Dominique Pelicot, un jubilado francés de 68 años, ha sido condenado a 20 años de prisión tras un juicio que ha conmocionado a Francia y más allá. Acusado de drogar a su esposa, Gisèle, para que decenas de hombres la violaran mientras ella permanecía inconsciente, Pelicot ocultaba detrás de una apariencia respetable una naturaleza monstruosa que desconcertó a expertos en psicología.
En el juicio, que duró varios meses, Pelicot mantuvo una actitud desafiante y segura de sí mismo, lo que sorprendió tanto a los fiscales como a los psiquiatras que lo evaluaron. El psiquiatra Laurent Layet, quien fue el primero en examinarlo, describió su comportamiento como “disonante”, sugiriendo que había algo profundamente perturbador en la personalidad de Pelicot. Este hombre, que parecía normal y hasta pulido, ocultaba una mente fragmentada, capaz de llevar a cabo actos terribles.
A lo largo de las entrevistas, los expertos descubrieron que Pelicot padecía un trastorno de personalidad antisocial, con un profundo desprecio por el sufrimiento ajeno. Aunque no se consideró que estuviera loco, su capacidad para dividir su vida en dos partes irreconciliables fue clave para entender sus crímenes. De día, el “Pelicot normal”, el jubilado afable; de noche, el depredador que encontraba placer en la humillación y el sufrimiento de su esposa.
A pesar de las pruebas y testimonios que condenaron sus acciones, Pelicot insistió en su inocencia, mostrando poco remordimiento por sus actos. La imagen de un hombre aparentemente normal, capaz de tan horribles crímenes, dejó una marca indeleble en los que siguieron el caso. La historia de Gisèle, su esposa, quien se ha mostrado increíblemente valiente durante todo el proceso judicial, se contrapone a la fría indiferencia de un hombre que, según los expertos, nunca mostró una verdadera empatía.
Este caso plantea preguntas inquietantes sobre la naturaleza del mal y la capacidad de una persona para ocultar su verdadera identidad durante años, dejando a su paso una estela de víctimas.
