oficiales. Lo que está mal es que, una vez que llega el contrato, el poder se sienta dueño de tu pluma, de tu voz, de tu línea editorial.

Los gobiernos de ahora se llenan la boca señalando a los medios de ser “chayoteros”… pero, ¿adivinen quién paga ese “chayote”? Pues ustedes, bola de hipócritas. Porque el problema no es que se contrate publicidad. El problema es que cuando un periodista dice algo incómodo, entonces se le castiga quitándole el contrato, se le expone, se le fabrican delitos o se le exhibe por su “bajo nivel moral”.

En Puebla, el cuento no es distinto.  Tenemos un gobernador que no tolera la crítica y que ha utilizado su tribuna para desacreditar a medios y periodistas incómodos, como pasó recientemente con Rodolfo Ruiz, señalado como “pseudo periodista” y “canalla” por atreverse a exhibir irregularidades. 

Y sí, también tenemos que decirlo: la prensa no es intocable. Hay límites éticos y legales. (Inserte aquí un recuerdo de un administrador de reputaciones y vendedor de tlacoyos encarcelado). No todo vale en nombre de la libertad de expresión. Pero cuando el poder usa cualquier error, cualquier exceso, para justificar su hostilidad permanente contra los medios, el mensaje es claro: aquí la única versión que vale, es la del que manda.

Y si todo esto no fuera suficiente, últimamente hemos visto dos intentos claros de institucionalizar el ataque a la prensa. Ya no sólo se trata de descalificar desde el micrófono, ahora quieren que también sea desde la ley. Primero fue el intento de “Ley Mordaza” promovida por el diputado Andrés Villegas, por instrucción del Ejecutivo estatal. Su trasfondo era claro: ponerle correa a quien publica algo incómodo. Y más recientemente, se anunció otra iniciativa, esta vez impulsada desde el Ejecutivo a través del coordinador de gabinete, José Luis García Parra, para prohibir el ciberacoso, bajo el argumento de que una cuenta “bot” ejerció violencia política de género contra una funcionaria del gabinete de Armenta (lo cual es INACEPTABLE). ¿La trampa? Que esta ley podría usarse para perseguir a cualquier persona que ejerza el periodismo desde un seudónimo, como lo hacen muchísimas personas que por seguridad, contexto o estilo, eligen no firmar con su nombre real.

Y lo más triste es que, en medio de esta guerra, nos estamos abandonando entre periodistas. Ahora también usamos nuestros espacios para atacar a colegas por encargo del gobierno, para descalificar a quien critica, para debilitar la voz de los nuestros. Y eso es lo más lamentable: que nos convirtamos en verdugos de nuestra propia libertad. Porque hoy soy yo, pero mañana, créeme, vas a ser tú.

Porque cuando el poder le teme tanto a la crítica que necesita legislarla, lo que realmente demuestra es que ya no le alcanza con negar la verdad… ahora necesita que nadie se atreva a contarla.

Hasta aquí el chisme, lo viral, el tamal con crema… y también con pasas.

Por Adriana Colchado AKA @Tamalito_Rosa (síganme)