Hace unos días, haciendo mi labor de monitoreo diario, me topé con un reportaje de redes que francamente me dejó con la mandíbula a medio camino entre el chisme y el coraje. Resulta que Diario Cambio nos trajo el “exclusivón” de un curandero extranjero que alivia malestares con su energía. Viene desde Rumania con todo el misticismo del Este europeo y el don de tocarte y alejar todos los males.
Su nombre: Micea Gabriel.
Su lugar de trabajo: una banca afuera del Carolino, en la Plaza de la Democracia.
Su método: manos mágicas.
Su clientela: abuelitas, gente desesperada, personas que claramente no están ahí para una sesión de risoterapia, sino porque algo real les duele.
El tipo pone un letrerito que dice “Curo dolores” y con eso, boom, filas de hasta 400 personas al día. La aportación es voluntaria (y como sólo “recibe lo que gustes cooperar”, pues todo bien). Y lo que al principio parecía una curiosidad más de esas que se vuelven virales en un tuit, ahora ya lo están cubriendo TODOS los medios poblanos: Oro Noticias, El Popular, Síntesis, Tráfico Puebla, Sucesos, y pare usted de contar. El rumano ya es más solicitado que cita con especialista en el IMSS.
Hace no tanto, Puebla fue tendencia nacional (e incluso internacional) por el caso de Marilyn Cote, la falsa psiquiatra que hizo todo tipo de barbaridades con pacientes reales, vulnerables, y necesitados de atención médica profesional. A ella la hicieron pedazos (y merecidamente) en los medios, porque lucró con el dolor, mintió sobre su formación y puso en riesgo vidas.
Pero entonces… ¿por qué ahora están tratando al curandero rumano como una nota de color, como si fuera el Santa Claus de la energía vital?
La respuesta que tengo es malinchismo, discriminación y desesperación.
Ahora, antes de que me digan que esto es lo mismo que lo de Marilyn Cote, la falsa psiquiatra que ya está tras las rejas, vamos aclarando:
Sí hay diferencias, y son importantes. Marilyn se vendía como especialista, cobraba más de mil pesos por consulta, recetaba medicamentos sin tener idea de lo que estaba haciendo y, lo más grave, sí puso en peligro la vida de muchas personas.
En cambio, este rumano no receta nada, no cobra una tarifa fija (las aportaciones son voluntarias) y no dice que es médico… solo que tiene “energía en las manos”. Lo que hace no te mata, pero sí te entretiene mientras el dolor sigue ahí.
Pero aunque no recete clonazepam ni diagnostique trastornos inexistentes, lo de Micea Gabriel sigue siendo charlatanería. Y lo digo sin miedo al éxito espiritual. Porque lo peligroso no es el tipo en sí, sino el contexto que lo vuelve posible.
Entonces no hay tanta diferencia. Ambos lucran con la necesidad. En esencia, los dos están vendiendo algo que no tienen: un tratamiento verdadero.
Y aquí viene lo más feo de decir pero lo más cierto:
¿Será que si Micea fuera un señor moreno, chaparrito y con acento de la Mixteca, no lo tratarían igual?
¿Sería portada si en lugar de ojos azules tuviera huaraches?
¿Le harían fila 400 personas si en vez de llamarse Micea Gabriel se llamara Don Chema y usara hierbas de olor para sanar el dolor?
Lo que veo en esta exaltación del “sanador rumano” no es otra cosa que una peligrosa romantización de algo que debería preocuparnos. A la gente no le están ofreciendo fe, le están vendiendo humo.
Pero lo verdaderamente escalofriante es ver a los medios respetables haciéndole campaña. Hablando de él como si fuera un fenómeno social, cuando en realidad es el síntoma de uno. No es nota bonita. Es tragedia.
No es un milagro. Es desesperación.
Y no es novedad. Es reflejo de un país donde curarte el dolor con energía parece más alcanzable que conseguir una cita con un especialista.
Hasta aquí el chisme, lo viral, el tamal con crema… y también con pasas.
Por Adriana Colchado
@Tamalito_Rosa
Tensión en Venustiano Carranza por presunta corrupción del Concejo Municipal