A mí no me espantan los dedos tronados, ni las correcciones ni tampoco los regaños públicos -aunque sinceramente qué oso y que humillación- pero no, eso es hasta cierto punto “normal” en el ámbito laboral. Ahora, que te los truene el gobernador en plena conferencia mañanera, frente a los medios, con las cámaras apuntando… pues ay, caray, eso ya es otro rollo.
La semana pasada el ‘gober amoroso’ Alejandro Armenta le tronó los dedos a Carla López Malo, la nueva secretaria de Desarrollo Turístico para urgirla a meterle punch a la promoción del Estado. Y Carla, toda linda, contestó con una sonrisa.
Y ojo, no es la primera vez. Ya había hecho algo similar con Yadira Lira, la ex titular de Turismo. La regañó en público, le puso un ultimatum y finalmente la cambió de chamba. Así que no es un tema nuevo… es un patrón. Y si bien no puedo decir con certeza que sea violencia de género (porque también ha sido rudo con otros colaboradores hombres), cuando ya van dos mujeres en el mismo cargo y el mismo trato, pues ya huele a costumbre, no a casualidad.
Ahora, yo reconozco: Armenta ha puesto a muchas mujeres en cargos clave. Mujeres jóvenes, preparadas, talentosas. ¡Eso se aplaude! Pero tenerlas ahí no significa tratarlas como floreros decorativos que no pueden contrariarte. Porque si les das poder, pero las exhibes o las subordina públicamente con gestos y regaños, les estás restando autoridad, dignidad y credibilidad.
¿A poco no te ha pasado? Una mujer con poder que tiene que sonreír mientras el jefe (hombre, obvio) la interrumpe, la corrige o, en este caso, le truena los dedos. Y uno piensa: ¿y si fuera al revés? ¿Si una mujer en el poder le tronara los dedos a su colaborador hombre? Seguro los comentarios sería “que ya se le subió el poder a la cabeza”. Pero cuando es al revés, “ay, no exageren”.
Lo que me enoja es que eso que hizo el gobernador no solo es maleducado, es innecesario. Si quieres que tu equipo se apure, ¿qué tal si les das línea en privado? Dicen por ahí que los regaños se hacen en corto y el reconocimiento en público. Pero aquí parece que aplica al revés.
Y no es que Armenta sea el único: muchos políticos tienen esa manía de mostrarse fuertes humillando a los suyos. Lo que me frustra es que cuando esas personas “suyas” son mujeres, todo ese machismo arraigado —que quizás ni notan— sale a relucir. Porque no se trata solo de un gesto. Se trata del mensaje que manda: “te puse ahí, pero no te equivoques: yo mando”.
Y eso… le resta. Le resta a ellas, que tienen que defender gestos que en privado seguro también les parecieron groseros. Le resta al gabinete, porque parece que son títeres que sonríen aunque les truenen los dedos. Y, sobre todo, le resta al gobernador, que podría ser recordado como un líder fuerte, pero se está construyendo una imagen de patrón autoritario.
Así que no, no me espantan los dedos tronados. Pero sí me espanta que sigamos normalizando estos gestos en nombre de “poner orden”. No se vale.
Hasta aquí el chisme, lo viral, el tamal con crema… y también con pasas.
Por Adriana Colchado @Tamalito_Rosa