Ya se viene el Día del Padre y, la verdad, me pega. Me pega justo en el corazón y en el recuerdo. Porque, aunque soy de esas afortunadas que tuvo un papá maravilloso, de esos que te enseñan que mereces amor del bueno, también soy de esas otras… las que no pueden celebrar porque ese amor ya no está físicamente aquí.
Mi papá se fue joven. Tan joven que todavía me debía tardes de pláticas, domingos de dominó, consejos sabios, regaños justos y esos abrazos apachurrados que solo él sabía dar. Y no, no es solo la tristeza de su ausencia… es que hay días (muchos) en los que me falta su opinión, su guía, su forma tan empática de compartir mis alegrías y también mis tristezas.
Y en esta melancolía inevitable, me puse a soñar qué haría si la vida me regalara un solo día más con él.
Y uff… se me vinieron tantas cosas a la mente. Querría contarle todo lo que ha pasado desde que se fue: lo mucho que he crecido, las cosas que he logrado, lo que he soñado y también lo que me ha roto. Creo que me volvería loca queriendo hablarle de TODO lo que no le he podido contar en estos casi cinco años.
Pero si hoy la vida, en un acto de magia o locura cósmica, me diera un solo día más con mi papá…
creo que no lo gastaría hablándole de mí.
No le pediría más respuestas (aunque me urgen).
No lo abrumaría con mis dudas existenciales (aunque son muchas).
No lo llenaría de preguntas que ya no puedo callar (aunque me desbordan).
Creo que ese día lo dedicaría a hacerlo feliz.
A devolverle todos los abrazos apretados que él me dio.
A decirle todas esas veces que me cambió la vida con solo estar.
A asegurarme de que sepa, sin lugar a dudas, que todavía hoy, años después, sigue siendo mi ejemplo de amor, de fuerza y de ternura.
A que se vaya sabiendo que todo lo que sacrificó por mí sigue vivo en mi forma de amar, de escribir, de luchar, de seguir soñando.
Porque si me pongo a recordar, creo que gracias a mi papá escribo esta columna. Él fue quien sembró en mí la obsesión de leer el periódico diario, de escuchar noticias, de debatir sobre lo que pasaba en México y en el mundo. Cuando empecé a escribir en el periódico universitario y salía hasta la madrugada, ahí estaba él, afuera de la universidad, sin un reclamo, esperándome para llevarme a casa –y de paso también a mis amigas–. Nunca se quejó del sueño ni de la desvelada, porque para él apoyar mis sueños era más importante que dormir.
Así que sí. Si tuviera ese día de vuelta, lo usaría para mirarlo a los ojos y decirle:
Vi todos tus sacrificios, y gracias a ellos, soy la persona que soy.
Feliz Día del Padre a quienes aún los tienen cerca, y también a quienes, como yo, los llevan en el alma.
Que la memoria sea siempre un refugio, un abrazo, una celebración.
Hasta aquí el chisme, lo viral, el tamal con crema… y también con pasas.
Por Adriana Colchado AKA @Tamalito_Rosa (síganme)
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